Decían que daba vértigo mirarla, que sus ojos azules siempre estaban irritados por llorar o por fumar demasiado. Yo nunca llegue a saberlo hasta él día que me atreví a mirarla, y entonces morí, de la angustia que llevaba ella encima, de la tristeza de sus ojos, de sus labios cortados, de su nariz llena de pecas y de su melena despeinada, morí de ella.