Desenlace

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Alberto se armó de valor y agarrando fuertemente el libro contra su pierna, caminó con decisión hacia la caja, donde Íñigo se encontraba. El trayecto se le hizo eterno y sintió que su boca se secaba y no era capaz de articular palabra. Cada vez podía ver a Íñigo más y más cerca y eso hacía que su respiración se volviese más y más entrecortada. Cuando por fin llegó a la caja y se encontró con Íñigo, sintió que el corazón se le iba a salir del pecho debido a los nervios. 

Los dos se quedaron estáticos, mirándose el uno al otro con atención, ninguno de los dos sin saber demasiado bien que decir. Alberto posó el libro en la mesa con más brusquedad de la que quería, lo que hizo que Íñigo reaccionase.

- Ehh, hola. - dijo con timidez después de aclararse la garganta. - ¿Solo... - Íñigo miró hacia el libro que había posado Alberto en el mostrador y no pudo más que abrir los ojos con gran asombro. - esto? 

Alberto dirigió su mirada hacia el libro y quiso morirse de la vergüenza cuando vio que era una biografía de los miembros de One Direction. Sus mejillas comenzaron a ponerse más rojas que él, que era muy rojo de por sí, y quiso que la tierra lo tragase. 

- Ehhh... Es para mi sobrina. - dijo finalmente, con un leve tartamudeo. - Va a ser su cumpleaños y... bueno... tiene trece años... Está en la edad... ya sabes. 

Íñigo sonrió disimuladamente y procedió a cobrarle. Las manos le temblaban, aunque se sentía un poco más tranquilo y relajado después de ese primer contacto. 

- Tú eres más de música clásica, ¿no? - se atrevió a preguntar, sin mirar a Alberto a los ojos. 

- Eh, sí, supongo... - no era verdad, pero Alberto tenía que disimular de alguna manera. - 

- ¿Qué opinas de... de la era del Romanticismo musical? - al ver que Alberto tardaba en contestar, se apresuró en añadir. - Mi compositor favorito es Chopin, me parece que tenía mucho... talento. 

Los dos se quedaron en silencio después de eso. Íñigo porque no sabía como continuar después de esa gran descripción que había hecho de Chopin y Alberto porque no tenía ni idea del Romanticismo ni de Chopin. 

- Sí, era... bueno. - comentó finalmente Alberto. 

Silencio. 

- Son 17,99, por favor. - dijo Íñigo, mirando al suelo.  Alberto sacó de su cartera un billete de 20 euros y se lo dio. Íñigo le devolvió el cambio y le metió en una bolsa el libro y el ticket. 

Garzón le dio las gracias tímidamente con la cabeza y se giró, dispuesto a irse y no volver nunca después del ridículo tan grande que acababa de hacer. 

- Espero que a tu sobrina le guste el libro. - escuchó que Íñigo decía.

Mientras Alberto salía de la tienda, Íñigo se quería morir. Tanto imaginarle, tanto pensarle, para nada. Cerró fuertemente "Música Clásica para Dummies"  y lo tiró en la papelera más cercana. Cerró los ojos y suspiró, intentando ordenar todos los pensamientos que se le agolpaban en la cabeza. Cuando volvió a abrir los ojos, vio que el chico volvía a entrar en la tienda y se acercaba a él. 

- Mira, lo siento, no tengo ni idea de música clásica. Vine aquí un día a comprarle a mi padre un disco que tenía unas piezas de Chopin y no lo encontré. Pero te vi y no sé por qué no podía dejar de pensar en ti. Así que volví al día siguiente, y al siguiente. Y hasta hoy. No tengo ninguna sobrina, este es el primer libro que he cogido de la estantería; simplemente quería una excusa para hablar contigo. Y he hecho el ridículo, porque claro tú probablemente pensarás que sé de música clásica porque vengo todos los días a la misma sección pero es porque es desde la que mejor te veo... - Alberto soltó su discurso de manera acelerada y sin mucho sentido. Solo quería sacarlo todo fuera y que fuese lo que tuviese que ser. 

Íñigo se quedó en silencio, intentando asimilar todo lo que el chico le había dicho. Era demasiada información que analizar y que procesar. Mientras su cabeza iba a toda prisa, se agachó, cogió el libro que acababa de tirar a la papelera y lo posó en el mostrador, enseñándoselo a Alberto. 

- Yo tampoco sé nada de música clásica. Pero como te veía siempre ahí... creía que tú sí y solo quería tener algo de lo que poder hablar contigo... 

Los dos se quedaron mirando y Alberto no pudo contener una carcajada. 

- Joder, qué imbéciles. 

- Ya ves... 

- Por cierto, me llamo Alberto. 

- Alberto, un placer. Ya era hora de poner nombre a tu cara. Yo soy Íñigo.

- Un nombre muy bonito. Encantado de que nos conozcamos al fin, Íñigo. 


Punk ClásicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora