Capítulo 2

117 11 4
                                    


Otra pesadilla más estaba en mi mente, otra vez había soñado con aquel callejón oscuro y solitario que tanto odiaba y que tanto miedo me daba, que tanto temor me producía. No sabía donde se encontraba ese callejón, ni si quiera creo tener algún recuerdo en él, pero la mayoría de pesadillas suceden en ese tenebroso lugar.

Miré el despertador, eran las once y media y tenía médico en media hora, otro día más había pasado y no recordaba lo que había pasado la noche anterior, espero haberlo escrito. Me dolían las piernas, era como si alguien estuviese tirando constantemente de ellas o como si hubiese un peso en los pies que me impidiera mover. Me sentía mareada, como normalmente, pero esta vez iba acompañado de un leve dolor de cabeza que me irritaba mucho más de lo normal.

Me fui a duchar como pude. El agua caía por cada parte de mi cuerpo. El frío cristalino abrumaba mi cuerpo y los escalofríos provocados por los recuerdos inundaban mi mente. Las pesadillas de la noche anterior estaban aún en mis recuerdos. Aún podía notar todas aquellas sensaciones, el temblor de mis piernas y el olor a humedad que había en esa noche nublosa.

Me encontraba en una calle, llena de gente y quizás llena de alegría, sujetaba la mano de alguien que yo desconocía, la mano era de una mujer, sus uñas eran largas y puntiagudas, de un color rojizo que llamaba la atención. Esa mujer no tenía cara, era sólo una mancha oscura. Sólo podía apreciar que llevaba una larga chaqueta azul turquesa de un tejido algo extraño y poco habitual con dos enormes bolsillos en la parte inferior de la chaqueta. Repentinamente la escena cambia, sin razón alguna. Entro corriendo en el callejón de siempre con mis pequeños zapatos de charol, manchados por la tierra del parque, seguida por un hombre del cual desconocía su edad. Sus ojos tenían un color caramelo muy profundo y tenía una barba de pocos días. Intentaba correr con más intensidad pero mis piernas no podían seguir, estaba sin fuerzas, sólo tenía miedo. Él cada vez se movía más rápido, corría más, acercándose más a mí, hasta que noté una fuerte presión en mi brazo que abrumaba mi cuerpo empujándolo hacia atrás. En un momento noté como sus manos cogían mi cuerpo desde los hombros hasta cada milímetro de mis caderas acercándolo hacía aquella pared que hacía sentir dolor en mi espalda. Me cogió con fuerza, tanta que me hacía daño, me clavaba mis propios huesos. Empecé a sentir como sus manos tocaban mi cuerpo, pasando desde mis labios, hasta mis pechos, llegando a la parte más íntima de mi misma. Levantó mi vestido azul cielo mientras yo suplicaba que parara Decidí callarme al ver que eso le producía más placer y más excitación. Mi cuerpo perdía fuerzas y todo empieza a nublarse en el momento que se oye como él desabrocha sus pantalones y baja su bragueta rápidamente.

Para cuando salí de la ducha mi pelo largo estaba sin humedad, se estaba encrespando. Me lo peiné rápidamente a pesar de todos los nudos que tenía después de todo ese rato en la ducha. Mi pelo se iba rizando y mis ojos estaban muy rojos, con un aspecto cristalino en ellos. Me vestí rápidamente, ya casi eran las doce. Estaba odiando ya siempre llevar la misma ropa, la misma camiseta de manga corta desgastada y los leggins que ya estaban gastados y se habían vuelto incómodos. Me até las deportivas, que no sé quien me regalo, y me vi capaz de enfrentarme otra vez al médico.

En la espera, atendí un par de miradas de un chico que estaba paralelo a mí. Sólo sentarme ya habíamos empezado a intercambiar un par de miradas coquetas. Tenía un aspecto cansado y dejado, pero quién de aquí no lo tiene. Aunque por su aspecto creía que era nuevo en este centro. Tenía más o menos mi edad, unos diecinueve años como máximo. Su pelo era liso y negro como la mejor oscuridad que había visto nunca, era despeinado y él lo iba moviendo de un lado a otro provocando que yo prestara atención a cada uno de sus movimientos. Tenía unos brazos trabajados y por lo que podía imaginar su cuerpo era igual. Me atrae mucho este tipo de chicos, con su misterio y su sonrisa. Cuando levantaba la mirada para verme se veía un brillo peculiar y oscuro en él, algo como pidiendo ayuda en silencio, algo nuevo que nunca había visto y que despertaba una gran curiosidad en mí.

El chico me parecía de lo más atractivo, con su peinado rebelde y desenfadado y una pequeña curvatura en sus labios cada vez que nuestras miradas coincidían. Su piel pálida hacía ver su carácter, dejaba ver la oscuridad que tenía dentro, me preguntaba el porqué estaba aquí durante esos diez minutos. Sus ojos eran demasiado profundos, daría lo que fuera por bañarme en ellos como si fuera una piscina. Ése color grisáceo hacía que su mirada fuera más cautivadora, más excitante, provocando que no pudiera separar mis ojos de los suyos ni un solo segundo.

Reney pronunció un par de veces mi nombre y terminó gritando mi nombre, llamando mi atención. El chico de los ojos grises se rió al ver la reacción que había provocado en mí. Me levanté al escuchar mi nombre y me dirigí a la consulta. Giré un poco mi cabeza provocando un movimiento coqueto y atrevido con mi pelo, típico de las películas, pero que en mi quedaba más que ridículo. Al girar un poco mi cara pude verle recorriendo todo mi cuerpo con su mirada, analizando cada milímetro de mi piel y comiéndome con la mirada como si nunca más me pudiera ver. Antes de entrar en la consulta me giré y vi que seguía mirándome con sus profundos ojos grises que por fin los podía contemplar con total libertad. Le guiñé el ojo derecho. Esta vez sí que sonrió.

-¿Cómo van esas pesadillas, cariño?- El doctor Reney sonrió y yo me senté en aquella silla mientras arqueaba mi ceja desafiante. Odiaba que me llamará así y más viniendo de una persona como él.

Un olor a tabaco rancio estaba por toda la sala inundando a la vez todos mis poros y acumulándose en mi nariz. Las paredes blancas ya tenían ese color amarillento que tanto odiaba, producido por los años y quizás por el tabaco que a fumaba Reney en todo el día.

-Sabes que odio que me llamen cariño, no es nada personal.- sonreí sarcásticamente provocando una risa silenciosa que pude ocultar a la perfección.

-¿Cómo van esas pesadillas? ¿Mejor?- dibujó en sus labios una de las sonrisas más burlonas y más falsas que nunca había llegado a contemplar en mi vida. Bajó sus gafas un poco, supongo que para leer mejor el papel. -¿Tienes calor? Te noto nerviosa, abriré un poco la ventana.-

Intenté tartamudear algún tipo de negación con una voz inexistente en ese momento. No estaba nerviosa, claro que no, era él quien me ponía nerviosa, no soportaba sus aires de superioridad, ni su olor, ni su pelo canoso con algunas calvas creadas por la edad en su cabeza, ni las arrugas marcadas de su frente o el tono despectivo que solía usar para dirigirse a sus pacientes. -Van mejor, supongo.- contesté ocultando todos mis pensamientos de odio y rencor hacía Reney. No sabía su nombre, sólo sé su apellido y la verdad me produce asco.

Le conté todas mis pesadillas una vez más, estuve dos horas encerrada en la entrada de mi infierno junto a el doctor Reney, por eso mismo odiaba los martes. -Martes con Reney- dijo mi enfermera cuando entré en éste hospital psiquiátrico -ya verás como te irán bien.- ¿Irme bien? ¿Qué es lo que me va bien? ¿Qué es lo que está bien aquí? Cada día aquí es peor. Nunca hay nada bueno.

Subí las escaleras que cada vez se hacían más eternas hasta llegar a mi habitación y encontré una carta al otro lado de la puerta. "No la abras hasta que sepas quien soy." Realmente sabía que había sido el chico de los ojos grises. Creo que sin saber como escribe reconocería su caligrafía al momento. Abrí la carta con cierta emoción, me recordaba a una niña pequeña en ése preciso instante. Palabras y más palabras sin sentido, juntas, sin lógica. Este chico me empezaba a atraer cada vez más. Lo único que llegue a entender fueron algunas palabras que sacaron mi mejor sonrisa "Todos los días en la cafetería la hora antes de que veas a Reney."

Escribí en mi diario todo lo que había pasado hoy, desde las pesadillas hasta lo sucedido con detalles con aquel chico, no podía parar de pensar en él. No sabía que me pasaba ¿Qué es esto? No sé lo que sentía ahora mismo. No conseguía sacarme sus ojos grises de mi cabeza. Aún puedo sentir su mirada y su olor a algún desodorante barato que había podido conseguir.

CincoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora