-¿Cómo te sientes, Liz? -preguntó Vero con cuidado, una vez que se hubiera secado las lágrimas con las mangas de su blusa.
-Me siento... rota -confesé. Pero aquella no parecía mi voz. Nada se sentía realmente mío. Como si en lugar de haber visto todo eso hace dos segundos, hubieran pasado dos años-. Imagina que tienes un mundo perfecto, y de repente se hace una rajadura en tu corazón. Al principio no quieres creerlo, porque es prácticamente un escupitajo en la cara. No es posible, simplemente no existe lugar para eso en tu vida, pero duele tanto que al final tienes que admitir que es real. Para entonces, el dolor de la verdad ya te ha roto, Vero.
No podía ser. Mi Edgar, el hombre más dulce y considerado del mundo no podía estarme haciendo eso. Apenas teníamos dos años de casados, y nada, hasta ese día, me había hecho pensar que él ya no me quería tanto como cuando le di el sí. A medida que pasaba el tiempo sentía el dolor aumentar más y más, pero sorpresivamente no lloré.
Verónica trabajaba en una empresa de seguridad junto con Edgar. Era algo local, formada por la mayoría de nuestros conocidos hacía un par de años. Ella le había llamado desde la central para que conectara las cámaras y así comprobar que todo funcionaba correctamente. Después de terminar las pruebas usuales, Verónica normalmente desactivaba la señal del video para darle privacidad al cliente, y está sólo se reactivaría en caso de que el código de emergencia se accionara. Sin embargo, ese día en particular mi amiga había ido al baño antes de terminar el protocolo, y al regresar se había encontrado con la escena.
El problema era que ella no trabajaba sola. El cuarto de recepción de video daba de lleno a la sala común, donde todos los demás empleados tenían su descanso. Y habían podido ver como mi vida se desmantelaba en segundos, antes de que mi amiga se diera cuenta de la situación y rompiera rápidamente todo contacto con lo que pasaba al otro lado de la ciudad. Aunque de poco había servido su prisa, el mal ya estaba hecho.
Alguien había obtenido la grabación y la había pasado a su celular, del cual se había ido pasando de persona en persona. Sin saberlo, en cuestión de horas me convertí literalmente en la comidilla del pueblo.
-Así que todos lo sabían -comprendí levantando la cabeza y mirando a Vero.
-Pensé que alguien más ya te lo habría dicho. Sabes que no faltan los chismosos en la empresa. Lo siento tanto, Liz -alcanzó a decir antes de ponerse a sollozar de nuevo.
Yo también hubiera querido darle rienda suelta a mis sentimientos, pero había algo que me inquietaba y me impedía alcanzar el desahogo que las lágrimas prometían brindarme.
¿Qué le diría cuando lo viera? ¿Cómo reaccionaría? ¿De qué forma se suponía que debía encarar a una persona que dormía conmigo, me dedicaba miradas dulces y me hacía creer con cada caricia que yo era la única para él; si en cuanto le daba la espalda no sentía reparos en engañarme?
En cualquier momento escucharía los neumáticos de su coche parándose sobre el pavimento. Tenía que suceder, al fin y al cabo, vivía ahí. Por mucho que quisiera huir, era impensable.
El Drama no terminó poco después de aquello. Acababa de comenzar.
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Durmiendo con el Enemigo
Krótkie Opowiadania¿Qué ocurre cuando todo en lo que creías, un día se desvanece dejándote sin nada?