Chapter 3

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Con un movimiento de su cabeza marcó el camino hacia su despacho, que en realidad era un pequeño cuarto dentro del estadio cubierto. Su escritorio estaba repleto de papeles, ya que odiaba completarlos y siempre dejaba ese tedioso trabajo para último momento. Se sentó en su cómodo sillón y abrió las piernas, indicándole a Holmes que se sentara en su regazo con una simple palmada en sus propios muslos. El pelirrojo alzó una ceja, algo confundido por la invitación. Ante la falta de reacción, Greg gruñó y saltó hacia él, aprisionando sus labios en un forzado beso. El moreno lo arrinconó entre su cuerpo y la pared, frotando su entrepierna contra una de esas bellísimas piernas que lo habían enloquecido. Mycroft le permitió el acceso en su boca, buscando con sus manos sus redondeados montes.

Greg trabó la puerta y depositó a Mycroft sobre la montaña de papeles, obligándolo a bajarse los pantalones y la ropa interior con fuertes tirones. Tras buscar una botella de lubricante en uno de sus cajones, le quitó la corbata al pelirrojo y con ella ató sus manos detrás de su espalda. Le separó las piernas y comenzó a prepararlo con rapidez, completamente ansioso por estar en su interior. De la garganta de Mycroft brotaban los sonidos más perfectos del universo. Los músculos del Gobierno Británico aprisionaban sus dedos de forma sublime, y no tardó mucho en ponerse completamente duro por tanta excitación. Se colocó un condón y lo penetró hasta el fondo, afirmándose con sus piernas. Tomó el nudo de la corbata y desde allí manejó el cuerpo de Mycroft, doblando sus rodillas para golpear su próstata en cada embestida. Azotó con ganas las preciosas nalgas del pelirrojo, mientras admiraba el paisaje de su cuerpo semidesnudo. Adoraba esa pálida piel, repleta de pecas; nunca creyó posible encontrar tantas en un solo cuerpo. Acarició una y otra vez sus caderas, gimiendo al sentirse prisionero por él, deleitándose con sus perfectos y guturales balbuceos. Cuando comenzó a sentir la tensión del orgasmo, obligó al pelirrojo a rodearlo con sus piernas, levantándolo en el aire y soportando el peso de ambos sobre sus piernas, moviendo las caderas frenéticamente. Ambos llegaron al orgasmo en forma conjunta, explotando en gritos de regodeo. El semen de Mycroft se esparció por todo el escritorio, manchando varios papeles. Greg volvió a dejarlo sobre la tierra, saliendo con cuidado de él para poder retirar el condón y limpiar el desorden.

Ambos estuvieron en silencio mientras se acomodaban. Mycroft retomó su postura frívola, aunque algo en su interior se removía, expectante. Cuando los ojos chocolate de Greg se posaron en los suyos, supo con certeza que no quería dejarlo ir. Reafirmó su petición de solidaridad hacia Sherlock, pero Lestrade se mostraba inalterable. De hecho, una enorme sonrisa había aparecido en su rostro.

- Si yo no hubiese sido deportista, no podría haberte follado de esa forma, Holmes –dijo con voz seductora- Mis piernas han refutado tu teoría anti – deporte...

Mycroft parpadeó repetidas veces, incómodo. Un fuerte sonrojo se apoderó de su rostro.

Jaque mate a favor de Lestrade.

Giró sobre sus talones y salió del lugar acomodando su corbata. Realmente deseaba que la tierra se lo tragara. Estaba a punto de llegar a la salida cuando escuchó unos pasos apresurados detrás de él. Se giró cuando escuchó su apellido en esa voz ronca que había despertado sus más bajos instintos. Allí estaba él, con su perfecto cabello y su sonrisa ideal, con un pequeño trozo de papel en la mano.

- Quizás quieras seguir discutiendo al respecto –dijo, dejando el papel en el bolsillo superior de su saco, dándole la espalda luego- ¡Llámame!

Mycroft grabó con detalle el movimiento de ese perfecto trasero alejándose de él.

Oh, sí. Definitivamente quería seguir discutiendo al respecto.

Le rogaría a Sherlock para que se mantuviera alejado de los deportes por el resto de su vida.

Work, Work, WorkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora