Pervertido

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Luciano se disculpa. Sebastián le mira mal. Martín le mira mal. Daniel está dormido.
La luz de la hoguera se debilita, y Sebastián le tira más leña. Martín mira el fuego, y abraza un poco más a Daniel hacia sí, cubriéndole más con el poncho.
Nadie dice que el campamento fue una mala idea. Los primos siempre tratan de ingeniarse y hacerse de tiempo para compartir juntos sin el estrés y las responsabilidades que acarrean como naciones. Y pasar como familia, como ellos quieren.  

La mala idea fue invitar a Luciano.

No porque era Luciano, sino porque nunca salió nada bueno de exponer a la gente a cuan verdaderamente íntimos eran los primos cuando estaban solos. Los días de primos tienen que quedarse como primos, pero Luciano era insistente y siempre supo chantajearles por donde más les estira, y acabó en el viaje también.
Luciano les mira con tremendo interés, porque en más de una ocasión, los primos se olvidaron que él estaba con ellos. Al brasileño nunca le gustó que lo ignorasen, pero cuando pasaba, y los veía desenvolverse entre ellos... era toda una delicia. 

Se tocaban mucho.

Martín abrazaba a Sebastián por detrás y le besaba la nuca para molestarle, y el menor fingía pelear para zafarse, pero en realidad se dejaba tocar. Daniel se acercaba a Sebastián para acariciarle la cara o la barriga, y sonreírle con un afecto tremendo. Martín les tocaba la cara o el cuello a ambos siempre que les hablaba. 

Pero cuando Martín y Daniel se tocaban, había otra cosa más. Martín iba directo a abrazarle la cintura, y Daniel posaba sus manos en el pecho de él, y con suave gracia, los deslizaba hacia arriba y se abrazaba a su cuello. Y se miraban, y sus rostros se acercaban un poquito más. Parecía demasiado sensual, se sentía como un vicio de mirar. Y cuando al fin logró despegar los ojos y vio a Sebastián, le sorprendió.

Sebastián les miraba atento, con anticipación: como si supiese que ese acto estuviese guiándolos a algo más, que no estaba pasando por alguna razón y que Luciano se lo iba a perder.
Apurado, miró a los otros dos de vuelta, Daniel frotaba su nariz contra la de Martín y le susurraba cosas bajito. Martín sonreía nomás, encantado, y le acariciaba la espalda. Luego volvía a mirar a Sebastián, que se tapaba la boca para ocultar una sonrisa y un sonrojo leve se alzó en sus mejillas, pero se notaba en su atenta mirada que seguía esperando algo más. Había algo más que tenía que pasar y Luciano estaba tan ansioso como Sebastián. 

¿Será que la cara que pone Sebastián cuando ve a sus primos mayores, es la misma que pone Luciano cuando los ve a los tres?
La escena se rompe de repente cuando recuerdan que Luciano existe y está parado frente a ellos. Daniel y Martín se separan, visiblemente incómodos, y Sebastián luce un poco decepcionado; se adelanta para acercarse a sus primos, quienes le abrazan de los hombros y caminan así los tres, juntos.

Luciano está encantado. La forma en que los primos se tratan entre ellos cuando sienten que nadie más que ellos existe es fascinante, cargada de una sensualidad que no había notado antes. Y verlos se volvió un vicio pequeño durante el campamento: buscando cualquier contacto furtivo que ellos traten de hacerse, y cuando lo veía, sentía como algo fresco y dulce lo abrazase. Una sensación demasiado inocente para llamarle de orgasmo, pero tan familiar a la misma.

Luciano se sentía un pervertido y no tenía la más mínima vergüenza. 

Cayó la noche, se empezó la fogata frente a la cabaña que alquilaron. Se cenó algo ligero, se tomó un poco de cerveza... y Luciano tenía que preguntar. ¿Quién sabría cuando sería la siguiente vez que logre presionarlos lo suficiente para poder volver a pasar tiempo a solas con ellos, y verlos comportarse así otra vez?

Hace frío y Daniel se frota los brazos, inmediatamente Martín lo hace sentarse a su lado y lo cubre con el poncho grande que trajo de casa. Daniel se abraza a él y le mira la cara se acerca un poquito para frotar una vez más, su nariz con la de su primo mayor. 

-Gracias- dice en un susurro. 

Sebastián se tensa enseguida y los mira, curioso y expectante. Luciano también.
Se van a besar. Se arruinó la última vez, pero ahora tiene que pasar. Luciano aguantó la respiración, como temiendo que eso lo delatase de alguna forma.
Una rama se rompe ante la crueldad del fuego, haciendo un pequeño "crack". Fue suficiente, fue putamente suficiente. Daniel bajó la cabeza y la recostó sobre el hombro de su primo mayor. Martín se lamió los labios, visiblemente molesto, y posó su barbilla por la cabeza de su primo, mirando ausente hacia el bosque. 

Sebastián suelta un suspiro cansino y Luciano, frustrado, sin querer chuta arena hacia la fogata.
-Ah– merda, disculpa, disculpa- Luciano tira ramitas al fuego a ver si lo recupera.
Sebastian y Martín le miran mal.  

No pasó mucho hasta que Daniel cae dormido en los brazos del argentino. La luz de la hoguera se debilita, y Sebastián le tira más leña. Martín mira el fuego, y abraza un poco más a Daniel hacia sí, cubriéndole más con el poncho.

-Lo voy a llevar adentro- Martín anuncia, tranquilo.
Sebastián le sonríe un poco.- Dani nunca aguanta la noche, pero se levanta con el sol-.
-Mejor así, cuando nosotros despertemos él ya va a tener el mate preparado-.

Sebastián se ríe y Martín se agacha para susurrarle al paraguayo, que semi-dormido levanta la cabeza y casi automáticamente, se abraza al cuello de Martín. El mayor pasa un brazo por debajo de las piernas del más joven, y se levanta, cargándolo. Parece practicado, como si a Martín no le costase nada cargar a otro muchacho de casi su misma estatura y peso hacia la cabaña.
El poncho cae al suelo, y mientras los dos primos mayores se van, quedan juntos Sebastián y Luciano. El uruguayo se apresura a alzar el poncho, lo acerca un poco hacia su cara, y lo inspira, cerrando los ojos. Luego se cubre con él. 

Luciano sonríe. 

-Ustedes tienen sexo entre ustedes- dijo al fin, su conclusión.
Sebastián le sonríe y le alza una ceja. No le va a mentir. - No-.
-¿Ellos tienen sexo y usted los mira?-.

El uruguayo se tranca, lo mira, abre la boca como para decir algo, y luego la cierra.
Luciano sonríe. -Voyeur-.

Sebastián se recompone enseguida, y responde con una sonrisa.- Bue, algo tenías que deducir, después de mirarnos como si fuésemos comida todo el día-.
Luciano se alza de hombros, sin culpa.-Cuando lo pienso mejor, tiene sentido que le guste ese tipo de cosas-.
-¿Qué? ¿Mirar?- Sebastián se ríe un poco.- Siempre fui amante de lo visual, el placer estético más que lo carnal- le tira más leña al fuego- pero tampoco es mi culpa, vos lo viste también, ¿no te pareció una delicia?-.  

Luciano pausa, un poco sorprendido por las palabras de su amigo, luego asiente.
-Mis primos me aman y me consienten- continúa el uruguayo, con una sonrisa altanera- ellos me tocan porque me quieren, pero al final del día saben lo que me realmente me gusta y lo que me atrae, y me lo van a ceder porque no pueden conmigo-

Por alguna razón, el ambiente se volvió un poco amenazante y los ojos del uruguayo se fijaron hacia Luciano con filo.
-Y yo hubiera disfrutado más, si vos no hubieses venido- dice, molesto.- Te la pasaste inhibiéndolos con esa mirada de puerco que les dabas-.

Luciano no puede más, y se le ríe en la cara. Cuando miraba a Sebastián observar a sus primos, a él le parecía que el puerco acá era el uruguayo. 

Sebastián no parece complacido con la risa de su amigo. -Sos un pervertido- le dice.
Luciano se seca las lágrimas de risa y le tira un beso al uruguayo.
-Usted también-.  

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