Íñigo

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Iñigo se ajusta las gafas después de haberse puesto el polo negro del trabajo. Abre la taquilla para guardar sus cosas y se mira en el pequeño espejo de la puerta. Frunce el ceño y se peina el pelo hacía atrás y luego hacia delante, sin tener muy claro como lo prefiere. Suspira y cierra la taquilla antes de salir hacia la tienda.

- Juancar ha dicho que te quedes en la caja 2, Íñigo. Bueno, como siempre, en realidad. - le dice su compañero Pablo. Íñigo le contesta con un gesto de cabeza y le mira sorprendido. Justo cuando está a punto de decir algo, Pablo le corta - Ya, ya, me he soltado el pelo. ¿Es que todos me lo váis a comentar? - pregunta con una sonrisa.

El muchacho de ojos azules mira hacia la caja y ve que no hay nadie esperando para pagar, así que se da una vuelta para ver si puede ayudar a alguien mientras tanto. Sin quererlo sus ojos se van hacia la sección de música clásica, pero allí no hay nadie. Mira hacia el techo de la tienda, entre triste y enfadado consigo mismo y decide volver a la caja.

- ¡Íñigo! - oye que le llama alguien por detrás. Se gira y ve a su otra compañera de trabajo, Irene, que se acerca a él. - Ha llegado ya el libro que pediste. - Íñigo mira el libro que Irene le da, "Música Clásica para Dummies" y siente que sus mejillas se sonrojan. - No sabía que estabas interesado por la música clásica, ¡si Pablo y tú sois los reyes del punk por aquí! - Irene se ríe y se va sin esperar respuesta. Íñigo lo agradece, no sabría cómo explicárselo.

Cuando llega a la caja mira el libro de reojo y sonríe mientras pone los ojos en blanco, pensando en lo tonto que puede llegar a ser a veces.

- Qué cojones. - se escucha decir a sí mismo. - Ya que lo he comprado, voy a leerlo. Quién sabe si algún día me servirá...

La tarde pasa tranquila y entre cliente y cliente Íñigo se sumerge en la lectura taaaaan apasionante que es la música clásica. "Si ya da pereza escucharla a veces, como para ponerse a leer sobre ella, tío... - le había comentado Pablo en una de sus idas y venidas. - Eres más raro que un perro verde."

De repente el muchacho nota cómo cambia el ambiente en la tienda. Centra la mirada en el libro, no quiere hacer ni el más mínimo movimiento, pero sabe que ha entrado. Y cuando pasan unos segundos prudenciales, se atreve a alzar la vista y le ve.

Lleva una camisa de cuadros amarilla, roja y morada. La barba tan arreglada como siempre. Y sus manos, ay sus manos, recorren los distintos discos y vinilos de música clásica. Se le queda mirando embobado hasta que el otro muchacho levanta la cabeza y sus miradas se cruzan. Íñigo vuelve rápidamente la vista hacia el libro, demasiado avergonzado como para mantenerle la mirada. Y niega con la cabeza lentamente, renegando.

Recuerda como hace un par de semanas había entrado por primera vez a la tienda y a él se le había parado el corazón. Recuerda que llevaba una camisa vaquera. Y también recuerda cómo movía las manos mientras le preguntaba a Pablo sobre un disco con piezas de Chopin. Y sus ojos. No había podido verlos muy de cerca, pero se imaginaba que eran preciosos.

Y durante esas dos semanas el chico había vuelto a la tienda todos los días. Normalmente pasaba media hora en la sección de música clásica y luego unos diez minutos en la sección de libros sobre música. Nunca compraba nada, así que Íñigo, para su suerte y desgracia al mismo tiempo, no había podido hablar con él nunca.

Pero no importaba, esos cuarenta minutos en los que los dos compartían espacio y tiempo eran más que suficientes para hacerle soñar despierto durante todo el día.

Por las noches se descubría pensando en universos paralelos donde los dos estaban juntos y enamorados, pero luego se acordaba de su alma de punk y se le pasaba, aunque no sin cierto dolor en su corazoncito.

Pasados unos minutos, vuelve a levantar la vista para mirarle y, para su sorpresa, ve que el chico sigue mirándole. Íñigo quiere morirse de la vergüenza. Aparta la mirada bruscamente y suspira agradecido cuando ve que una chica se acerca a la caja para pagar.

Mientras cobra a la mujer va lanzando miradas en la dirección del chico, que ya ha dejado de mirarle y sigue a lo suyo, mirando sus discos.

Cuando la chica se va, Íñigo ve que el chico tiene un disco en la mano y que no parece dispuesto a soltarlo. Como es normal, Íñigo comienza a hiperventilar solo de pensar que tiene que atenderle en caja. Y como es normal, Íñigo se asusta de que después de comprar el disco no vayan a verse nunca más.

Le sigue con la mirada disimuladamente. El chico se ha parado y está mirando el disco que tiene entre sus manos fijamente. Parece que está considerando si merece la pena o no. Al final parece ser que decide que no, porque lo vuelve a colocar en su sitio e Íñigo respira aliviado. Le ve irse hacia la sección de libros y mira sorprendido su reloj, sorprendido de que ya haya pasado media hora.

Punk ClásicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora