Prólogo

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"Yo te elegí, amor

Grité tu nombre al universo"

Rebeca Lane

Las gotas de agua caen sobre mi piel y se deslizan lentamente directo a mi conciencia, el lodo se impregnó en mi ropa, botas y cabello mientras los relámpagos decoran el cielo y los ojos de la luna me miran ejerciendo un juicio poco favorable. Los truenos hacen retumbar al suelo debajo de mis pasos, como una carcajada, y me quedo muy quieto ante los árboles enmarañados como la melena de los santos del sur. Avanzo.

Las luces celestiales se filtran entre la neblina de la noche, simplemente no ha sido creada la nube capaz de contener los brillantes derroches de ira del firmamento, sin importar cuánto bajaran al ras del suelo. Con paso firme me alejo de los altos muros enrejados que guardan mi espalda, la estructura de concreto empieza a perder forma y se desdibuja en la blancuzca noche que me rodea como el fantasma de mil memorias alejándose.

Estoy cansado de las risas que repican en las paredes, burlas interminables de los ángeles que me rodean y se deleitan con mi desgracia. Es incomprensible cómo el lugar creado para la seguridad del mundo se ha convertido con tanta ferocidad en el terror de mi existencia. Si he de morir por amor, no planeo hacerlo en desdicha, ni dejarme matar con simpleza.

Aprieto la tela con más firmeza contra mi pecho, balanceando su peso con el del bolso a mis espaldas, comprobando constantemente que lo único que me sigue son las huellas en el barro que no me permitirán nunca olvidarme de que soy un ser desterrado por su propia voluntad. Dentro de la historia de la humanidad las fronteras no son más que construcciones imaginarias, inventadas, para el beneficios de algunos cuantos que decidieron que ese territorio era suyo para explotar los bienes materiales que desea poseer, o eso me contaron las nodrizas todas las noches antes de irme a dormir. Imagino que era una forma de soñar que han concebido entre las cortes, la literatura se convierte en la única arma en pro de la esperanza para las mujeres que se dedican a cuidar de hijos ajenos mientras olvidan la carita de los propios... Y no planeo permitirme olvidarme de la suya.

La siento removerse en su lugar, pequeñita y empapada por la brisa mojada, tiembla de frío pero no despierta. Solo resiste un poco más, aguanta. Me parece que he logrado revolver las hiervas con éxito, pero admito que la experiencia de los años que tienen las matronas se me ha quedado corta cuando he empezado a darme cuenta de que durante muchísimo tiempo me dediqué a beber todo lo que ponían en las tazas delante de mí sin pensar el contenido de aquellos menjurjes. Un poco de manzanilla, algo de flores de bach, una enredadera de bella durmiente y la bebé descansaría en brazos de Morfeo el tiempo suficiente para escapar en silencio. Sin embargo, tanto la he cuidado que me olvidé de cuidarme a mí, el dolor de las piernas se había convertido en una punzada caliente que se extendía desde los muslos hasta las pantorrillas, y mi espalda era un hematoma homogéneo extendido por toda la piel empalidecida por la ausencia de comida.

Luego de una eternidad en marcha empiezo a sentir el sudor frío empaparme, a pesar de que el calor de la huida me había mantenido en estado de shock la mayor parte del trayecto, los ojos del guardián se posan en mí sin determinarme demasiado y aunque puedo sentir como me juzgan con cierta rudeza su trabajo implica hacer silencio incluso al contemplar las peores atrocidades cometidas por mi especie.

—Espero que seas consiente de lo que haces, Joel— dijo con algunas señas expresadas con sus manos, ambos nos entendíamos a la perfección—. Una vez que salgas no podrás volver jamás.

—Lo sé, eso espero.

Y con un movimiento veloz de muñeca retorció la llave en su lugar para dejarme ver a través de la rendija del portón. Su figura era alta e imponente, mucho más que la mía sin duda alguna, y aunque podría ser uno de los ángeles más indicados para someterme contra el suelo y asesinar a la niña que descansaba contra mi pecho en ese momento era el único ser en el que podía confiar. El trabajo que desempeñaba consistía en vigilar el comportamiento de todos los ángeles en el lugar en que le designaran, tenía la autorización de utilizar la violencia en caso de que considerara que era necesario, y no sería nada extraño que en más de una ocasión haya sido el responsable del luto de algunos cuantos desdichados. Sin embargo ahora, imponente debajo del aguacero de fría desigualdad, se mantenía firme en sus ideales de nobleza y guardaba silencio, no podía convencerme de quedarme, y en caso de decir mucho más lo acabarían escuchando.

El tiempo corría más rápido de lo que solía hacerlo en el pasado, desde la muerte de ella la existencia se convertía en glaciales en deshielo y los recuerdos eran telarañas que se me quedaban pegadas en los dedos cuando intentaba secarme las lágrimas. Resultaba incomprensible para mi alma recordarla muerta en el suelo cuando sus ojos me miraban a través de las enormes esferas en el rostro de mi hija, comprender el desplante de su presencia para mi alma era irreconocible. Pero vivir era la única alternativa, luchar y escapar, planear una huida y dedicar toda mi energía a conservar el sentido de nuestra existencia era la promesa incorruptible que habíamos levantado en nombre de la paz y de la guerra.

Aunque ella se había caracterizado por ser una revolucionaria, era desconocido para las autoridades hasta que se percataron de que estaba incumpliendo las órdenes de asesinar a los hijos no autorizados de las mujeres del área cinco. Aún mayor fue la rabia de los líderes cuando se enteraron de su propio embarazo. Nos pudimos esconder algunos años en las zonas más alejadas del sistema de poder, pero bastó un descuido del tiempo para que dieran con nosotros y nos otorgaran la pena de muerte sin mayor argumento que la desobediencia, al final eso suele ser suficientes para los guardias.

Escapé mientras la sangre aún emanaba en borbotones violentos de su cuello, casi vi en sus ojos el grito desesperado que exclamaba su corazón. Corre, Joel, corre. Me solté del agarré de los guardias y dediqué las siguientes horas a moverme durante tanto tiempo que ni si quiera yo podía seguir mi propio rastro. Entre el ramaje del bosque me quedé muy quieto durante lo que restó de la tarde y la noche, consciente de los ángeles y perros que me buscaban a unos cuantos metros, en muchas ocasiones a escasos centímetros de mis pies.

Cuando tuve la oportunidad de volver al refugio no fue necesario explicar lo sucedido, mis cosas estaban listas y la bebé lloraba extrañada por la ausencia de su madre, las matronas se encargaron de guiarme hasta bien adentrado en la selva y luego de varios días de camino me encontraba delante del edificio de Coelum listo para brincar las murallas y correr en dirección a la salida.

Delante del enrejado, la entrada al nuevo mundo que me aguardaba, se extendía una leyenda mientras olvidaba la historia. Su voz se removía por lo bajo trayendo a mí el susurro de los arrullos, el cariño de sus besos y la nobleza de sus actos. Cuando la mujer a la que amaba había sido asesinada escapar se convirtió en la única alternativa que nos quedaba.

Mi hermano me tomó de la mano en una señal de gentil despedida, acarició la cabeza de la bebé con nostalgia y de no ser porque no tenía algún punto de comparación, porque nunca lo había visto llorar antes, habría jurado que lo que se deslizaba por sus mejillas eran las lágrimas desesperadas que lo enmudecía. El portón se cerró, la noche se volvió mucho más densa, y en medio del silencio y lo desconocido Inés comenzó a llorar. 

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