Prólogo:

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El auto se movía por una solitaria carretera a altas horas de la noche en medio de una tormenta. Aunque afuera las gotas de lluvia golpeaban fuertemente el suelo, a dentro del vehículo reinaba la tranquilidad. El hombre pasaba tranquilamente las emisoras en el radio mientras su esposa hablaba sobre lo que veía en el mapa en su regazo.

— Creo que estamos en Colorado... –Dijo ella, evaluando el mapa. — O podríamos estar en Kansas. –Dudó mientras trazaba líneas en el mapa con el dedo índice.
— No te preocupes. –Le respondió su acompañante, sin dejar de cambiar las emisoras. — Estamos preparados para esto.
— Sí, pero quisiera saber el nombre del lugar donde podría nacer nuestro hijo, al menos. –Comentó ella, mientras se acariciaba el abultado vientre para fortalecer sus palabras. El pequeño debería nacer en menos de un mes, y sus dos padres decidieron sacar el auto y viajar, esperando que la mujer diera a luz en algún lugar diferente a donde vivían. Fue un capricho de los dos, pero así eran ellos; no necesitaban tomar mucho tiempo para idear un plan, cuando se les ocurría algo simplemente lo hacían.
— Cuando lleguemos a alguna parte preguntamos indicaciones. –Respondió él y miró por la ventana. — Ahora sí creo que estamos en medio de la nada... –De repente, en una de las emisoras empezó a sonar Wonderwall de Oasis y ella sonrió.
— Déjala. –Le pidió; él asintió en respuesta y pronto los dos empezaron a tararear la canción. Unos momentos después el hombre volvió a hablar:
— Duraremos así dos semanas más, a ver a dónde llegamos. –Él tomó la mano de ella y la sostuvo sobre su propia rodilla. — Después nos detendremos y esperaremos a que nazca el pequeño, sea cual sea el lugar.
— Hecho. –Respondió tranquilamente y volvió a mirar el mapa. — Aunque estoy bastante segura que esto es Oklahoma. –Él se rió y regresó ambas manos al volante del automóvil. Giró un poco la cabeza y la vio trazar líneas imaginarias en el mapa con el dedo, de nuevo. Él tuvo un vistazo de la parte interior de la muñeca de su esposa, donde un nombre en negro se podía leer claramente, pero que no era su nombre; lo mismo ocurría al contrario, el nombre de una mujer estaba escrito en su cuello, pero ésa mujer no era la que tenía a su lado.
Ellos siempre habían sabido eso, desde que se conocieron lo sabían, sabían que no eran almas gemelas; pero también sabían que se querían, que se entendían y que de algún modo habían logrado compartir su felicidad por muchos años. Ambos habían estado cansados de buscar a la persona que tenían marcada en su piel, y cuando se encontraron, juntos tomaron la decisión de dejar de buscar.
— ¡Oye! –Llamó ella señalando la radio. — ¡Es 7 years de Lukas Graham! ¿Podrías...? –Él levantó una mano interrumpiendo.
— No tienes que pedirlo. –Le subió volumen a la música y ambos comenzaron a cantarla.
Unos momentos después él se concentró en la carretera, con el constante ruido del limpiaparabrisas como compañía ya que su esposa se había dormido unos minutos antes. Sin embargo, un ruido a su lado llamó su atención; era ella despertando con una mueca de dolor deformando levemente su rostro.
— ¿Estás bien? –Le preguntó, ella lo miró pero no respondió. Sólo bastó con esa mirada. — ¡No puede ser! –Exclamó y miró a la carretera. — ¡Aún no, bebé! ¡Estamos en medio de la nada!
— Cariño. –Llamó ella tratando de tranquilizar su respiración. — Creo que se adelantó. –Él pasó las manos por su cabello sin dejar de mirar a todos lados, para finalmente sentir cómo sus pulmones volvían a llenarse de aire al divisar las luces de una casa. Al llegar detuvo el auto y abrió su puerta.
— No salgas. –Le pidió a su esposa.
— No iré a ningún lado, querido. –Le responde ella. Él rió nerviosamente antes de correr hasta la puerta y golpear; una mujer mayor abrió a los segundos y se sorprendió de ver a un hombre parado en medio de la lluvia.
— Oh, Dios mío. ¿Puedo ayudarle? –Le preguntó ella.
— Sí, por favor. Mi esposa está a punto de dar a luz.
— ¡Ayúdeme a traerla a la casa, entonces!
Unos momentos después él estuvo caminando de un lado a otro en la vieja sala de la casa. Había estado tan nervioso que gastó unos buenos minutos mirando la casa descubriendo varias cosas. Por ejemplo, la mujer tenía una viejísima fotografía de ella con otro hombre donde cada uno mostraba el interior de su palma, revelando el nombre allí marcado, y por la cara de felicidad en sus rostros era obvio que se trataba del otro. También había muchas fotos de él, lo que podría simbolizar que había muerto. Y no había nada que pudiera pertenecer a algún niño.
Pronto sus pensamientos fueron callados por un grito en la habitación de al lado, seguido del llanto de un bebé. Él cerró los ojos y sonrió mientras dejaba que aquel llanto penetrara en sus pensamientos. Ése era su hijo, la primera vez que lloraba.
No supo cuánto tiempo duró parado en mitad de la sala sin moverse, pero en algún punto la puerta de la habitación se abrió y la mujer salió.
— Felicidades. –Le dijo sonriendo y se hizo a un lado, permitiéndole a entrar. Él se acercó lentamente y se detuvo en la puerta para contemplar lo que veían sus ojos: adentro su esposa estaba acostada en una cama con un bulto en brazos y le susurraba cosas para calmarle, que al parecer habían funcionado ya que el bebé había parado de llorar. Ella levantó la mirada y al verlo le sonrió con los ojos llorosos.
— Acércate. –Le pidió. Él así lo hizo y cuando llegó junto a la cama se encontró embobado viendo a un pequeño de piel dorada y la carita un poco roja mirar alrededor con curiosos ojos dorados verdosos. — Lo sé, se ve feo. –Se rió. — Aún está inflamadito, pero si después de eso sigue feo entonces es tu culpa, ochenta por ciento de tus genes. –Él se rió mientras sentía lágrimas rodar por sus mejillas.
— ¿De qué hablas? –Usó su mano para quitar un poco de la cobija que cubría la cabeza del niño y así revelar un oscuro cabello negro. — ¡Si es precioso! –Ambos rieron para tratar de esconder sus lágrimas mientras acariciaban las piernas y las manitas del bebé, quien no dejó de mirarlos ni un momento. — Ahora debemos averiguar dónde naciste, le preguntaré a la mujer.
— Colorado. –Le dijo ella y después se encogió de hombros. — Literalmente ella nunca se calló mientras yo sentía las contracciones. –Su esposo negó con la cabeza riéndose. Esa era su esposa, así hablaba.
— ¿Puedo cargarlo? –Le preguntó, ella le extendió el bulto y él lo recibió nervioso pero firme. — ¿Y su marca? –Ella guardó silencio. — ¿Cariño? ¿Qué pasa? ¿Acaso el nombre de su alma gemela es horrible? ¿Está condenado a pasar el resto de su vida con "Buford" escrito en la piel? –El levantó un poco la cobijita para revisar sus brazos y sus piernas.
— En la cadera. –Dijo finalmente, él revisó allí: no había un nombre, sino más bien una letra... "J".
— Bueno... –Comentó luego de unos segundos observando. — No es el nombre más original, pero...
— Y el pecho. –Terminó ella; él miró un momento a su esposa estupefacto, antes de evaluar el pecho del bebé... y ahí estaba, una clara "A" de color negro.
— ¿Cómo es posible? –Preguntó volviendo a cubrir al bebé. — Nunca oí de algo semejante, ¿esos son dos nombres? ¿O acaso es uno, sólo que con las letras desordenadas? ¡Tal vez hallan más letras...!
— No las hay. –Cortó suavemente. Él suspiró y miró la cara de su bebé, el pequeño lo evaluó un momento antes de mostrarle una pequeña sonrisa sin dientes; él no pudo evitar sonreírle de vuelta. Se sentó en la cama junto a su esposa y ubicó al bebé en medio de los dos. — ¿Cariño? –Llamó ella.
— ¿Sí? –Frente a la cama había una ventana con dos cortinas lo suficientemente abiertas como para mirar al exterior. La lluvia había dejado de caer en algún momento, y ahora la luna estaba brillando en lo alto del cielo.
— Lo cuidaremos. –Le dijo ella, él volvió a mirar al bebé y después a su esposa.
— Nadie sabrá que es diferente. –Contestó él. — No dejaremos que muestre sus marcas; al menos no hasta que sepamos por qué son así. –La pareja miró hacia la ventana y se quedaron en silencio contemplando la luna. — Es especial. –Dijo el hombre un momento después. — Es un bebé muy especial. –Reiteró, para después mirar a su hijo y encontrarlo dormido. — Te duermes cuando te halago, ¿eh? –Ella sonrió.
— Como yo. –Agregó desinteresada, después le dio un beso en la cabecita del bebé. — Nuestro pequeño Magnus...
— Ese le queda, me gusta. –Opinó él. — Definitivamente, después de todas tus anteriores terribles opciones, voto porque sea Magnus.









Nota de Autor: 

 ¡Hola! He vuelto con un nuevo e interesante fic, esta vez de un fandom y una temática totalmente nuevo para mí en cuanto a la escritura.
Es un trabajo compartido con una queridísisima amiga mía, Loristicam, que es autora en FanFiction y acérrima amante del Malec y el Jagnus (¡como yo!).
Esta historia será publicada aquí, en FanFiction y en AO3 (Archive Of Our Own), para mayor comodidad de futuros fans y/o amantes de las parejas mencionadas.  

Peculiaridades. |Malec and Jagnus|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora