Mi recuerdo más preciado

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Un hombre está sentado frente a su esposa. Ambos en el jardín, donde nadie puede descubrirlos, donde nadie puede verlos; las casas tienen suficiente distancia entre sí y Raúl lo agradece, porque así no pueden ver la posición actual de Susan.

-¿Sigues molesta? -No hubo respuesta- ¿Ni siquiera vas a contestarme? Solo quiero que reconsideres tus acciones; me tienes confundido, nunca sé cómo vas a reaccionar, ni tampoco que querrás de mí esta vez... Yo quiero entenderte...

El escritor y su musa, ambos destrozados, habían llegado a este punto por sus infructuosas decisiones, sus ingenuos deseos de encontrar y preservar el amor, estar en pareja, pertenecerle a alguien y que también alguien les pertenezca.

Sin respuesta, aquel hombre volvió a preguntarse por enésima vez ¿En qué momento la perdí? ¿En qué momento me perdí a mi mismo?

¿Cómo podría contestarse? ¿Dónde estaba la respuesta? Él no necesitaba mirar a lo largo de toda su vida, solo de sus últimos 26 años.

26 años de matrimonio

-¿Crees que éramos muy jóvenes? Solo teníamos 19 años cuando te lo pedí, pero yo estaba muy enamorado de ti -Raúl resolló y se limpió la nariz con la punta de su manga- ¿Fui muy impaciente? ¿Fue mi amor por ti tan ciego?

Eso era verdad. Estas dos personas se casaron jóvenes, ese no fue su pecado, su impaciencia y su inmadurez por otro lado, puede que si hayan sido las culpables.

Ninguno de ellos se vio con claridad, confundieron sus defectos con virtudes; ella pensó que la obsesividad, la terquedad y la despreocupación de aquel hombre era en realidad determinación, seguridad y serenidad y por su parte; él creyó que la caprichosa y voluble personalidad de Susan era más bien un poco obstinada e inquieta.

Ambos fueron unos tontos.

Y después subieron un escalón e hicieron algo más estúpido; siguieron adelante con su relación, a pesar del asco y lo irritante que resultaba estar en la compañía del otro, de la hipocresía en sus palabras de amor, del desgaste emocional que estaban sufriendo en silencio. Lo ignoraron hasta que ya no quedo otra que sacarlo a relucir.

Pero ¿Por qué fue? ¿Por qué la terquedad de quedarse juntos? Tal vez fue porque el status social de Raúl iba en aumento con el paso de los años y aquellos que habían dicho que no triunfaría en su sueño absurdo, se habían callado. Aunque también estaban los que dijeron que su matrimonio se iría a la basura y en su interior el escritor, para no admitir que tenían razón, para no sufrir un estrepitoso escándalo, decidio negar lo que estaba sucediendo, principalmente a él mismo.

Otra cosa que creció igual que la fama, fue el dinero y eso significaba tener muchas y mejores posibilidades, los medios para lograr lo que fuera y Susan no lo iba a desaprovechar. Gasto cuanto pudo y cuando quiso. Y al igual que él, por las apariencias y su negativa de abandonar sus caprichos, se negó, incluso a ella, lo que estaba pasando.

-¿Será que puedo contarte algo? Lo escribí ese día, me gustaría leértelo en voz alta.

En vez de la voz de Susan, lo que resonó, aunque sea en su cabeza, fue ¿En qué momento la perdí?

Ciertamente, él no se refería a su esposa.

Y entonces empezó a leer:

Domingo 24, Recuerdos.

Amaba tomar tu mano, para mí era como para los ciegos aprender a leer el braille (aunque para ti la mía era como tocar espinas)

Me fascinaba pasar tiempo contigo (creo que tú preferías pasar tiempo viendo televisión y salir de compras)

Besar tus labios fue el placer más grande que experimenté (¿Acaso lo hacías por compromiso?)

Perdía mi uso de razón cuando tocaba tu cintura y también lo hacían mis manos cada vez que tocaba más abajo (tus manos tocaban más las teclas de tu laptop que mis te...)

Escuchar tu voz, era el equivalente a escuchar el canto de un violín (para ti mi voz era como el insecticida para las cucarachas).

Me parecías la persona más hermosa del mundo (me lo pareces más ahora que estás muerta).

Lo que ahora me parece hermoso, es la imagen en mi cabeza de tus ojos inyectados en sangre al mirarme, tu rostro ruborizado, tus uñas pintadas de negro rasgando mi rostro al acariciarlo y tus venas saltando alegres de tanto amor por la presión que apliqué en tu cuello.

¿En qué momento la perdí?

Raúl se refería a la cordura.

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