los juegos del hambre sinsajo Parte 3: asesinos

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 Hasta ahora no había visto nunca a Boggsenfadado de verdad, ni cuandodesobedecí susórdenes, ni cuando le vomité encima, ni siquiera cuando Gale lerompió la nariz. Pero cuando vuelve de su conversación telefónica con lapresidenta está enfadado. Lo primero que hace esordenar a la soldado Jackson, susegunda al mando, que establezca una guardia de dospersonasdurante lasveinticuatro horasdel día para vigilar a Peeta. Despuésme lleva a pasear y nosmetemospor lastiendasde campaña hasta dejar atrásal pelotón.- Intentará matarme de todasformas-digo-. Sobre todo aquí, donde hay tantosmalosrecuerdosque pueden dispararlo.- Yo lo contendré, Katniss-me asegura Boggs.- ¿Por qué Coin quiere verme muerta ahora?- Niega que tenga esa intención -responde.- Pero sabemosque la tiene. Al menostendrásuna teoría.Boggsme mira con atención un buen rato antesde responder:- Te contaré lo que sé. A la presidenta no le gustas, nunca le hasgustado. Ellaquería rescatar a Peeta de la arena, pero nadie másestaba de acuerdo. La cosa sepuso peor cuando la obligaste a conceder la inmunidad a losdemásvencedores.Sin embargo, podría haberlo dejado pasar en vista de lo útil que hassido.- Entonces, ¿qué es? -insisto.- Esta guerra terminará en algún momento del futuro próximo. Necesitarán unnuevo líder -dice Boggs.- Boggs, nadie me verá como líder -respondo, poniendo losojosen blanco.- No, esverdad, pero apoyarása alguien. ¿Sería a la presidenta Coin? ¿Oseríaa otra persona?- No lo sé, no he pensando en ello.- Si tu respuesta automática no esCoin, te conviertesen una amenaza. Ereselrostro de la rebelión, quizá tengasmásinfluencia que nadie. De cara al exterior tehaslimitado a tolerarla.- Así que me matará para cerrarme la boca -respondo, y sé que escierto encuanto lo digo.- Ahora no te necesita para levantar a lasmasas. Como dijo, ya hastenidoéxito en tu objetivo, que era unir a losdistritos-me recuerda Boggs-. Estaspropospodrían hacerse sin ti. Sólo queda una cosa que puedashacer para avivar larebelión.- Morir -respondo en voz baja.- Sí, darlesun mártir por el que luchar. Pero eso no pasará bajo mi mando,soldado Everdeen. Me he propuesto que disfrutesde una larga vida.- ¿Por qué? -le pregunto, porque algo así sólo puede traerle problemas-. No medebesnada.- Porque te lo hasganado -responde-. Y ahora, vuelve con tu pelotón.Sé que debería agradecer que Boggsarriesgue el cuello por mí, pero la verdadesque estoy frustrada. Esdecir, ¿ahora cómo voy a robarle el holo y desertar?Antesle debía la vida, por lo que ya me resultaba complicado traicionarlo. Ahorale debo otra cosa más.Me pone furiosa ver al culpable de mi actual dilema montando su tienda ennuestra zona.- ¿A qué hora esmi guardia? -le pregunto a Jackson.Ella entrecierra losojospara mirarme con cada de duda, o quizá sea queintenta verme.- No te he puesto en la rotación.- ¿Por qué no?- No estoy segura de que seascapaz de disparar a Peeta si se diera el caso.Hablo bien alto para que todo el pelotón pueda oírme con claridad:- No voy a disparar a Peeta, Peeta se ha ido, como dijo Johanna. Sería comodisparar a cualquier otro muto del Capitolio.Me sienta bien decir algo horrible sobre él en voz alta, en público, despuésdetodaslashumillacionespor lasque me ha hecho pasar desde que regresó.- Bueno, esa clase de comentariostampoco son una buena recomendación -responde Jackson.- Ponla en la rotación -oigo decir a Boggsdetrásde mí.Jackson sacude la cabeza y toma nota.- De medianoche a cuatro -me dice-. Estásconmigo.Entoncessuena el silbato de la cena, yGale y yo nosponemosen fila en lacantina.- ¿Quieresque lo mate? -me pregunta sin rodeos.- Sólo serviría para que nosenviaran de vuelta -respondo; de todosmodos,aunque estoy furiosa, la brutalidad de su oferta me inquieta-. Puedo manejarlo.- ¿Te refieresa que puedesmanejarlo hasta que te vayas? ¿Tú, tu mapa enpapel y, si consiguesponerle lasmanosencima, también un holo?Así que a Gale no se le han escapado mispreparativos. Espero que no hayanresultado igual de obviospara el resto, aunque ninguno me conoce como él.- No estaráspensando en dejarme atrás, ¿verdad? -me pregunta.Hasta este momento sí lo pensaba, pero tener a mi compañero de cazaguardándome lasespaldasno suena mal.- Como tu compañera de armas, debo recomendarte encarecidamente que tequedescon tu pelotón, aunque no puedo impedir que vengas, ¿verdad?- No -responde él, sonriendo-. A no ser que quierasque avise al resto elejército.El pelotón 451 y el equipo de televisión recogemosnuestra cena de la cantinay nosreunimosen un tenso círculo para comer. Al principio me parece que Peetaesla causa del malestar, pero, al final de la cena, me doy cuenta de que másdeuno me ha mirado con mala cara. Lascosashan cambiado de golpe, porque estoybastante segura de que, cuando apareció Peeta, todosestaban preocupadospor lopeligroso que pudiera ser, sobre todo para mí. Sin embargo, hasta que no recibouna llamada de teléfono de Haymitch, no acabo de entenderlo.- ¿Qué intentashacer? ¿Provocarlo para que te ataque? -me pregunta.- Claro que no, sólo quiero que me deje en paz.- Bueno, puesno puede, no despuésde lo que el Capitolio le hizo pasar. Mira,quizá Coin lo enviara con la esperanza de que te matase, pero Peeta no lo sabe.No entiende lo que le ha pasado, así que no deberíasculparlo...- ¡No lo culpo!- ¡Sí que lo haces! Lo castigasuna y otra vez por cosasque no están bajo sucontrol. Obviamente, no estoy diciendo que no tengastu arma con el cargadorlleno al lado todo el tiempo, pero creo que ha llegado el momento de que le desla vuelta a la situación en tu cabeza. Si el Capitolio te hubiera capturado ysecuestrado, para despuésintentar asesinar a Peeta, ¿esasí como te trataría él? -pregunta Haymitch.Me callo. No lo es. Así no escómo me trataría, en absoluto. Intentaríarecuperarme a cualquier precio. No me haría el vacío, ni me abandonaría, ni merecibiría con hostilidad en todo momento.- Tú y yo hicimosun trato para intentar salvarlo, ¿recuerdas? -dice Haymitch;como no respondo, desconecta despuésde un seco-: Intenta recordarlo.El día de otoño pasa de fresco a frío. Casi todo el pelotón se arrebuja en sussacosde dormir. Algunosduermen al raso, cerca de la estufa del centro delcampamento, mientrasotrosse retiran a sustiendas. Leeg 1 se ha derrumbado porfin y llora la muerte de su hermana; nosllegan sussollozosahogadosa travésde lalona. Me acurruco en mi tienda y medito sobre laspalabrasde Haymitch. Me doycuenta, avergonzada, de que mi fijación por asesinar a Snowme ha permitido nohacer caso de un problema mucho másdifícil: intentar rescatar a Peeta del mundode sombrasen el que lo ha encerrado el secuestro. No sé cómo encontrarlo, por nohablar de cómo sacarlo. Ni siquiera soy capaz de concebir un plan. Hace que latarea de cruzar una arena llena de trampas, localizar a Snowy meterle una bala enla cabeza parezca un juego de niños.A medianoche salgo a rastrasde la tienda y me coloco en un taburete cerca dela estufa para hacer guardia con Jackson. Boggsle dijo a Peeta que durmierafuera, a plena vista, donde losdemáspudiéramosvigilarlo. No está dormido, sinosentado con el saco subido hasta el pecho, haciendo torpesnudosen un trocito decuerda. Lo conozco bien, esel trozo de cuerda que Finnickme prestó aquellanoche en el búnker. Verlo en susmanosescomo oír a Finnickrepetir lo queHaymitch me ha dicho, que he abandonado a Peeta. Éste podría ser un buenmomento para empezar a remediarlo. Si pudiera pensar en algo que decir...Sinembargo, no se me ocurre nada, así que me callo. Dejo que el ruido de larespiración de lossoldadosllene la noche.Al cabo de una hora, Peeta dice:- Estosdosúltimosañosdeben de haberte resultado agotadores, todo el ratointentando decidir si me matabaso no. Una y otra vez. Una y otra vez.Me parece que está siendo muy injusto y mi primer impulso esdecir algocortante, pero recuerdo mi conversación con Haymitch e intento dar un primer pasode prueba hacia Peeta.- Nunca quise matarte, salvo cuando creí que ayudabasa losprofesionalesamatarme. Después, siempre te consideré...un aliado.Esuna palabra segura, sin connotacionesemotivas, pero tampocoamenazadora.- Aliada -repite Peeta lentamente, saboreando la palabra-. Amiga. Amante.Vencedora. Enemiga. Prometida. Objetivo. Muto. Vecina. Cazadora. Tributo.Aliada. La añadiré a la lista de palabrasque uso para intentar entenderte -responde, enrollando y desenrollando la cuerda en susdedos-. El problema esqueya no distingo lo que esreal de lo que esinventado.No se oye ninguna respiración profunda, lo que significa que o todosse handespertado o que, en realidad, nunca han estado dormidos. Sospecho lo segundo.La voz de Finnicksale de un bulto entre lassombras.- Puespregunta, Peeta. Eslo que hace Annie.- ¿A quién? ¿En quién puedo confiar?- Bueno, en nosotros, para empezar. Somostu pelotón -responde Jackson.- Soismisguardias-puntualiza Peeta.- Eso también, pero salvaste muchasvidasen el 13. Nunca lo olvidaremos.En el silencio posterior, intento imaginar no ser capaz de distinguir la ilusiónde la realidad, no saber si Prim o mi madre me quieren, si Snowesmi enemigo, sila persona que está al otro lado de la estufa me salvó o me sacrificó. Mi vida seconvierte rápidamente en una pesadilla. De repente quiero decir a Peeta todo loque sé sobre él, sobre mí y sobre cómo acabamosaquí, pero no sé cómo empezar.No sirvo para nada, absolutamente para nada.Unoscuantosminutosantesde lascuatro, Peeta se vuelve otra vez hacia mí ydice:- Tu color favorito...¿esel verde?- Sí -respondo, y entoncesse me ocurre algo que añadir-. Y el tuyo eselnaranja.- ¿Naranja? -repite él, poco convencido.- No el naranja chillón, sino el suave, como una puesta de sol -respondo-. Almenos, eso me dijiste una vez.- Ah -responde él, y cierra losojosun momento, quizá para intentar imaginaresa puesta de sol; despuésasiente-. Gracias.Pero me salen máspalabras.- Erespintor. Erespanadero. Te gusta dormir con lasventanasabiertas. Nuncale ponesazúcar al té. Y siempre le hacesdosnudosa loscordonesde loszapatos.Despuésme meto en la tienda antesde hacer alguna estupidez, como llorar,por ejemplo.Por la mañana, Gale, Finnicky yo salimosa disparar a loscristalesde algunosedificiospara que lo graben losde la televisión. Cuando volvemosal campamento,Peeta está sentado en un círculo con lossoldadosdel 13, que están armadosperohablan con él abiertamente. A Jackson se le ha ocurrido un juego llamado «real ono» para ayudar a Peeta: él menciona algo que cree que ha pasado, y ellosledicen si escierto o imaginario, ademásde añadir una breve explicación.- Casi toda la gente del 12 murió en el incendio.- Real. Menosde novecientosde lostuyosllegaron vivosal 13.- El incendio fue culpa mía.- No. El presidente Snowdestruyó el 12 igual que hizo con el 13, para enviarun mensaje a losrebeldes.Me parece una gran idea hasta que me doy cuenta de que soy la única quepuede confirmar o negar la mayoría de lascosasque másle preocupan. Jacksonnosdivide en turnos. Organiza lasparejasde modo que Gale, Finnicky yo estemossiempre con algún soldado del 13. Así, Peeta tendrá acceso a alguien que loconozca de manera máspersonal. No esuna conversación fluida. Peeta pasamucho tiempo meditando cualquier información por trivial que parezca, como, porejemplo, dónde compraba el jabón la gente del 12. Gale le cuenta muchascosassobre nuestrosdistrito; Finnickesel experto en losdosJuegosde Peeta, ya que fuementor en el primero y tributo en el segundo. Sin embargo, como la principalconfusión de Peeta gira en torno a mí (y no esfácil explicarlo todo), nuestrosintercambiosson dolorosose intensos, a pesar de que sólo tocamoslosdetallesmássuperficiales: el color de mi vestido en el 7; que prefiero lospanecillosde queso; elnombre de nuestro profesor de matemáticascuando éramospequeños...Reconstruir susrecuerdosde mí esespantoso. Quizá ni siquiera sea posible despuésde lo que le hizo Snow, aunque creo que intentar ayudarlo eslo máscorrecto.Al día siguiente, por la tarde, nosnotifican que todo el pelotón deberepresentar una propo bastante complicada. Peeta tenía razón en algo: Coin yPlutarch no están contentoscon la calidad de lasgrabacionesque obtienen delpelotón estrella. Son muy aburridas, poco inspiradoras. La respuesta obvia esquelo único que nospermiten hacer esjugar con nuestrasarmas. Sin embargo, no setrata de defendernos, sino de ofrecer un buen producto, así que hoy noshan dejadouna manzana especial para la filmación. Incluso tiene un par de vainasactivas:una dispara una lluvia de balas; la otra envuelve en una red al invasor y lo atrapapara su posterior interrogatorio o ejecución, según laspreferenciasdel captor. Encualquier caso, se trata de una manzana residencial sin importancia y sin valorestratégico digno de mención.El equipo de televisión debe hacer que el peligro parezca mayor, y para esosoltará bombasde humo y añadirá disparosmediante efectosde sonido. Nosvestimoscon todaslasproteccionesposibles, incluso losdel equipo de televisión,como si fuéramosal corazón de la batalla. A losque tenemosarmasespecialesnospermiten llevarlasjunto con lasde fuego. Boggstambién devuelve a Peeta lapistola, aunque se asegura de decirle en voz alta que está cargada con balasdefogueo.Peeta se encoge de hombros.- No pasa nada, soy mal tirador.Parece concentrado en observar a Pollux, tanto que llega a resultarpreocupante, hasta que, finalmente, lo resuelve y empieza a hablar con muchonerviosismo:- Eresun avox, ¿verdad? Lo noto por la forma de tragar. Había dosavoxconmigo en prisión, Dariusy Lavinia, pero losguardiascasi siempre losllamaban«lospelirrojos». Habían sido nuestroscriadosen el Centro de Entrenamiento, asíque losdetuvieron. Vi cómo lostorturaban hasta matarlos. Ella tuvo suerte, usarondemasiado voltaje y su corazón se paró de golpe. Con él tardaron días. Logolpearon y le fueron cortando partesdel cuerpo. Le preguntaban una y otra vez,pero él no podía hablar, sólo hacía unoshorriblessonidosanimales. No queríaninformación, ¿sabes? Sólo querían que yo lo viera.Aturdidos, vemosque Peeta mira a su alrededor como si esperara unarespuesta. Como nadie se la da, pregunta:- ¿Real o no? -La falta de respuesta lo inquieta todavía más-. ¡¿Real o no?! -exige saber.- Real -dice Boggs-. Al menos, por lo que sé, es...real.- Eso pensaba -responde Peeta, dejando caer loshombros-. El recuerdo noera...brillante.Se aleja del grupo mascullando algo sobre dedosy pies.Me acerco a Gale y apoyo la frente sobre la protección de su pecho; él meabraza con fuerza. Por fin sabemosel nombre de la chica que el Capitolio se llevódel bosque del 12, y el destino de nuestro amigo, el agente de la paz que intentómantener con vida a Gale. No esmomento para rememorar losrecuerdosfelicescon ellos; han muerto por mi culpa. Losañado a mi lista personal de fallecimientosa causa de la arena, una lista en la que ya hay milesde personas. Cuando levantola vista, veo que Gale se lo ha tomado de otra manera. Su expresión me dice quele van a faltar montañasque aplastar y ciudadesque destruir; promete muerte.Con el truculento relato de Peeta en mente, atravesamoslascallesllenasdecristalesrotoshasta llegar al objetivo, la manzana que debemostomar. Esunobjetivo real, aunque pequeño. Nosreunimosalrededor de Boggspara examinar laproyección holográfica de la calle. La vaina de losdisparosestá situada a un terciodel recorrido, justo encima del toldo de un edificio. La podemosactivar con balas.La de la red está al final, casi en la siguiente esquina. Para ésa necesitaremosquealguien dispare el mecanismo del sensor. Todosse presentan voluntariossalvoPeeta, que no parece saber bien qué está pasando. No me escogen a mí; meenvían con Messalla, que me maquilla un poco para losprimerosplanos.El pelotón se coloca según lasórdenesde Boggsy esperamosa que Cressidaponga también a loscámarasen suspuestos. Losdosestán a nuestra izquierda,Castor grabando la parte delantera y Pollux por detrás, de modo que no se grabenel uno al otro. Messalla lanza un par de bombasde humo para crear atmósfera.Como esto estanto una misión como una grabación, estoy a punto de preguntarquién está al mando, si mi comandante o mi directora, cuando Cressida grita:- ¡Acción!Avanzamosmuy despacio por la calle envuelta en niebla, como en uno denuestrosejerciciosde la Manzana. Todostienen al menosuna sección de ventanasque volar en pedazos, pero a Gale le toca el blanco de verdad. Cuando activa lavaina, todosnoscubrimos(nosprotegemosen portaleso nostiramosal suelo, sobrelosbonitosadoquinesnaranjasy rosas), mientrasuna lluvia de balaspasa volandopor encima de nosotros. Al cabo de un rato, Boggsnosordena avanzar.Cressida nosdetiene antesde levantarnosporque necesita algunosprimerosplanos. Nosturnamospara repetir nuestrasreacciones: caemosal suelo, ponemosmuecasy noslanzamoshacia algún hueco. Se supone que esun tema serio, perotodo resulta un poco ridículo, sobre todo al descubrir que no soy la peor intérpretedel pelotón, ni de lejos. Nosreímosun montón cuando Mitchell intenta proyectar suidea de la desesperación, que consiste en apretar losdientesy mover lasaletasdela nariz; Boggsnosregaña.- Ya está bien, cuatro, cinco, uno -dice en tono serio, aunque veo que intentareprimir una sonrisa mientrascomprueba de nuevo la siguiente vaina.Coloca el holo para captar mejor la luz en medio de la bruma. Todavía nosestá mirando cuando su pie izquierdo da un paso atrás, pisa el adoquín naranja ydispara la bomba que le arranca laspiernas.

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