Prólogo.

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Londres, Inglaterra

Septiembre, 1814

Harry se apartó y se puso de rodillas. Observó el cuerpo de Daniella, blanco como el hielo, hermoso y misterioso, como sólo puede serlo el cuerpo de una mujer apenas iluminado por la luz de la luna en la oscuridad de la noche. Le rozó los pechos con los dedos.

— Eres exquisita— le dijo.


Daniella abrió los ojos y miró un buen rato al hombre que era su amante desde hacía cuatro meses.

— Sí— murmuró, sin saber de qué estaba hablando.

Con sus manos le acarició el pecho, palpó el vello crespo, la marcada musculatura y suspiró mientras jugueteaba con sus dedos en el abdomen, plano y ardiente. Al encontrarlo, Harry gimió.

— También eres insaciable— echó a reír con dolor. .

— Quizá— dijo,mientras continuaba acariciándolo —Pero tú también eres un hombre
lujurioso.

— Tienes razón— aseguró Harry y entró en ella con un fabuloso impulso. Ella se quedó sin aliento ante semejante sacudida, pero alzó su cuerpo para encontrar el de su amante. Él la sujetó de las caderas para acercarla aún más. Daniella cerró los ojos y apretó los labios. Harry salió de ella y observó su rostro en el que vio la decepción pintada en los ojos.

— Bestia— musitó. Cuando él volvió a llenarla, gimió y le abrazó las caderas con las piernas.

Él era su prisionero ahora, pensó mientras se henchía y penetraba aún más dentro de ella. Conocía bien ese cuerpo: los débiles temblores que le contraían los músculos del abdomen, la tensión espasmódica de sus muslos y sus glúteos, los gemidos que escapaban de su boca, crudos, terribles, reales. Pero él mantuvo su ritmo irregular, primero rápido y superficial, luego lento y profundo, cada vez más profundo. Hasta que ella gritó y le golpeó los hombros con sus puños.

— ¡Harry!

Él sonrió y le dijo con suavidad

— Está bien.

Su mano estaba ubicada entre los dos cuerpos; con sus sabios dedos la acariciaba. Y ella gemía, se sacudía, con los ojos perdidos en el rostro de él, ojos verdes brillando como preciosas esmeraldas y la frente brillante con sus rizos adheridos a causa de la transpiración. En ese momento, él se sintió profundamente solo pero dueño de un poder supremo. Nunca
desde los diecinueve años, desde que había aprendido cómo brindar placer a una mujer, había permitido que su amante quedara insatisfecha.
En realidad, no admitía simulaciones, y conocía demasiado bien a las mujeres para que lo engañaran. Vio que ella estaba rígida y agotada debajo de su cuerpo. Se había consumido de placer, y él se dejó ir, liberando su caudal.

— Bien— dijo, más para sí mismo que para ella, después de un momento, cuando su corazón había vuelto al ritmo normal—Creo que he hecho un buen ejercicio.

Daniella sonrió, la misma sonrisa femenina que había visto en todas las mujeres después del sexo. Volvió a sentir ese poder absoluto. Le acomodó el cabello, la besó ligeramente en los labios y se levantó.

Encendió una lámpara y, de rodillas, empezó a preparar el fuego.

— Hace frío esta noche— comentó unos minutos después mientras se lavaba con el agua de la vasija que se encontraba encima de la cómoda.

Daniella lo miraba. Tenía un cuerpo fornido delineado por las llamas que crecían desde la chimenea y por la delicada luz de la vela. Era un hombre apuesto, pensaba, con ese cabello en rizos espeso, casi negro. No era un negro azulado como el de los irlandeses que había conocido, ni tampoco negro carbón como el de ella que reflejaba la luz y emanaba destellos cobrizos. No, era espeso y de un negro profundo. Se enrulaba  al  llegar a la nuca.

Noche de Sombras |Harry Styles Fan Ficción|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora