Ayuda no solicitada

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El día estaba nublado, sin un rayo de sol a la vista. Las nubes no eran densas, se proyectaba una luz tenue en el cielo, como si alguien hubiese puesto una sábana delgada sobre el sol y sólo le permitiera dar luz sin calor alguno. No soplaba el viento, no hacía frío, todo era calma en el cielo, sólo había nubes delgadas y tenues; sin ser muy grises o muy blancas como algodón. El día era perfecto para mí, pero tal vez no para Astrid.
No comprendía muy bien lo que ella intentaba decirme, tartamudeaba y gimoteaba de tal forma que no lograba entender casi ninguna palabra que salía de su boca:
—Astrid, cálmate, y explícame de nuevo lo que sucedió.
—Llegué a su casa, sin ningún problema —parecía haber cortado su llanto por un segundo, casi pensé que estaba fingiendo, pero un gemido doloroso me negó la idea—toqué a la puerta de su casa y... me abrió su mamá, me dijo que... que... —siguió con sus tartamudeos y sollozos, me vi forzada a interrumpirla.
—Shhht, tranquila, si sigues gimoteando de esa forma no voy a entender jamás qué fue lo que pasó.
—Me dijo que se había ido a Monterrey. ¡Se fue a vivir a Monterrey, Alicia! —Sus quejidos al teléfono sonaban como gritos en mi oído, tuve que despegar por un momento el auricular del celular mientras ella no paraba de llorar, y lanzar ¿por qué?'s al aire.
—Mierda... ¿Estás segura que tocaste en la puerta correcta?
—Pregunté por él con su nombre completo, no creo que haya dos personas con el mismo nombre en la misma calle.
—Mmm, de acuerdo. Y... ¿te dijo por qué se fue?
—Su papá es quien vive allá, su mamá lo mandó con él porque no podía controlarlo. Era muy...
—¿Inquieto?
—Desmadroso —sabía que Erick no podía ser tan perfecto como Astrid siempre decía, era lógico, aunque debo admitir que por lo que Astrid me contaba y la forma en que lo describía, parecía ser un chico bueno que no causaba el menor de los problemas
—¿En serio? Creo que es un tanto exagerado, ¿no crees? Quiero decir, mandar a tu hijo lejos con su padre porque no puedes controlarlo y hacerte cargo de él. Me suena a película de ciencia ficción en la que te mandan a otro país con tu padre por desastroso y terminas corriendo autos contra un niño gángster de la mafia china.
—No sé de qué hablas —repuso Astrid con cierto tono molesto.
—Olvidé que no ves películas —respondí mientras reía por lo bajo— bueno y... ¿ahora qué?
—Nada —me contestó con un tono seco y cortante.
—¿No harás nada? —pregunté con cierta extrañeza. Astrid solía ser de las muchachas que tenían lo que querían por sus propios medios. Ella ponía muy buen ejemplo al dicho de "el fin justifica los medios", aunque a veces creo que se excedía en "los medios".
—¿Qué puedo hacer? —respondió violentamente— ¡Nada! Se fue, no lo volveré a ver. Estudiará allá, se enamorará allá, vivirá su vida y me dejará aquí con mi dolor y soledad.
—No seas tan pesimista y dramática, alguien llegará, tomará su lugar, llenará ése vacío que sientes ahora, y más rápido de lo que crees.
—Nadie lo hará, Al. Estoy segura —su voz apenas era audible por los sonidos de la ciudad, ya de por sí era un tono triste— me voy a mi casa, mi madre ni sabe que estoy aquí —y antes de que pudiera contestarle, colgó.

Cuando comenzó la escuela supuse que vería a Astrid decaída y triste, así que decidí sentarme junto a ella este semestre. La verdad es que jamás la vi con muchos amigos en clase: Estaba Jacquelinne, una chica de cabello rizado color negro, delgada y con cara de niña buena, ojos ligeramente rasgados, tez clara, era centrada y no reprobaba ninguna materia, pero también sabía incluirse en las fiestas sin ningún problema, era más bajita que Astrid y que yo, y se sentaba a la izquierda de Astrid; en mi caso, le hablaba bien a casi todos en nuestro salón de 40 personas, así que Jacqulinne también entraba en ese "casi todos". Después estaba Jazmín, una muchacha de cabello lacio con buenos gustos para la lectura, su rostro parecía el de una mujer profesional, bien podía aparentar tener mayor edad; era una chica usualmente seria, aunque una vez que la conocías era muy cool, a Astrid no le caía muy bien, pero igual se hablaban. Se sentaba a dos lugares de la izquierda de Astrid, a la izquierda de Jacquelinne. También había un chico delgado, llamado Pablo Contreras, era aproximadamente siete centímetros más alto que yo, tez morena y tenía buen gusto par la ropa y los libros. Era el chico que siempre estaba "jugando" con Astrid a ver quién se acercaba más a los labios del otro. Jamás fueron nada más que amigos y él estaba supuestamente enamorado de una chica que en ése entonces iba en tercer semestre. Él solía ponerle a Astrid los pies en la tierra y mutuamente se pedían consejos. Se sentaba siempre a la derecha de Astrid. Después estaba el mejor amigo de Pablo: Miuller, cabello güero y de complexión robusta, era unos centímetros más bajo que Pablo, aunque un tanto más y quizás igual de mujeriego, él se sentaba a la derecha de su mejor amigo, pegado a la pared del salón.
Para ése entonces Erik ya era una especia de mejor amigo para mí; Erik era un muchacho con facciones demasiado afeminadas: Labios gruesos sin delinear, ojos pequeños, nariz increíblemente pequeña, cejas delineadas y demasiado delgadas. Él sentaba a la izquierda de Jacquelinne.
Cuando yo llegué, tomé una banca y me senté entre Jackie y Astrid. El semestre pasado solía sentarme frente al pizarrón, justo adelante del que en ese entonces era mi novio: Santiago. La historia de cómo comenzamos a andar fue un tanto extraña, casi me forcé a darle una oportunidad aunque no estoy segura de cómo pasó. Yo siempre le había gustado demasiado, a mí él no tanto en realidad. Su hermana mayor, Melanie, estaba en el mismo salón que nosotros, y yo solía juntarme con todos sus amigos, así que tarde que temprano me convencí de darle una oportunidad al chico. Era atento y cariñoso, no podía quejarme, yo siempre había sido muy cursi con mis parejas así que no había tanto problema. Ciertamente llegué a encariñarme bastante con él en poco tiempo, a pesar de todo no le conté demasiado de mi nueva y extraña amistad con Astrid, sin más me cambié de lugar así que creo que se desconcertó un poco. Más fue mi desconcierto al ver a Astrid entrar al salón. Ella estaba como si nada hubiese pasado el día anterior. Alegre como siempre. Tomamos nuestras clases durante la mañana, y al comenzar el receso ella simplemente no paraba de hablar sobre Erick y lo ocurrido un día antes; le contó a Pablo todo con lujo de detalle. A pesar de eso, Astrid seguía aparentando que todo estaba bien. Hasta que llegaba a su casa.
Todo se volvía tristeza, soledad y desconsuelo total. No había quien la pudiera hacer sentir mejor. Se ponía a llorar mares de lágrimas por Erick, y por más que se moviera cielo, mar y tierra, no se detenía la catástrofe. Hasta que un día me habló por teléfono:
—¿Al? —su voz estaba increíblemente alegre. Claro que con sus exageraciones y extraños cambios de humor no me habría extrañado que estuviera bien de la noche a la mañana un día de aquellos.
—¿Qué sucede? ¿Está todo bien?
—Eso no importa. ¿Recuerdas al chico al que le pedí la dirección de Erick?
—¿El tal Ian?
—Sí.
—¿Qué pasa con él?
—No ha dejado de llamarme ni mensajearme desde ése día. Me preguntó primero si pasaba algo malo con Erick, y le conté básicamente todo.
—¡Astrid!
—¿Qué?
—Es un completo extraño, no sabes cuáles son sus intenciones.
—El punto es. . . que es todo lindura y no insinúa nada, y parece ser un buen muchacho.
—Y se supone que sabes que es un buen muchacho porque. . .
—No dije que lo sé, sólo supongo.
—Te secuestrará y te violará.
—¡Alicia!
—¡Astrid!
—Deja de comportarte como mi madre.
—¿Es que no ves los noticieros? A diario muchachos engañan a chicas como nosotras y nos desaparecen por unas semanas, para que tiempo después nos encuentren muertas y violadas a la orilla de algún canal.
—¿Siempre tienes que ser tan aguafiestas?
—¿Siempre tienes que ser tan ciega?
—Púdrete.
—Después de ti, con mucho gusto —la verdad es que comenzábamos a llevarnos inusualmente demasiado bien, a pesar de que discutíamos, era una forma bastante cómoda de conversar entre nosotras.
—Se la ha pasado haciéndome sonreír, Alicia.
—Eso es lo que ellos hacen.
—No. Es diferente, no me promete cosas, ni nada que me haga sentir ilusiones. Simplemente es amigable y me hace sonreír.
— "Simplemente" no te precipites con nada que no debas ¿de acuerdo? —la mayoría de las veces Astrid se mostraba muy centrada, pero en cuanto a los muchachos se refería, siempre hacía cosas extrañas y tontas.
—Define "cosas que no deba" —Astrid tenía ciertos modos de expresarse y de usar su vocabulario de tal forma que lo que decía a las pocas semanas se contagiaba y las personas se expresaban igual a ella, en otras palabras: era muy manipuladora.
—No te metas con él. No lo conoces. No te quedes de ver en con él. No lo invites a ningún sitio. No te hagas su amiga Astrid.
—No me va a secuestrar Al.
—Lo dices con una increíble seguridad... No deberías ser tan ilusa.
—Púdrete.
—¿No te sabes otro insulto?
—Es que no es como los secuestradores.
—Y conoces a tantos... —El sarcasmo en mí se había hecho una costumbre.
—No hablo de eso... ¡Ay! ¡Me pones de malas! —los constantes berrinches de Astrid eran lo que siempre me alejaba de ella cuando me disponía a hablarle antes. Eran irritantes, pero había aprendido a sobrellevarlos a diario. Llevaba unos ocho meses de conocerla, y en todo ese tiempo apenas me había acostumbrado a sus peculiares despotriques— Si te pones a analizarlo, es como cualquier muchacho de su edad, sólo que más dulce y atento.
—Es un secuestrador...
—Está bien, lleguemos a un acuerdo: Si me pide que nos conozcamos entonces es un secuestrador, mientras tanto es sólo un muchacho atento que trata de ayudarme a sonreír mientras me deprimo por Erick, ¿de acuerdo?
—Bien. Como quieras. Debo irme, mañana es mi turno de exponer en clase de inglés.
—Ok.
—Hasta mañana. Y ¿Astrid?
—¿Qué?
—No lo digo por ser mandona o por molestarte, hablo por tu seguridad cuando te digo estas cosas: No te enredes con este muchacho.

Es una larga historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora