Arco I: Cantos gregorianos.

711 53 6
                                    

El conglomerado de ángeles volaba desde todas las direcciones aterrizando con sorprendente maestría y magnificencia sobre la Gran Sala de la Justicia Divina. Niños y madres, ángeles guerreros preparados para la gran profecía del apocalipsis, ángeles guardianes alejados de las casas de sus humanos; Noa jamás había visto algo así en sus milenios de vida. La imponente Gran Sala nunca se había llenado de la forma de la que lo estaba en ese momento. Todos habían sido convocados a la jurisdicción de Él, pero nadie sabía más de lo que se especulaba.

Noa se alineó en las filas de los ángeles sanadores, con su frente en alto y sus alas gachas. Cerró sus ojos mientras el fulgor divino de Él rodeaba el recinto. El oxigeno llegó a sus pulmones mientras el lugar pasaba de la conmoción a la calma total. Aquello era lo que se sentía cuando Él aparecía entre los suyos, cuando Él extendía su divina presencia ante tus siervos.

Nadie podía verlo, nadie sabía cuál era su apariencia, todo lo que se podía ver era una silueta iluminada por una luz tan blanca como el sol siendo directamente visualizado.

Todos los ángeles levantaron sus bellísimas y grandes alas y se agacharon en una reverencia hacia Él, símbolo de todo lo bueno.

—Siervos míos —una voz se escuchó potente, firme y majestuosa en su cabeza. Noa estaba acostumbrada a ello, habían pasado milenios de vida eterna y para ella era algo normal. Por el rabillo del ojo, observó como un pequeño niño se tambaleaba, incómodo al escuchar el eco que había dejado la voz telepática de Él—. Ha llegado la hora.

El Arcángel Miguel se posicionó a su lado izquierdo, cuerpo erguido, su armadura y alas plateadas le hicieron verse incluso más imponente de lo que ya era, una figura justa, el jefe del ejército de Él.

—La profecía del Anticristo está por cumplirse —expresó Miguel con voz solemne y sin ningún signo de temor o sorpresa. Después de todo era la profecía más esperada por el conglomerado de ángeles. Sin embargo, todos en el recinto incluyendo a Noa, lanzaron sonidos de exclamación y estupor—. Una mujer ha concebido al hijo del pecado, hermanos míos.

Los ángeles negaron con la cabeza, en especial los guardianes, sabiendo que aquella abominación había sido producto de los siervos del mal; una pobre jovencita—y sabían que era joven por la avaricia del mal por esta clase de belleza—concebía ahora en su vientre al principio del apocalipsis en el cielo y en la tierra.

—Y es nuestro deber acabar con este ser antes de que obre mal y destruya la hegemonía de Nuestro Señor —prosiguió el Arcángel Miguel con su voz alta explayando su discurso para todos los siervos de Él—. La mujer está a pocos días de concebir. Hemos esperado hasta ahora para decidirnos porque, como hija de Nuestro Señor, no pretendemos acabar con la vida de la madre. —Sus ojos no leían el pergamino que sujetaba con las manos, solo miraba a todos los ángeles que formaban al conglomerado con ojos sabios, llenos de eternas batallas y estrategias ejemplares.

Por un intenso minuto toda la Gran Sala se quedó en silencio, hasta que Miguel habló una vez más:

—Nuestro Señor ha escogido a dos ángeles. Un Ángel Guerrero, para que destruya a todo aquel que se interponga en la labor decidida por Nuestro Señor y a un Ángel Sanador para que provea a la madre paz y olvido. —Su voz suave pero llena de poder rodeó cada uno de los oídos del conglomerado de ángeles.

Las dos filas se irguieron dejando sus lugares en el suelo, levantaron sus alas esperando el veredicto seleccionado por Él y expresada por Miguel.

—Ángel Gadiel, pase adelante por favor. Has sido elegido para esta misión por Nuestro Señor, hermano mío —dijo el Arcángel Miguel con sus ojos fijos entre las filas de los ángeles guerreros.

El ángel Gadiel salió con sus alas extendidas esplendorosamente, un halo de luz las rodeaba encantando el camino por el que pasaba, su porte erguido y su pelo volando por la ventisca le daban un aire de honor, imposible de ignorar. Llegó hasta la posición donde se encontraba el Arcángel Miguel, dándole la espalda a sus hermanos y arrodillándose frente a Él.

—Por el poder que me otorga Nuestro Señor y su hijo—Dijo Miguel con sus ojos puestos en la figura acuclillada de Gadiel. —Te declaro a ti, siervo y ángel, guerrero de la Profecía del Anticristo. Salvación para el cielo y la tierra.

Todos los ángeles corearon en un canto gregoriano "justo y valeroso Gadiel, salvación."

A su vez, el Arcángel Miguel se giró para mirar a los ángeles sanadores que levantaron sus barbillas y alas a la expectativa de tener el honor de ser elegidos por Él. 

—Ángel Noa —sentenció Miguel con sus ojos fijos en la mujer. Noa abrió los ojos como platos mirando al arcángel guerrero con la clara sorpresa grabada en su rostro—. Pase  adelante, por favor. Has sido elegida por Nuestro Señor, hermana mía —repitió suavemente.

Noa se limpió ligeramente su vestido y extendió sus alas que empezaron a iluminarse mientras hacía su camino al frente justo al lado derecho del ángel Gadiel, quien permanecía postrado ante Miguel y Él. Noa se acuclilló a su lado esperando a que Miguel le concediera la misión.

—Por el poder que me otorga Nuestro Señor y  su hijo —declaró una vez más el Arcángel Miguel—. Te declaro a ti, siervo y ángel, sanadora de la Profecía del Anticristo. Salvación para el cielo y la tierra.

El conglomerado repitió el canto gregoriano, pero esta vez con las palabras dirigidas a Noa: "piadosa y virtuosa Noa, salvación."

Las campanas sonaron por toda la Gran Sala de la Justicia Divina, mientras Gadiel y Noa se levantaban para mirar directamente al Arcángel Miguel.

—Justo y piadosa, valeroso y virtuosa; ustedes dos hermanos míos y siervos de Nuestro Señor, pueden ir en paz a cumplir su misión —expresó con la voz solemne pero baja, solo dirigida para ellos dos—. Extiendan a sus alas y vuelen en el firmamento.

Noa y Gadiel se miraron a los ojos y se tomaron de las manos antes de empezar a volar.

La Profecía del AnticristoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora