El Profesor Lestrade era una belleza. Tras un perfecto cabello oscuro, con algunas canas que no debieran estar allí a tan corta edad, le escondían unos sublimes ojos chocolate que podían derretir a cualquiera. Su sonrisa era increíble, de blancos y perfectos dientes. Los incisivos eran un poco más grandes de lo que se habría esperado, pero eso sólo le daba una imagen de muchacho bonachón que le sentaba a la perfección. Su piel era preciosa, morena por la diaria exposición al sol. Mycroft tragó saliva tras permitirle a sus ojos seguir recorriendo el cuerpo del muchacho. No había palabras que pudieran describirlo con certeza. Era, sin embargo, lo más bello que había visto en su vida. Y estaba seguro que había visto demasiado como para permitirse la comparación.
Se presentó a sí mismo como Greg, y pidió ser llamado de esa forma. Luego, con un suave movimiento de su mano, lo invitó a sentarse en una de las gradas. Mycroft no podía pensar con claridad ante ese majestuoso cuerpo y ese tono de voz rasposo pero extrañamente agradable. Cuando pudo conectar sus neuronas para hilar una frase, le preguntó cuál era exactamente el problema con Sherlock.
Lestrade le manifestó que su pequeño hermano se negaba a realizar cualquier clase de actividad. Mycroft alzó una ceja, como explicando que esa situación no tenía nada de problemática para él. Greg rió y retomó su explicación, hablando con empeño y afecto de la importancia de realizar actividad física para la salud y principalmente, para afianzar los vínculos sociales de Sherlock. Y fue exactamente en ese punto, cuando demostró genuino interés y preocupación por la marcada soledad de su hermano menor, cuando Mycroft pudo al fin mirarlo fijamente a los ojos. A Greg parecía dolerle ver a Sherlock tan solo, se podía sentir ese dolor a través de las palabras del moreno.
Mycroft alzó su dedo índice para pedir la palabra. Explicó que Sherlock se desempeñaba como bailarín, explicando que podría conseguir un certificado si eso lograba eximirlo de las clases. Ante la negativa de Lestrade, continuó con su discurso de la importancia del cultivo de la mente sobre el cuerpo, haciendo hincapié en el hecho de que el deporte no le aportaría absolutamente nada a la futura carrera en Química de su hermano, y que lo consideraba una pérdida de tiempo importante.
La cara de Greg lentamente perdiendo su rostro amigable, transformando el gesto ameno en uno de profundo malestar. ¿Pérdida de tiempo? No, su pasión no era una pérdida de tiempo.
En primer lugar, porque hacer deporte lo había rescatado de las drogas y el alcohol cuando él tenía sólo 14 años y su madre lo abandonó para irse detrás de un hombre que no valía la pena. Segundo, porque gracias a sus habilidades en el campo de juego, tuvo una carrera y un futuro. Y tercero, porque estaba completamente convencido de que todos podían cambiar su destino, al igual que él lo había hecho. Ese pelirrojo pomposo no sabía absolutamente nada de lo que él había vivido, por lo que sus palabras sólo le provocaban repulsión. Hablaba desde un tonto estereotipo impuesto por mandatos sociales, en donde un deportista sólo cuenta con su cuerpo para salir adelante, y no con su cerebro.
Gruñó cuando se cansó de escucharlo. Ahora era su momento de hablar. Sin lugar a quejas, expuso que no daría el brazo a torcer. Sherlock sólo aprobaría el curso si tomaba la clase de deportes, como todos en esa institución.
Mycroft ladeó la cabeza, notando como el tono suavizado de su voz había desaparecido. Le regaló una pequeña sonrisa y preguntó si había algo que él pudiera hacer dentro de sus posibilidades para olvidar el tema. 'Lo que fuera necesario', agregó con un suave susurro.
Greg encontró en esa afortunada frase la oportunidad de demostrarle lo que un buen atleta podía hacer.
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Work, Work, Work
FanfictionSherlock tiene problemas en la escuela. Odia las clases de deportes. Mycroft siempre intenta solucionarlo todo. Y quizás ahora tenga una sabrosa recompensa. Éste fanfic participa del 'Reto Cumpleaños de Rupert Graves' del grupo Mystrade Is Real 4 Us...