I.

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El día de su sentencia de muerte había llegado tan pronto como se lo imaginó, y es que de esa forma se refería a lo que sería su traslado al orfanato

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El día de su sentencia de muerte había llegado tan pronto como se lo imaginó, y es que de esa forma se refería a lo que sería su traslado al orfanato. Su Omega gritaba ante la horrorosa idea de pensar en la crueldad con que la vida actuaba sobre él. Indefenso, perdido, somnoliento, y por sobretodo, aislado, esas eran las palabras perfectas que describían su estado.

Estaba a minutos de enfrentar la realidad: Pasar los años siguientes alejado de todo, de aquello que alguna vez tuvo y que le fue arrebatado cuando se presentó como Omega y sus padres decidieron que lo mejor para él era ser encerrado en un lugar alejado de su hogar, y pasar el resto de su adolescencia allí. 

Louis no conocía las razones reales del porqué lo hacían. Solo sabía que era por un bien común. Había intentado persuadir a su padre para sacarle información y que desistiera de la decisión que había tomado, pero fracasaba cada vez que intentaba hablar con él, como aquella vez cuando entró a la oficina de su padre sin importarle si éste recibía visitas o no esa mañana. Exigió respuestas claras, lo apuntó con el dedo, pero nada cambió. Su padre usó la voz de Alfa para callarlo, y finalmente rendido salió del lugar, corriendo después para ir a llorar en los brazos de su madre Omega.

Louis no creía ser merecedor de tal castigo ni tampoco el tener que vivir en una cárcel, porque eso era un orfanato, una cárcel para Omegas como él.

Dos horas habían pasado desde que vio por última vez a sus progenitores. Un Alfa pasó por él y lo metió en un coche a la fuerza, después de haber intentado huir cuando el hombre metía el equipaje en el maletero, y es que Louis había intentado lo más mínimo para no ir. Fingió estar contagiado de una enfermedad que él mismo inventó, intentó escapar varias veces a medianoche desde la ventana de su cuarto, aseguró la puerta de su habitación con candados extras, y lo peor de todo, intentó quitarse la vida con fármacos que resultaron ser caramelos multivitamínicos.

"Apestas, niño" se sobresaltó en su puesto cuando oyó la voz de un hombre; era el Alfa que lo miraba a través del espejo retrovisor. "Puedo oler tu miedo. Será mejor que lo controles."

Louis asintió asustado y volvió a acurrucarse sobre el asiento trasero para volver a mirar por la ventana, como lo había estado haciendo todo el viaje. 

El Alfa tenía razón, y es que pensar en cosas como intentar abrir la puerta del coche para escapar, poniendo en peligro su vida, no estaba ayudando en lo absoluto, solo lograba aumentar más su miedo. Tampoco el pensar en todo lo que estaba perdiendo: Su hogar, esa casa grande en donde había sido criado; los abrazos acogedores de mamá, los paseos con su padre por el jardín de tulipanes, el aroma del pan recién horneado que despertaba su apetito al amanecer, y la comodidad con la que vivía antes de enterarse de su exilio al orfanato.

Se asustó más cuando lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, y las limpió con su dedo pulgar, aguantando al mismo tiempo el nudo que se formaba en su garganta. No quería que el hombre lo regañara una vez más, mucho menos que le viera llorar, porque un Alfa desconocido siempre era de temer. Entonces recordó las palabras que alguna vez salieron de la boca de su padre: "Nunca confíes en un Alfa que no conoces en lo absoluto, pero como buen Omega nunca pierdas el respeto hacia ellos."

The Hidden Alpha » LarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora