Prólogo.

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Estaba solo...

Completamente destruido...

Aún no sabía cómo había llegado a sentarse en la congelada y dura banca del parque en tan sólo unos pocos minutos... No sabía por qué no estaba en su hogar disfrutando de una taza de café recién hecho por su novia... O incluso la razón por la cual estaba tan oscuro y silencioso, como si alguien de repente hubiera decidido apagar las farolas del lugar y encerrar a los pequeños insectos que solían rondar por aquellos territorios en unas pesadas y aislantes jaulas imaginarias...

Tampoco sabía qué sentir exactamente...

Sólo podía dirigir su mirada que saltaba de una silueta a otra, sin darle descanso, al paisaje que se encontraba frente a sus ojos adormilados.

Le era imposible entender exactamente qué buscaba, o si lo que veía era lo que usualmente vería cualquier persona que solamente deseara dar un paseo ocasional a las cuatro de la madrugada en una localización solitaria.

No es que hubieran demasiados sujetos de prueba mentalmente estables, pero aquello no importaba en lo más mínimo. Después de todo, su juicio en aquel momento era tan vano, que si incluso un pequeño de tres años le hubiera susurrado que se encontraban en un mundo paralelo, él lo hubiera creído sin titubear.

Al final de unos fallidos intentos su visión logró acomodarse pobremente, dejándole observar una borrosa noche perlada, adornada por unas cuantas hojas que se habían desprendido de los árboles elevándose libremente por el aire, otorgando cierta nostalgia al espacio.

A Adrián le pareció que le regalaban una pequeña e inocente mirada, y casi como si el cielo leyese sus pensamientos una corriente de aire gélido le rodeó alborotando su cabello oscuro.

Sin oponerse dejó que un tajante frío bajara por su garganta, quemándole, hasta posarse en su pecho.

Definitivamente, aquello no podría ser una ofrenda de paz... O quizás sí, quizás esa era la manera en que el clima, o incluso las típicas estaciones que su ciudad no poseía, decidían reconfortar a los corazones heridos. Haciéndoles sentir dolor o soledad para que entendieran que seguían respirando de alguna forma misteriosa.

—¿Es esto real? —Se preguntó de nuevo en voz alta, dejando que sus dientes castañeasen de manera inconsciente, plegando un abrupto tic tac en medio de la nada.

¿A qué se refería exactamente?

¿Era real la noche? ¿Era real el ámbar del auto consuelo? ¿Era real su amor? Había demasiadas preguntas, demasiadas incógnitas taladrando su mente.

Volvió a observar fijamente el paisaje entonces, tratando de evitar los espasmos que se empezaban a esparcir por todo su cuerpo, recorriendo sus brazos, casi acariciándole.

Sentía que aquel sitio que se expandía ante su mirada era inocente y pacífico. Pero dentro de aquello, le inspiraba otra sensación preocupante, como si, al igual que él mismo en su vida, el lugar lanzara pequeñas pero inadmisibles señales oscuras...

Como un mar conteniéndose, un mar que en cualquier momento explotaría y arrasaría la diminuta ciudad, llena de esperanzas, que se encontraba a su lado...

Pronto notó la similitud que aquel solitario paraje compartía con su abatida alma.

El cómo advertía a todos que no resistiría demasiado antes de arrasar con todo lo que se encontraba a su lado, con todo lo que le componía... Sin dar marcha atrás...

Adrián pensó en aquello con resignación, aceptando por un segundo, totalmente cansado de divagar, que simplemente se destruiría a sí mismo.

Un cuento de hadas y un par de calcetines dispares.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora