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Por más que he intentado olvidarlo, los eventos del Drama siguen tan presentes en mi memoria como en el primer día.
Cada detalle está ahí, dolorosamente preciso y sencillo, al alcance de mi mano.
Sólo necesito estirarla, y estoy de vuelta en la sala de mi casa, aquella dulce mañana de primavera, cuando todo estaba bien.

11:23 a.m. Treinta y siete minutos antes de que el Drama comenzara.

Abrí la puerta de la entrada con un poco de esfuerzo, tratando de equilibrar las enormes bolsas con víveres que cargaba en cada brazo. Haciendo malabares llegué a la mesa de la cocina, donde deposité mi carga con un suspiro de alivio. Antes de comenzar con la poco atractiva pero necesaria labor de desempacar y acomodar cada alimento en su lugar me froté con suavidad las marcas rojas que me habían dejado las bolsas y miré el reloj. Apenas iba a ser mediodía, todavía tenía bastante tiempo por delante antes de que él llegara.

Había terminado de colocar la última lata en la alacena cuando escuché una voz cantarina saludándome desde la sala. Mi amiga Verónica había quedado de pasarse por mi casa para llevarme unas cosas que le había prestado. Normalmente solía dejar la puerta abierta cuando algo así ocurría, ella y yo ya habíamos alcanzado un umbral de confianza que otras personas ni siquiera imaginarían.

Si hago un esfuerzo aún puedo nombrar cada una de las cosas que se apretujaban en la bolsa de papel que Vero dejó sobre la credenza del pasillo. Y cada vez me gustaría darme una bofetada por hacerlo, por no perder la capacidad de lastimarme tanto a mi misma.
Eran una pequeña secadora de cabello de viaje, un par de revistas viejas, un paquete de moldes para galletas y una diadema de flores de tela.

11:54 a.m. Seis minutos antes del Drama.

-Disculpa por haberme tardado tanto -dijo depositando su bolsa junto con las llaves de su auto en la sala.

-Son puros cachivaches, ni te preocupes por esas tonterías -contesté quitándole importancia-. ¿Gustas tomar algo?

-Agua, por favor. Afuera está haciendo un calor infernal, no entiendo por qué si todavía no es verano. Gracias -dijo cuando recibió el vaso de agua de mis manos. Me había seguido hasta el marco de la puerta de la cocina, donde se bebió más de la mitad del contenido de un trago.

-¿Por qué estás tan feliz? -preguntó con verdadera extrañeza.

Lo único que se me escapa hoy es el por qué de mi felicidad aquel día. Sé que desde que había entrado a mi casa tenía una sonrisa de oreja a oreja, pero cuando busco otorgarle un motivo, todo se desvanece.
Quizás no tenía ninguno. O quizás, y más probablemente, era tan insignificante que entre todas las cosas, mi cerebro pensó que no valía la pena retenerlo.

-¿Por qué no habría de estarlo? -respondí. Y en ese momento, aunque ella no dijera ni una palabra, su expresión horrorizada la delató.

Aún no lo sabe, leí en sus ojos claros.

-Vero, ¿Qué sucede? ¿Qué está pasando? -me acerqué más, apremiante, pero ella retrocedió.

-Yo... Lo siento mucho, en verdad, Elizabeth. Créeme que... Oh cielos... No es mi intención.... Debería irme -murmuró conteniendo los sollozos.

-Hemos sido amigas por ocho años Vero, no puedes simplemente irte así. Dime, por favor -dije tomándola del brazo.

-Precisamente por eso... No quiero ser yo la que te lo diga -fue lo último que dijo antes de echarse a llorar.

A lo lejos escuché las campanadas de un reloj anunciando la hora.

12:00 p.m. El Drama había comenzado.

Vero siempre había sido la más sentimental de las dos, por eso no me sorprendió demasiado su reacción. Yo era la fría, la racional. Por eso no supe reaccionar cuando terminé de ver el video en su teléfono.

"-Estaba pensando que tal vez, tú y yo, podríamos salir algún día. A tomar un café o algo, y hablar de libros. ¿Qué te parece? -preguntó él con una sonrisa tímida.

-Creía que nunca lo dirías" -rió la mujer, rechoncha y rubia, antes de salir de la habitación colgada de su brazo.

A ella no la conocía. A él, para mi mala suerte, sí.

Era Edgar. Mi marido.

Durmiendo con el EnemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora