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Me miro los zapatos, veo cómo una fina capa de cenizas se deposita sobre el cuero gastado. Aquí es donde estaba la cama que compartía con mi hermana Prim. Allí estaba la mesa de la cocina. Los ladrillos de la chimenea, que se derrumbaron formando una pila achicharrada, sirven de punto de referencia para moverme por la casa. ¿Como si no iba a orientarme en este mar de color gris? No queda casi nada del distrito 12. Hace un mes, las bombas del capitolio arrastraron las casas de los humildes mineros del carbón de la veta, las tiendas de la ciudad e incluso el edificio de justicia. La única zona que que se libró de la incineración fue la aldea de los vencedores, aunque no se bien por qué. Quiza para que los visitantes del capitolio que tuvieran que pasar por aqui sin mas remedio contaran con un sitio agradable en el que alojarse: algun que otro periodista; un comite que evaluara las condiciones de las minas; una patrulla de agentes de la paz encargada de atrapar a los refugiados que volviera casa... pero yo soy la unica que ha vuelto,solo para una breve visita. las autoridades del distrito 13 estaban en contra de que lo hiciera, lo veian como una empresa costosa y sin sentido, teniendo en cuenta que estos momentos hay unos 12 aerodeslizadores sobre mi, protegiendome, y ninguna informaciónvaliosa que obtener. Sin embargo, tenía que verlo, tanto que lo convertí en unacondición indispensable para aceptar colaborar con ellos.Finalmente, Plutarch Heavensbee, el Vigilante Jefe que había organizado alos rebeldes en el Capitolio, alzó los brazos al cielo y dijo: «Dejadla ir. Mejorperder un día que perder otro mes. Quizá un recorrido por el 12 es lo que necesitapara convencerse de que estamos en el mismo bando».El mismo bando. Noto un pinchazo en la sien izquierda y me la aprieto con lamano; es justo donde Johanna Mason me dio con el rollo de alambre. Losrecuerdos giran como un torbellino mientras intento dilucidar qué es cierto y quéno. ¿Cuál ha sido la sucesión de acontecimientos que me ha llevado hasta lasruinas de mi ciudad? Es difícil porque todavía no me he recuperado de los efectosde la conmoción cerebral y mis pensamientos tienden a liarse. Además, losmedicamentos que me dan para controlar el dolor y el estado de ánimo a veces mehacen ver cosas. Supongo. Aún no estoy del todo convencida de que alucinara lanoche que vi el suelo de la habitación del hospital convertido en una alfombra deserpientes en movimiento.Utilizo una técnica que me sugirió uno de los médicos: empiezo con las cosasmás simples de lasque estoy segura y voy avanzando hacia las más complicadas.La lista empieza a darme vueltas en la cabeza:«Me llamo Katniss Everdeen. Tengo diecisiete años. Mi casa está en el Distrito12. Estuve en los Juegos del Hambre. Escapé. El Capitolio me odia. A Peeta locapturaron. Lo creen muerto. Seguramente estará muerto. Probablemente seamejor que esté muerto...»- Katniss. ¿Quieres que baje? -me dice mi mejor amigo, Gale, a través delintercomunicador que los rebeldes me han obligado a llevar. Está arriba, en uno delos aerodeslizadores, observándome atentamente, listo para bajar en picado si algova mal.Me doy cuenta de que estoy agachada con los codos sobre los muslos y lacabeza entre las manos. Debo de parecer al borde de un ataque de nervios. Eso nome vale, no cuando por fin empiezan a quitarme la medicación.Me pongo de pie y rechazo su oferta.- No, estoy bien.Para dar más énfasis a la afirmación, empiezo a alejarme de mi antigua casa yme dirijo a la ciudad. Gale pidió que lo soltaran en el 12 conmigo, pero no insistiócuando me negué. Comprende que hoy no quiero a nadie a mi lado, ni siquiera aél. Algunos paseos hay que darlos solos.El verano ha sido abrasador y más seco que la suela de un zapato. Apenas hallovido, así que los montones de ceniza dejados por el ataque siguenprácticamente intactos. Mis pisadas los mueven de un lado a otro; no hay brisa quelos desperdigue. Mantengo la mirada fija en lo que recuerdo como la carretera, yaque cuando aterricé en la Pradera no tuve cuidado y me di contra una roca. Sinembargo, no era una roca, sino una calavera. Rodó y rodó hasta quedar bocaarriba, y durante un buen rato no pude evitar mirarle los dientes preguntándome dequién serían, pensando en que los míos seguramente tendrían el mismo aspecto encircunstancias similares.Sigo la carretera por costumbre, pero resulta ser una mala elección porque estácubierta de los restos de los que intentaron huir. Algunos están incinerados porcompleto, aunque otros, quizá vencidos por el humo, escaparon de lo peor de lasllamas y yacen en distintas fases de apestosa descomposición, carroña paraanimales, llenos de moscas. «Yo te maté -pienso al pasar junto a una pila-. Y a ti.Y a ti.»Porque lo hice, fue mi flecha, lanzada al punto débil del campo de fuerza querodeaba la arena, lo que provocó esta tormenta de venganza, lo que hizo estallarel caos en Panem.Oigo en mi cabeza lo que me dijo el presidente Snow la mañana queempezábamos la Gira de la Victoria: «Katniss Everdeen, la chica en llamas, haencendido una chispa que, si no se apaga, podría crecer hasta convertirse en elincendio que destruya Panem». Resulta que no exageraba ni intentaba asustarme.Quizá intentara pedirme ayuda de verdad, pero yo ya había puesto en marcha algoque no podía controlar.«Arde, sigue ardiendo», pienso, entumecida. A lo lejos, los incendios de lasminas de carbón escupen humo negro, aunque no queda nadie a quien le importe.Más del noventa por ciento de la población ha muerto. Los ochocientos restantesson refugiados en el Distrito 13, lo que, por lo que a mí respecta, es como decir quehemos perdido nuestro hogar para siempre.Sé que no debería pensarlo, sé que debería sentirme agradecida por la formaen que nos han recibido: enfermos, heridos, hambrientos y con las manos vacías.Aun así, no consigo olvidarme de que el Distrito 13 fue esencial para la destruccióndel 12. Eso no me absuelve, hay culpa para dar y tomar, pero sin ellos no habríaformado parte de una trama mayor para derrocar al Capitolio ni habría contado conlos medios para lograrlo.Los ciudadanos del Distrito 12 no poseían un movimiento de resistenciaorganizada propio, no tenían nada que ver con esto. Les tocó la mala suerte de sermis conciudadanos. Es cierto que algunos supervivientes creen que es buena suertelibrarse del Distrito 12 por fin, escapar del hambre y la opresión, de las peligrosasminas y del látigo de nuestro último jefe de los agentes de la paz, RomulusThread. Para ellos es asombroso tener un nuevo hogar ya que, hasta hace poco, nisiquiera sabíamos que el Distrito 13 existía.En cuanto a la huida de los supervivientes, todo el mérito es de Gale, aunqueél se resista a aceptarlo. En cuanto terminó el Vasallaje de los Veinticinco (encuanto me sacaron de la arena), cortaron la electricidad y la señal de televisión delDistrito 12, y la Veta se quedó tan silenciosa que los habitantes escuchaban loslatidos del corazón del vecino. Nadie protestó ni celebró lo sucedido en el campode batalla, pero, en cuestión de quince minutos, el cielo estaba lleno deaerodeslizadores que empezaron a soltar bombas.Fue Gale el que pensó en la Pradera, uno de los pocos lugares sin viejas casasde madera llenas de polvo de carbón. Llevó a los que pudo hacia allí, incluidasPrim y mi madre. Formó el equipo que derribó la alambrada (que no era más queuna inofensiva barrera metálica sin electricidad) y condujo a la gente al bosque.Los guió hasta el único lugar que se le ocurrió, el lago que mi padre me enseñó depequeña, y desde allí contemplaron cómo las llamas lejanas se comían todo lo queconocían en este mundo.Al alba, los bomberos se habían ido, los incendios morían y los últimosrezagados se agrupaban. Prim y mi madre habían montado una zona médica paralos heridos se intentaban tratar los con lo que encontraban por el bosque. Gale teníados juegos de arco y flechas, un cuchillo de cazar, una red de pescar y más deochocientas personas aterradas que alimentar. Con la ayuda de losmássanos, seapañaron durante tresdías. Entonceslossorprendió la llegada del aerodeslizadorque losevacuó al Distrito 13, donde había alojamientoslimpiosy blancosde sobrapara todos, mucha ropa y trescomidasal día. Losalojamientostenían ladesventaja de estar bajo tierra, la ropa era idéntica y la comida relativamenteinsípida, pero para losrefugiadosdel 12 eran detallesmenores. Estaban a salvo;cuidaban de ellos; seguían vivosy losrecibían con losbrazosabiertos.Aquel entusiasmo se interpretó como amabilidad, pero un hombre llamadoDalton, un refugiado del Distrito 10 que había logrado llegar al 13 a pie hacíaalgunosaños, me contó el verdadero motivo: «Te necesitan. Me necesitan. Nosnecesitan a todos. Hace un tiempo sufrieron una especie de epidemia de varicelaque mató a bastantesy dejó estérilesa muchosmás. Ganado para cría, así escomonosven». En el 10 trabajaba en uno de losranchosde ganado conservando ladiversidad genética de lasresescon la implantación de embrionesde vacacongelados. Seguramente tiene razón sobre el 13, porque no se ven muchosniñospor allí, pero ¿y qué? No nosencierran en corrales, nosforman para trabajar y losniñosvan a la escuela. Losque tienen másde catorce añoshan recibido rangosmilitaresy se dirigen a ellosrespetuosamente, llamándolos«soldados». Todoslosrefugiadoshan recibido automáticamente la ciudadanía.Sin embargo, losodio. Aunque, claro, ahora odio a casi todo el mundo. Sobretodo a mí.La superficie que piso se vuelve másdura y, bajo la capa de cenizas, noto losadoquinesde la plaza. Alrededor del perímetro hay un borde de basura dondeantesestaban lastiendas. Una pila de escombrosennegrecidosocupa el lugar delEdificio de Justicia. Me acerco al sitio donde creo que estaba la panadería de lafamilia de Peeta; no queda mucho, salvo el bulto fundido del horno. LospadresdePeeta, susdoshermanosmayores..., ninguno llegó al 13. Menosde una docena delosque anteseran losmáspudientesdel Distrito 12 escaparon del incendio. Enrealidad, a Peeta no le queda nada aquí. Salvo yo...Retrocedo para alejarme de la panadería, tropiezo con algo, pierdo elequilibrio y me encuentro sentada en un pedazo de metal calentado por el sol. Mepregunto qué sería antes, hasta que recuerdo una de lasrecientesrenovacionesdeThread en la plaza: cepos, postespara latigazosy esto, losrestosde la horca. Malo.Esto esmalo. Me trae lasimágenesque me atormentan, tanto despierta comodormida: Peeta torturado por el Capitolio (ahogado, quemado, lacerado,electrocutado, mutilado, golpeado) para sacarle una información sobre losrebeldesque él desconoce. Aprieto losojoscon fuerza e intento llegar a él a travésdecientosde kilómetrosde distancia, enviarle mispensamientos, hacerle saber que noestá solo. Pero lo está, y yo no puedo ayudarlo.Salgo corriendo. Me alejo de la plaza y voy al único lugar que no ha destruidoel fuego. Paso junto a lasruinasde la casa del alcalde, donde vivía mi amigaMadge. No sé nada de ella ni de su familia. ¿Losevacuaron al Capitolio por elcargo de su padre o losabandonaron a lasllamas? Lascenizasse levantan a mialrededor, así que me subo el borde de la camiseta para taparme la boca. No meahoga pensar en lo que estoy respirando, sino pensar en a quien estoy respirando.La hierba está achicharrada y la nieve gristambién cayó aquí, pero lasdocebellascasasde la Aldea de losVencedoresestán intactas. Entro rápidamente en lacasa en la que viví el año pasado, cierro la puerta de golpe y me apoyo en ella.Parece que no ha cambiado nada. Está limpia y el silencio resulta escalofriante.¿Por qué he vuelto al 12? ¿De verdad me va a ayudar esta visita a responder a lapregunta de la que no puedo huir?«¿Qué voy a hacer?», susurro a lasparedes, porque yo no tengo ni idea.Todosme hablan, hablan, hablan sin parar. Plutarch Heavensbee, sucalculadora ayudante Fulvia Cardew, un batiburrillo de líderesde losdistritos,dirigentesmilitares..., pero no Alma Coin, la presidenta del 13, que se limita amirar. Tiene unoscincuenta añosy un pelo grisque le cae sobre loshombroscomouna sábana. Su pelo me fascina por ser tan uniforme, por no tener ni un defecto, niun mechón suelto, ni siquiera una punta rota. Tiene losojosgrises, aunque nocomo losde la gente de la Veta; son muy pálidos, como si leshubieran chupadocasi todo el color. Son del color de la nieve sucia que estásdeseando que sederrita del todo.Lo que quieren esque asuma por completo el papel que me han diseñado: elsímbolo de la revolución, el Sinsajo. No basta con todo lo que he hecho en elpasado, con desafiar al Capitolio en losJuegosy despertar a la gente. Ahora tengoque convertirme en el líder real, en la cara, en la voz, en la personificación de larevuelta. La persona con la que losdistritos(la mayoría en guerra abierta contra elCapitolio) pueden contar para incendiar el camino hacia la victoria. No tendré quehacerlo sola, tienen a un equipo completo de personaspara arreglarme, vestirme,escribir misdiscursosy orquestar misapariciones(como si todo eso no me sonarahorriblemente familiar), y yo sólo tengo que representar mi papel. A veceslosescucho y a vecesme limito a contemplar la línea perfecta del pelo de Coin y aintentar averiguar si esuna peluca. Al final salgo de la habitación porque lacabeza me duele, porque ha llegado la hora de comer o porque, si no salgo alexterior, podría ponerme a gritar. No me molesto en decir nada, simplemente melevanto y me voy.Ayer por la tarde, cuando cerraba la puerta para irme, oí a Coin decir: «Osdijeque tendríamosque haber rescatado primero al chico». Se refería a Peeta, y nopodría estar másde acuerdo con ella. Él si que habría sido un portavoz excelente.Y, en vez de eso, ¿a quién pescaron en la arena? A mí, que no quierocooperar. Y a Beetee, el inventor del 3, a quien apenasveo porque lo llevaron aldepartamento de desarrollo armamentístico en cuanto pudo sentarse. Literalmente,empujaron su cama con ruedashasta una zona de alto secreto y ahora sólo sale devez en cuando para comer. Esmuy listo y está muy dispuesto a colaborar con lacausa, pero no tiene mucha madera de instigador. Luego está FinnickOdair, el sexsymbol del distrito pescador que mantuvo vivo a Peeta en la arena cuando yo nopodía. A él también quieren transformarlo en un líder rebelde, aunque primerotendrán que conseguir que permanezca despierto durante másde cinco minutos.Incluso cuando está consciente, tienesque decirle lascosastresvecespara que lelleguen al cerebro. Losmédicosdicen que espor la descarga eléctrica recibida enla batalla, pero yo sé que esbastante máscomplicado. Sé que Finnickno puedecentrarse en nada de lo que sucede en el 13 porque intenta con todassusfuerzasver lo que sucede en el Capitolio con Annie, la chica loca de su distrito, la únicapersona a la que ama en este mundo.A pesar de tener seriasreservas, tuve que perdonar a Finnickpor su parte en laconspiración que me trajo hasta aquí. Al menosél entiende un poco por lo queestoy pasando. Además, hace falta mucha energía para permanecer enfadada conalguien que llora tanto.Me muevo por la planta baja con pasosde cazadora, reacia a hacer ruido.Recojo algunosrecuerdos: una foto de mispadresen su boda, un lazo azul paraPrim, y el libro familiar de plantasmedicinalesy comestibles. El libro se abre poruna página con floresamarillasy lo cierro rápidamente, ya que laspintó el pincelde Peeta.«¿Qué voy a hacer?»¿Tiene sentido hacer algo? Mi madre, mi hermana y la familia de Gale estánpor fin a salvo. En cuanto al resto del 12, o están muertos, lo que esirreversible, oprotegidosen el 13. Eso deja a losrebeldesde losdistritos. Obviamente, odio alCapitolio, pero no creo que convertirme en el Sinsajo beneficie a losque intentanderribarlo. ¿Cómo voy a ayudar a losdistritossi cada vez que me muevo consigoque alguien sufra o muera? El hombre al que dispararon en el Distrito 11 por silbar;lasrepercusionesen el 12 cuando intervine para que no azotaran a Gale; miestilista, Cinna, al que sacaron a rastras, ensangrentado e inconsciente, de la salade lanzamiento antesde losJuegos. Lasfuentesde Plutarch creen que lo matarondurante el interrogatorio. El inteligente, enigmático y encantador Cinna estámuerto por mi culpa. Aparto la idea porque esdemasiado dolorosa para detenerseen ella sin perder mi ya de por sí frágil control de la situación.«¿Qué voy a hacer?»Convertirme en el Sinsajo...¿Supondría máscosasbuenasque malas? ¿Enquién puedo confiar para que me ayude a responder a esa pregunta? Sin duda, noen la gente del 13. Lo juro, ahora que mi familia y la de Gale están a salvo, no meimportaría huir. Sin embargo, me queda un trabajo inacabado: Peeta. Si supieracon certeza que está muerto, desaparecería en el bosque sin mirar atrás. Sinembargo, hasta que lo haga, estoy bloqueada.Me vuelvo al oír un bufido. En la entrada de la cocina, con el lomo arqueado ylasorejasaplastadas, se encuentra el gato másfeo del mundo.- Buttercup.Milesde personasmuertas, pero él ha sobrevivido e incluso parece bienalimentado. ¿De qué? Puede entrar y salir de la casa por una ventana que siempredejamosentornada en la despensa. Habrá estado comiendo ratonesde campo; meniego a considerar la alternativa.Me agacho y le ofrezco una mano.- Ven aquí, chico.No esprobable, está furioso por su abandono. Además, no le ofrezco comida, ymi habilidad para proporcionarle sobrassiempre ha sido lo único que me dabapuntosante él. Durante un tiempo, cuando losdosnosencontrábamosen la viejacasa porque a ninguno nosgustaba la nueva, creí que noshabíamosunido unpoquito. Está claro que se acabó el vínculo. Se limita a parpadear, cerrando susdesagradablesojosamarillos.- ¿Quieresver a Prim? -le pregunto.El sonido le llama la atención, ya que esla única palabra que significa algopara él aparte de su propio nombre. Deja escapar un maullido oxidado y se acerca,así que lo recojo del suelo, lo acaricio, me acerco al armario, saco la bolsa de cazay lo meto dentro sin másni más. No tengo otra forma de transportarlo en elaerodeslizador, y mi hermana le tiene muchísimo aprecio al bicho. Por desgracia,su cabra, Lady, un animal que sí que valía algo, no ha aparecido.Oigo en el intercomunicador a Gale diciéndome que tenemosque volver, perola bolsa de caza me ha recordado otra cosa que quería recuperar. La cuelgo en elrespaldo de una silla y subo corriendo lasescalerasen dirección a mi dormitorio.Dentro del armario está la chaqueta de cazador de mi padre. Antesdel Vasallaje latraje aquí desde la casa vieja pensando que su presencia consolaría a mi madre y ami hermana cuando muriese. Si no la hubiera traído, habría acabado convertida encenizas.El suave cuero me reconforta y, durante un instante, me calman losrecuerdosde lashoraspasadasbajo ella. Entonces, sin razón aparente, empiezan a sudarmelasmanosy una extraña sensación me sube por la nuca. Me vuelvo para observarel cuarto, pero está vacío; todo está en su sitio, no se oye nada alarmante. ¿Qué es,entonces?Me pica la nariz. Esel olor: empalagoso y artificial. Una mancha blanca asomadel jarrón lleno de floressecasque hay sobre mi cómoda. Me acerco conprecaución y allí, apenasvisible entre susprotegidasprimas, hay una rosa blancarecién cortada. Perfecta hasta la última espina y el último pétalo de seda.Y sé al instante quién me la ha enviado.El presidente Snow.Cuando empiezo a sentir arcadaspor el hedor, retrocedo y me largo. ¿Cuántotiempo lleva aquí? ¿Un día? ¿Una hora? Losrebeldesrevisaron la Aldea de losVencedoresantesde que me permitieran venir; buscaban explosivos, micrófonosocualquier cosa extraña, pero quizá la rosa no lespareció digna de mención. A mísí.Bajo lasescalerasy cojo la bolsa de la silla dejando que rebote en el suelo,hasta que recuerdo que está ocupada. Una vez en la entrada hago señalescomoloca al aerodeslizador, mientrasButtercup se retuerce en su encierro. Le doy uncodazo, cosa que no sirve másque para enfurecerlo. El vehículo se materializasobre mí y deja caer una escalera. Me subo a ella y la corriente me paraliza hastaque llego a bordo.Gale me ayuda a bajar de la escalera.- ¿Estásbien?- Sí -respondo, y me limpio el sudor de la cara con la manga.Quiero gritar que Snowme ha dejado una rosa, pero no estoy segura de quesea buena idea compartir la información con alguien como Plutarch delante. Enprimer lugar, porque me haría sonar como una loca, como si me lo hubieraimaginado, lo cual esposible, o como si reaccionara exageradamente, lo que mesupondría un billete de vuelta a la tierra farmacéutica de lossueñosde la que estoyintentando salir. Nadie lo entenderá del todo, no entenderán que no essólo unaflor, ni siquiera una flor del presidente Snow, sino una promesa de venganza; nohabía nadie en el estudio con nosotroscuando me amenazó antesde la Gira de laVictoria.Esa rosa blanca como la nieve colocada en mi cómoda esun mensajepersonal para mí. Significa que tenemosun asunto inacabado. Susurra: «Puedoencontrarte, puedo llegar hasta ti, quizá te esté observando en estosprecisosinstantes».
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Juegos Del Habré Sinsajo
General Fictionparte 2 karnal perdonar las faltas de ortografia no se como funciona esto asi que lo hago por seguridad saben es la historia como va en el libro