Capítulo I

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Me llamo Daniel González, soy un chico de 16 años, soy de cabello marrón oscuro, ojos café, hijo único y vivo en una ciudad no muy grande situada en la costa.

Mañana comenzaré mi último año de instituto. Todo mi vida fui al mismo centro educativo, desde que estaba en el jardín de infantes. Un establecimiento privado, católico y en donde la mayoría de alumnos son de clase media-alta.

Siempre fuí un chico muy introvertido, en los primeros años de primaria me costaba relacionarme con las demás personas, era demasiado tímido y esto afecto mi aprendizaje. Tardé mucho más que mis compañeros en aprender a leer y escribir, tampoco quería salir en los recreos a jugar e inclusive ni quería asistir a clases, por todo esto mi mamá se vió obligada a llevarme a terapia desde muy chico. Mi psicólogo, Diego, me ayudó muchísimo, gracias a él pude ponerme al día con las clases y lograr relacionarme más con mis compañeros. Pero también, luego de varios meses de terapia cada semana, me contó a mí y a mis padres que yo sufría de un leve desorden ciclotímico, lo cual me generaba problemas con mis relaciones sociales. Nos dijo que lo que yo padecía era algo muy común, que si lo llevaba bien y con su debida medicación no tendría demasiados problemas. Eso sí, iba a tener que ir por mucho tiempo a terapia.

Los años fueron pasando y cada vez lograba una mejor adaptación social. Nunca fuí bueno en el fútbol, el deporte que todos los chicos jugaban, pero unos tres años atrás logré quedar en el equipo de volley del instituto. Comencé a ser un chico normal, salía con mis compañeros de equipo los fines de semana y conseguía notas aprobadas aunque no muy altas. Núnca fui un chico popular, pero tampoco era un perdedor, era común y corriente.

Un para de años atrás, Diego me dijo que ya no necesitaba mas terapia, que ya podía manejar mis emociones sólo y que había logrado adaptarme socialmente con éxito. Sin embargo yo quería seguir yendo, le había tomado mucho cariño a Diego, él era como mi mejor amigo, alguien en el que podía confiar sin importar que me pasara o que estuviera sintiendo, ahí estaba él. Pero insistió en que dejase de ir, y desde que lo hice todo siguió exactamente igual, por suerte.

Dejenme que les cuente un poco cómo es mi instituto. Es uno de los más conservadores y religiosos de toda la ciudad, teniendo a un cura como rector no es de extrañarse. Tenemos que ir con el pelo corto (en el caso de las mujeres, atado), con el uniforme en condiciones perfectas y nada de tatuajes o teñirse el pelo. Por cualquiera de estas cosas te pueden sancionar o incluso expulsar. No nos permiten usar móviles (sí... tiene el mismo reglamento que el día en que se fundó en 1952), no podemos entrar al baño de a muchas personas (siempre hay alguien vigilando) y, aunque el instituto posea diferentes equipos en deportes como volley, básquet o fútbol, no tenemos vestuarios ni duchas ya que el rector los considera inapropiados para un establecimiento educativo. Con estas reglas estúpidas tuve que convivir toda mi vida.

Diario De Un Adolescente Bisexual #YAOIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora