los juegos del hambre sinsajo Parte 2: el asalto

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 El grito comienza en la parte másbaja de la espalda y me sube por el cuerpohasta quedarse atascado en la garganta. Me quedo muda como un avox, ahogadapor la pena. Aunque pudiera soltar losmúsculosdel cuello y dejar que el sonidorasgara el espacio, ¿se daría alguien cuenta? La sala está alborotada, todospreguntan y exigen, intentando descifrar el significado de laspalabrasde Peeta:«Y tú...en el 13...¡Mañana estarásmuerta!». Pero nadie pregunta por la sangrederramada antesde que llegara la estática.Una voz silencia a lasdemás:- ¡Callaos! -dice, y todosmiran a Haymitch-. ¡No esningún misterio! El chico hadicho que nosvan a atacar. Aquí, en el 13.- ¿Cómo puede tener esa información?- ¿Por qué vamosa confiar en él?- ¿Cómo lo sabes?Haymitch gruñe, frustrado.- Lo están machacando mientrashablamos-replica-. ¿Qué másnecesitáis?¡Katniss, échame una mano!Me sacudo para lograr liberar laspalabras.- Haymitch tiene razón. No sé de dónde habrá sacado Peeta losdatosni si esverdad, pero él lo cree. Y le están...-No soy capaz de decir en voz alta lo queSnowle está haciendo.- No lo conocéis-le dice Haymitch a Coin-. Nosotrossí. Prepara a tu gente.La presidenta no parece alarmada por el giro de losacontecimientos, sólo algoperpleja. Reflexiona sobre laspalabrasdando golpecitoscon un dedo en el bordedel cuadro de control que tiene delante. Cuando habla, se dirige a Haymitch convoz templada:-Obviamente, estamospreparadospara esa posibilidad, aunque variasdécadasde experiencia apoyan la hipótesisde que sería contraproducente para elCapitolio atacar directamente al 13. Losmisilesnuclearesliberarían radiación a laatmósfera, y eso tendría unasconsecuenciasmedioambientalesincalculables.Incluso un bombardeo rutinario podría dañar gravemente nuestro complejo militar,y sabemosque ellosdesean recuperarlo. Además, por supuesto, estarían dandolugar a un contraataque. Esposible que, dada nuestra actual alianza con losrebeldes, lo consideren un riesgo aceptable.- ¿Tú crees? -dice Haymitch; se pasa un poco de sincero, aunque lassutilezasde la ironía no suelen captarse en el 13.- Sí. En cualquier caso, ya nostocaba un simulacro de emergencia de nivelcinco. Procedamosal bloqueo.Empieza a escribir rápidamente en su teclado para autorizar la decisión. Encuanto levanta la cabeza, empieza el movimiento.He vivido dossimulacrosde nivel bajo desde que llegué al 13. No recuerdomucho del primero porque estaba en cuidadosintensivosy creo que lospacientesdel hospital estaban perdonados, ya que lascomplicacionesque suponía sacarnosde allí para un simulacro superaban a losbeneficios. Apenasfui consciente de unavoz mecánica que pedía a la gente que se reuniera en laszonasamarillas. Duranteel segundo, uno de nivel dospensado para crisismenores(como cuarentenastemporalesmientrascomprobaban si losciudadanosse habían contagiado duranteuna epidemia de gripe), teníamosque regresar a nuestrosalojamientos. Me quedédetrásde una tubería de la lavandería y no hice caso de lospitidosque salían delosaltavocesmientrasobservaba cómo una araña tejía su red. Ninguna de lasdosexperienciasme preparó para lasescalofriantessirenasque se apoderan del distritoy me rompen lostímpanos. No hay manera de pasar de este sonido, parecediseñado para provocar la histeria de la población. Sin embargo, estamosen eldistrito 13, así que eso no pasa.Boggsnossaca a Finnicky a mí de la sala de mando, y noslleva por el pasillohasta una puerta y lasampliasescalerasque hay detrás. Gruposde personasconvergen en un río que fluye hacia abajo. Nadie grita ni empuja para intentaradelantar. Ni siquiera losniñosse resisten. Descendemos, planta trasplanta, ensilencio, porque no se oye nada con este sonido. Busco a mi madre y a Prim, peroesimposible ver másallá de losciudadanosque me rodean. En cualquier caso, lasdosestán trabajando en el hospital esta noche, así que seguirán el protocolo.Se me taponan losoídosy me pesan lospárpados. Estamosa la profundidadde una mina. La única ventaja esque, cuanto másnosinternamosen la tierra,menosagudasson lassirenas. Escomo si estuvieran diseñadaspara hacernoshuirde la superficie; de hecho, seguramente lo están. La gente se va dividiendo porgrupospara meterse por puertascon distintasmarcas, pero Boggsme sigueconduciendo abajo hasta que, por fin, lasescalerasterminan al borde de unaenorme caverna. Empiezo a entrar, y Boggsme detiene y me indica que debopasar mi horario por delante de un escáner para que me cuenten. Sin duda, lainformación irá a algún ordenador para asegurarse de que no falte nadie.Escomo si este lugar no acabara de decidir si esnatural o artificial. Algunaszonasde lasparedesson de piedra, mientrasque otrasestán muy reforzadasconvigasde acero y hormigón. Han excavado lasparedesde roca para hacer literas.Hay una cocina, bañosy un puesto de primerosauxilios. El refugio está diseñadopara una estancia prolongada.Hay unoscartelesblancoscon letraso númerosrepartidospor toda la caverna.Boggsnosestá diciendo a Finnicky a mí que vayamosal área que coincida con elnombre de nuestrosalojamientos(en mi caso, la E, por el compartimento E),Plutarch se para a nuestro lado.- Ah, aquí estáis-comenta.Losúltimosacontecimientosno han hecho mella en el humor de Plutarch, quesigue contento desde el éxito del asalto a lasondasde Beetee. Ve el bosque, nolosárboles, ni tampoco el castigo de Peeta, ni el inminente bombardeo sobre el13.- Katniss, sé que esun mal momento para ti con lo del contratiempo de Peeta,pero debessaber que losdemáste estarán observando.- ¿Qué? -contesto; no puedo creerme que reduzca lascircunstanciasde Peetaa un contratiempo.- Lasdemáspersonasdel búnker se fijarán en ti para saber cómo reaccionar. Site muestrastranquila y valiente, losotrostambién intentarán serlo. Si te entra elpánico, podría propagarse como un incendio -me explica mientrasme limito amirarlo-. El fuego se propaga, por así decirlo -sigue, como si yo no lo pillara.- ¿Por qué no finjo que me graban y ya está, Plutarch?- ¡Sí! Perfecto. Siempre se esmásvaliente delante de una audiencia -responde-. ¡Mira el valor que acaba de demostrar Peeta!Me contengo para no abofetearlo.- Tengo que regresar con Coin antesdel bloqueo. ¡Sigue trabajando así! -medice, y se larga.Me dirijo a la enorme letra E que han puesto en la pared. Nuestro espacioconsiste en un cuadrado de cuatro por cuatro metrosde suelo de piedra delineadomediante rayaspintadas. En la pared hay doscatres(una de nosotrasdormirá en elsuelo) y un espacio con forma de cubo a nivel del suelo para almacenamiento.Encuentro un trozo de papel blanco forrado de plástico transparente en el que dice:«Protocolo del búnker». Me quedo mirando fijamente lospuntitosnegrosde lahoja. Durante un instante se oscurecen por culpa de lasgotasde sangre residualesque no logro borrar de mi retina. Poco a poco consigo centrarme en laspalabras. Elprimer apartado se titula: «Al llegar».«1. Asegúrese de que todoslosmiembrosde su compartimento esténpresentes.»Mi madre y Prim todavía no han llegado, pero he sido de lasprimerasen llegaral búnker, así que seguramente estarán ayudando a reubicar a lospacientesdelhospital.«2. Vaya al puesto de suministrosy recoja un paquete para cada miembro desu compartimento. Prepare su zona de alojamiento. Devuelva lospaquetes.»Echo un vistazo a la caverna hasta que localizo el puesto de suministros, unasala profunda que se distingue por un mostrador. Hay gente esperando detrásde él,pero todavía no se ve mucha actividad. Me acerco, doy la letra de nuestrocompartimento y pido trespaquetes. Un hombre comprueba una hoja, saca lospaquetesde la estantería y me lospasa por encima del mostrador. Despuésdeecharme uno a la espalda y cargar con losotrosdosen lasmanos, me vuelvo ydescubro que se está formando un grupo rápidamente detrásde mí.- Perdón -digo mientrasatravieso la cola.¿Será coincidencia o tendrá razón Plutarch? ¿Me estará usando esta gente demodelo a seguir?De vuelta en nuestro espacio abro uno de lospaquetesy veo que hay uncolchón finito, sábanas, dosconjuntosde ropa gris, un cepillo de dientes, un peiney una linterna. Al examinar el contenido de losotrospaquetesdescubro que laúnica diferencia aparente esque contienen uniformesgrisesy blancos. Serán paraPrim y mi madre, por si tienen que realizar funcionesmédicas. Despuésde hacerlascamas, guardar la ropa y devolver lasmochilas, no tengo nada que hacer másque seguir la última norma:«3. Espere instrucciones.»Me siento en el suelo con laspiernascruzadasa esperar. Un flujo continuo depersonasllena la habitación, reclama susespaciosy recoge lossuministros. Dentrode nada estará lleno. Me pregunto si Prim y mi madre pasarán la noche en el sitioal que hayan llevado a lospacientes, aunque no lo creo, porque estaban en la listadel compartimento. Justo cuando empiezo a ponerme nerviosa, aparece mi madre.Miro detrásde ella y sólo veo un mar de desconocidos.- ¿Dónde está Prim? -le pregunto.- ¿No está aquí? Se suponía que iba a bajar directamente desde el hospital.Se fue diez minutosantesque yo. ¿Dónde está? ¿Adónde puede haber ido?Aprieto losojosun momento para seguir su rastro como si fuera una presa. Laveo reaccionar a lassirenas, correr a ayudar a lospacientes, asentir cuando lehacen un gesto para que baje al búnker y vacilar en lasescaleras, indecisa. Pero¿por qué?Abro losojosde golpe.- ¡El gato! ¡Ha vuelto a por él!-Oh, no -dice mi madre.Lasdossabemosque he acertado. Avanzamoscontra corriente, empujando atodo el mundo para intentar salir del búnker. Másadelante, veo que se preparanpara cerrar lasgruesaspuertasmetálicas. Lasruedasde metal giran por ambosladoshacia dentro. De algún modo sé que, una vez se sellen, nada en el mundoconvencerá a lossoldadosde que lasabran. Quizá ni siquiera puedan hacerlo.Empujo a diestro y siniestro mientraslesgrito que esperen. El espacio entre laspuertasse reduce a un metro, a medio metro; sólo quedan unoscentímetroscuando meto la mano por la rendija.- ¡Abridla! ¡Dejadme salir! -grito.Lossoldadosparecen consternadoscuando hacen girar un poquito lasruedasen dirección contraria, no lo suficiente para permitirme pasar, pero sí para evitaraplastarme losdedos. Aprovecho la oportunidad para meter el hombro en el hueco.- ¡Prim! -aúllo.Mi madre suplica a losguardiasmientrasyo intento salir.- ¡Prim!Entoncesoigo unasdébilespisadasen lasescaleras.- ¡Ya llegamos! -oigo gritar a mi hermana.- ¡Sostén la puerta! -añade Gale.- ¡Ya vienen! -digo a losguardias, y ellosabren laspuertasunostreintacentímetros.Sin embargo, no me atrevo a moverme (me da miedo que nosdejen a todosfuera) hasta que aparece Prim con lasmejillasenrojecidasde la carrera y Buttercupen losbrazos. La meto dentro, y despuésa Gale, que apretuja un montón deequipaje para meterlo en el búnker. Laspuertasse cierran con un fuerte sonidometálico.- ¿En qué estabaspensando? -espeto a Prim mientrasla sacudo con rabia;despuésla abrazo, aplastando a Buttercup entre losdos.Prim ya tiene la explicación preparada:- No podía dejarlo atrás, Katniss, otra vez no. Deberíashaberlo visto dandovueltaspor el cuarto mientrasaullaba. Él había vuelto para protegernos.- Vale, vale.Respiro hondo un par de vecespara calmarme, doy un paso atrásy levanto aButtercup por el pellejo del cuello.- Tendría que haberte ahogado cuando tuve la oportunidad.Él aplasta lasorejasy levanta la pata, pero le suelto un bufido antesde quepueda hacerlo él, cosa que parece molestarle un poco, ya que considera que bufaressu expresión de desdén patentada. Para vengarse suelta un maullido de gatitodesvalido que hace que mi hermana salga inmediatamente en su defensa.-Oh, Katniss, no le chinches-dice, abrazándolo-. Ya está lo bastante asustado.La idea de herir lossentimientosdel bruto del gato sólo sirve para que tengaganasde seguir, pero Prim está preocupada de verdad por él, así que me dedico aimaginar el pellejo de Buttercup como forro de un par de guantes, imagen que meha ayudado a tratar con él durante todosestosaños.- Vale, lo siento. Estamosbajo esa gran E de la pared. Será mejor que loinstalemosantesde que se le vaya la olla.Prim se aleja corriendo y me encuentro cara a cara con Gale, que lleva la cajade suministrosmédicosde nuestra cocina del 12, el lugar de nuestra últimaconversación, beso, discusión, lo que fuera. También se ha echado al hombro mibolsa de caza.- Si Peeta está en lo cierto, no habrían sobrevivido -me explica.Peeta, sangre como gotitasde lluvia en la ventana, como lodo mojado en lasbotas.-Graciaspor...todo -respondo, aceptando el equipaje-. ¿Qué hacíasennuestrashabitaciones?- Echar un vistazo, por si acaso. Estamosen la cuarenta y siete, si me necesitas.Casi todosse retiran a suszonascuando se cierran laspuertas, así que me voya nuestro nuevo hogar con al menosquinientaspersonasobservándome. Intentoparecer muy tranquila para compensar mi frenética carrera de obstáculosa travésde la multitud, aunque no engaño a nadie; se acabó lo de sentar ejemplo. Bueno,¿qué másda? En cualquier caso, todospiensan que estoy loca. Un hombre al quecreo que tiré al suelo me mira a losojosy se restriega el codo con cara deresentido. Estoy a punto de bufarle.Prim ha instalado a Buttercup en el catre de abajo, arropado en una manta demodo que sólo le asoma la cara. Le gusta protegerse así de lostruenos, la únicacosa que lo asusta de verdad. Mi madre pone su caja con cuidado en el cubo. Mepongo en cuclillasy apoyo la espalda en la pared para ver qué ha logrado sacarGale en mi bolsa de caza: el libro de lasplantas, la chaqueta de caza, la foto deboda de mispadresy loscontenidospersonalesde mi cajón. Mi insignia está en eltraje de Cinna, pero aquí tengo el medallón de oro, y el paracaídasplateado conla espita y la perla de Peeta. Guardo la perla haciendo una bolsita con la esquinadel paracaídasy lo meto en el fondo de la bolsa, como si fuera la vida de Peeta ynadie pudiera quitársela mientrasyo la proteja.El débil sonido de lassirenasse corta de repente. La voz de Coin sale por elsistema de altavocesdel distrito y nosda lasgraciaspor haber evacuado de maneratan ejemplar losnivelessuperiores. Enfatiza que no se trata de un simulacro, yaque esposible que Peeta Mellark, el vencedor del Distrito 12, haya hecho unareferencia televisada a un ataque sobre el 13 esta misma noche.Entoncescae la primera bomba. Primero notamosel impacto, seguido de unaexplosión que me resuena en losórganosinternos, en el revestimiento de losintestinos, en la médula de loshuesosy lasraícesde losdientes. «Vamosa morirtodos», pienso. Levanto la mirada esperando ver cómo surgen grietasgigantescasen el techo y cómo nosllueven encima lostrozosde roca, pero el búnker sólo seestremece un poco. Se apagan laslucesy experimento la desorientación propia deuna oscuridad completa. Sonidoshumanossin palabras(chillidosespontáneos,respiracionesalteradas, gemidosde bebé, una nota musical de risa histérica)recorren el aire cargado de tensión. Despuésse oye el zumbido de un generador yun tenue resplandor tembloroso sustituye a la luz brillante del 13. Esmássimilar alo que teníamosen nuestroshogaresdel 12, donde lasvelasy el fuego ardían enlasnochesde invierno.Localizo a Prim en la penumbra, le pongo una mano en la pierna y me acercoa ella. Su voz permanece firme mientrascanturrea para Buttercup:- No pasa nada, bonito, no pasa nada. Estaremosbien aquí abajo.Mi madre nosabraza a lasdos, y me permito ser joven durante un instante ydescansar la cabeza en su hombro.- No tiene nada que ver con lasbombasdel 8 -comento.- Seguramente será un misil para búnker -dice Prim con voz tranquilizadora porel bien del gato-. Noslo enseñaron en la orientación para nuevosciudadanos.Están diseñadospara penetrar en lo másprofundo de la tierra antesde estallar,porque no tiene sentido bombardear el 13 en la superficie.- ¿Nucleares? -pregunto, notando un escalofrío.- No tiene por qué. Algunossólo llevan un montón de explosivos, aunque...podría ser, supongo.La penumbra hace que sea difícil ver lasgruesaspuertasmetálicasal final delbúnker. ¿Nosprotegerían de un ataque nuclear? Y, aunque fueran eficacesal cienpor cien contra la radiación, lo que espoco probable, ¿podríamossalir de estelugar algún día? La idea de pasar lo que me queda de vida en esta cripta depiedra me horroriza. Quiero salir corriendo como una loca hacia laspuertasy exigirque me dejen salir para enfrentarme a lo de fuera. No tiene remedio, no medejarían salir y quizá dé lugar a una estampida.- Estamostan abajo que seguro que no nospasa nada -dice mi madre con unhilo de voz. ¿Está pensando en que mi padre voló en pedazosdentro de la mina?-.Pero ha faltado poco, graciasal cielo que Peeta ha tenido la oportunidad deavisarnos.La oportunidad, un término general que incluye todo lo que le ha supuesto darla alarma: losconocimientos, el momento, el valor y algo másque no sé definir.Peeta parecía librar una especie de batalla interna en su cabeza, luchaba por sacarel mensaje. ¿Por qué? Su mayor talento esla capacidad para manipular laspalabras. ¿Le han quitado eso con la tortura? ¿Esotra cosa? ¿Se ha vuelto loco?La voz de Coin, quizá un pelín máslúgubre que antes, resuena en el búnker; elvolumen hace que tiemblen lasluces:- Al parecer, la información de Peeta Mellarkera buena y tenemosuna grandeuda de gratitud con él. Losdetectoresindican que el primer misil no era nuclear,aunque sí muy potente. Esperamosque lleguen más. Durante todo el ataque, losciudadanospermanecerán en suszonasasignadasa no ser que se lesindique locontrario.Un soldado le dice a mi madre que la necesitan en el puesto de primerosauxilios. Ella esreacia a dejarnos, a pesar de que no se alejará ni treinta metros.- No nospasará nada, de verdad -le digo- Lo tenemosa él para protegernosañado, señalando a Buttercup, que me suelta un bufido tan poco entusiasta quenoshace reír. Hasta a mí me da pena.Despuésde que mi madre se vaya, le sugiero a Prim:- ¿Por qué no subesa la cama con él, Prim?- Sé que esuna tontería..., pero me da miedo que la litera se noscaigaencima durante el ataque.Si se caen lasliterasesporque se ha caído el búnker y nosha enterradodebajo. Sin embargo, decido que su lógica quizá nosayude, así que limpio elcubo de almacenamiento y le preparo una cama dentro al gato. Despuéscolocouno de loscolchonesdelante para compartirlo con mi hermana.Nosdan permiso para ir al baño en grupospequeñosy lavarnoslosdientes,aunque lasduchasse cancelan hasta mañana. Me acurruco con Prim en el colchóny pongo lasmantasdoblesporque en la caverna hace un frío húmedo. Buttercup,abatido a pesar de lasconstantesatencionesde Prim, se acurruca en el cubo y meecha su aliento de gato en la cara.A pesar de lasdesagradablescondiciones, me alegra pasar un rato con mihermana. He estado tan preocupada desde que vine aquí (no, en realidad desdemisprimerosJuegos), que no le he hecho mucho caso. No la he estado cuidandocomo debería, como hacía antes. Al fin y al cabo, ha sido Gale el que ha revisadonuestroscompartimentos, no yo. Tendré que compensárselo de alguna forma.Me doy cuenta de que ni siquiera me he molestado en preguntarle cómo llevael choque de venir aquí.- Bueno, ¿te gusta el 13, Prim?- ¿Ahora mismo? -pregunta ella; despuésde reírnos, sigue hablando-. A vecesecho muchísimo de menosnuestro hogar, pero entoncesrecuerdo que no quedanada que echar de menos. Aquí me siento mássegura. No tenemosquepreocuparnospor ti. Bueno, al menosno de la misma forma. -Hace una pausa yesboza una sonrisa tímida-. Creo que me van a formar para ser médico.Esla primera noticia que tengo.- Claro que sí -respondo-. Serían estúpidossi no lo hicieran.- Me han estado observando cuando ayudo en el hospital. Ya estoy haciendoloscursosde medicina. No esmásque cosasde principiantes, ya sé mucho deantes, aunque me queda un montón por aprender.- Eso esestupendo -le digo.Prim doctora. Ni siquiera habría podido soñar con ello en el 12. Algo pequeñoy silencioso, como cuando enciendesuna cerilla, se enciende en la oscuridad demi interior: éste esel tipo de futuro que podríamosconseguir con una rebelión.- ¿Y tú, Katniss? ¿Cómo lo llevas? -pregunta, acariciando con cariño la frentede Buttercup-. Y no me digasque bien.Escierto, estoy en el extremo contrario de «bien». Así que le cuento lo dePeeta, su deterioro ante lascámarasy que creo que estarán matándolo mientrashablamos. Buttercup tiene que apañárselassolo durante un rato, porque Primvuelca su atención en mí. Me abraza y me pone el pelo detrásde lasorejas. Hedejado de hablar porque, en realidad, no hay másque decir y noto un dolorpunzante en el corazón. Quizá esté sufriendo un infarto, aunque no merece lapena mencionarlo.- Katniss, no creo que el presidente Snowmate a Peeta -me dice.Claro, lo dice para tranquilizarme. Pero sussiguientespalabrasme sorprenden:- Si lo hace, no tendrá en susmanosa nadie que te importe. No podría hacertedaño.De repente me acuerdo de otra chica que ha visto toda la maldad delCapitolio: Johanna Mason, la tributo del distrito 7 en la última arena. Yo estabaintentando evitar que fuera a la jungla, donde loscharlajosimitaban lasvocesdenuestrosseresqueridossometidosa tortura, pero ella le quitó importancia diciendo:«No pueden hacerme daño, no soy como vosotros. A mí no me queda nadie».Me doy cuenta de que Prim tiene razón, de que Snowno puede permitirsemalgastar la vida de Peeta, y menosahora que el Sinsajo le causa tantosproblemas. Ya ha matado a Cinna y ha destruido mi hogar, y mi familia, Gale eincluso Haymitch están fuera de su alcance. Sólo le queda Peeta.- Entonces, ¿qué creesque le harán? -le pregunto.Prim parece tener mil añoscuando responde:- Lo que haga falta para hundirte.

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