Capítulo uno: Perdición

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Es todo. Mi hermano yace a mi lado, yo llegué demasiado tarde. Está sobre su cama, parecía tener un sueño agradable, hasta que... alguien le encajó una cuchilla en la garganta, y murió desangrado. No, no es Jack el Destripador. Ese asesino no vive ni cerca de nuestra ciudad Valmere, y me alegra bastante. Pero hace poco que surgió un gran problema sobre nuestro hogar; un clan de wéndigos comenzó a aterrorizar a la población sin razón aparente, y desde aquel día, un wéndigo se llevó a mi hermana menor, y jamás volvimos a saber de ella, tan solo desapareció con el Wéndigo. Mi madre auguraba un gran sentimiento de tristeza, que ni uno mismo podría soportar ver. Desde ese día, mi madre comenzó a entrar en depresión, para posteriormente fallecer; mis dos hermanos y yo, no pudimos más que contemplar la triste escena. Yo no tenía más de 16 años cuando eso pasó... Pero aquí estoy. Con mi hermano menor, muerto, tal vez por un maldito wéndigo. No lo sé, pero ya solo me queda un hermano, y él es mayor que yo. Se niega a tener relación objetiva conmigo, no quiere recordarme. Siempre me ha dicho que todo era mi culpa, aunque eso jamás me hizo sentir mal, en cambio, me daba fuerzas para enmendar errores pasados.

Creo que he estado pensando bastante sobre este tema... no quiero que vuelva a entrarme la nostalgia.
Observo a mi hermano detenidamente, y, como si aún pudiera escucharme, inconscientemente me digo cosas que nos decía mi madre para enfrentar la vida y la muerte en todo caso. Verás, es que mi madre no es nativa de esta región, por eso nuestras costumbres tan diversas a los habitantes de Valmere.
Un momento... parezco un loco decrépito. ¿Quién susurra cosas junto al cadáver de su propio hermano? Algo muy bizarro si me lo preguntas a mi.
Me dispongo a levantarme de la cama ensangrentada de mi allegado, y lo cubro con una cobija, pues no soporto verlo así, me niego rotundamente a recordar esos tiempos que pasé con él. Maldita sea con esta nostalgia. Salgo de su habitación, y me dirijo a la puerta principal. Él aún vivía con mamá antes de que muriera, todavía era menor como para aventurarse por sí solo en las peligrosas calles de Valmere.
Voy al exterior, y una fría brisa sopla, tiñendo de rocío mañanero a las flores y retoños. Me cubro bien la nariz y la boca con mi pañuelo, y después me dirijo por las grandes avenidas que todavía permanecen alumbradas por diversos faroles.
¿Debería de decirle esto a Nicanor? ¿Acaso hará algo al respecto, así como...? No. No creo que debería de decirle. Mis lamentos se han vuelto prófugos y las plegarias cesan al descubrir la verdad; Nicanor ya no es el mismo. No creo que pueda seguir confiando en él, me ha roto tantas promesas... Ya pongo en duda nuestra alianza.
O amistad, como solía decirle. Creo que tendré que hacerme cargo de esto por mi propia cuenta, y el primer paso es enfrentarme a los herederos de los Dunham, por las injusticias de las que son autores. Me abro paso entre las calles centrales, mientras veo surgir la actividad mañanera. Todos me observan con lástima. Imagino que se hizo pública la noticia del asesinato de mi hermano, y suma las anteriores de mi hermana y madre... todos me conocen como el tipo que tiene mala suerte. Se dice que soy mercenario, cazarrecompensas... Ni si quiera sé qué soy, solo que dejo pasar mi vida ante mis ojos, esperando algún halo de esperanza que ilumine el resto del camino.
Una señora me toma del brazo y me ofrece una carta, parece maltratada y escrita con cierta dificultad.
-Dásela a los Dunham, por favor... Espero que hagan conciencia de sus actos. Sé qué te diriges hacia allá.
Yo me quedo en seco. Tomo la carta, la meto en mi bolsillo y miro a la señora con cierta curiosidad. Después me suelta y me dirijo hacia el castillo de los Dunham. No tengo ni idea de quién era, pero parece que me conocía aunque sea un poco. Honestamente, eso si me asustó. ¿Quién sabe de mí o de mis planes? No mantengo contacto estable con nadie en estos tiempos. Soy un lobo solitario.
En fin, estoy frente al castillo. Un guardia me inspecciona con la mirada y después le dice algo a otro guardia. Ellos se acercan a mí, con las armas en alto.
-¿Qué se le ofrece, joven? -me dice uno de ellos.
-Solicito audiencia con Nicanor Dunham. Él es aliado mío.
-En un momento le comunicaremos.
Le agradezco al guardia por su atención prestada y después los dos se regresan a sus posiciones, excepto que el primero entra y después de un rato sale, haciéndome señas de que pase al interior. Camino hacia él, y entro en la fortaleza; adornado con hermosos jardines y decoración bastante fina, se encuentran los patios del castillo, con fuentes donde los rayos solares tiñen sus aguas cristalinas.
Encamino con destino a dos puertas de madera, parece ser la entrada a la sala principal. Son grandes, muy espaciosas, y hay dos guardias en los extremos; ellos me abren dichas puertas, permitiéndome la entrada.
Posteriormente, me adentro en el castillo, con sus carpetas de rojo sangre, que se extienden sobre el piso brillante y a la vez se encuentran diversas pinturas en la pared. Al pie de la escalera, no es nada más ni nada menos que Nicanor, caminando lentamente hacia mí, hasta que se detiene a un metro aproximadamente.
-Qué honorable visita, señor Dionythus. No esperaba menos de usted -me dice con cierta sutileza y una mirada burlona.
-No hables así, Nicanor. Te ves ridículo -le comento. Él solo se ríe.
-Lo sé -dice, mientras camina más hacia mí y de pronto mete su mano en mi bolsillo, hurgando hasta sacar la carta y pasar de largo con ésta en la mano-. Qué sorpresa. ¿La escribiste tú?
-No -le comento, aún sin creer que sea tan repentino-. Una señora me dijo que te la diera.
Él se detiene, y voltea a verme con seriedad. Yo giro la mirada y lo veo de la misma manera, sin decir palabra alguna.
-Ya estoy acostumbrado a estas, Dion.
Después, sin apartar la mirada, lanza la carta hacia el fuego en la chimenea del costado, mientras yo la observo consumirse por las llamas, incrédulo.
-Ni si quiera la abriste... -suelto, atónito.
Él vuelve a caminar hacia donde estaba en el inicio, con mirada superior y ambas manos cruzadas en la espalda, camina con determinación. Después se detiene y vuelve a reír un poco.
-Mercenario, cazarrecompensas, detective... ¿ahora debería de decirte cartero también? -expresa, sin observarme.
No le respondo. Me quedo de pie, algo molesto por su actitud tan defensiva y patética. Es por eso que me ha comenzado a desagradar este tiempo.
Lo observo, mientras gira su mirada lentamente hacia mí de nuevo, serio. Un mechón de pelo se le ha apartado a la frente de su rostro pálido.
-¿A qué veniste, Mhaur? -pegunta, bastante cortante.
-Exijo justicia ante tus actos irrevocables -le suelto, molesto-. Mi familia ha muerto hace ya tiempo y recientemente mi hermano menor. ¿Qué hacen las autoridades como tú? Reírse de la situación de la población de Valmere. ¿Harán algo ante estos crímenes? ¿Ante los wéndigos? ¿O es que ya todo es responsabilidad del pueblo?
No aparta su mirada, y parece haberse molestado.
Da pasos lentos a mi dirección, y después me ve con una mirada tan fría que hace que me recorra un leve escalofrío. Pero yo tampoco aparto la mirada.
-Escúchame, Dionythus Mhaur. ¿En serio crees que me tengo que andar preocupando de los problemas de gente como tú? ¿Acaso tú te preocupas de los míos? Estoy harto -expresa, enojado-. Yo nunca asumí la responsabilidad del cuidado del pueblo. Para eso hay cazadores. Para eso hay investigadores. Para eso hay cazarrecompensas. Para eso hay mercenarios. Y, luego estás tú. ¿Qué me vienes a pedir a mí?
-Respeto, y apoyo. Reconocimiento de tus errores. Admite que esta situación es en parte una porción de culpa que te involucra -respondo, decidido.
-No es mi culpa que hayan despojado a tu hermano de su vida. Nuestra hora llega, más temprano que tarde, muchas veces.
No sé qué me molesta más. Su cobardía al no admitir cosas o la indiferencia con la que se dirige a mi hermano, como si hubiera sido un simple individuo más. Lo veo con desprecio, incapaz de dirigirle palabra alguna por mi sumo orgullo.
Él me ve con superioridad, después aparta la mirada y suelta un largo suspiro.
-Escucha. No voy a perder el tiempo. ¿Viniste por algo útil o solo a hacerme desperdiciar mi valioso tiempo?
No le respondo. Lo empujo y después me dirijo a la entrada, sin voltearlo a ver. Pero él vuelve a hacer que me detenga en seco.
-Salúdame a tu hermano de mi parte.
Esa fue la gota que cominó el vaso. Corro hacia él y me abalanzo, estoy a punto de sacar mi arma cuando él cae al piso, pero siento que alguien me detiene, tomándome del brazo. Después Nicanor me observa, levantándose lentamente, hasta ponerse de pie. Numerosos guardias se acercan a nosotros, y me toman de ambos brazos, inmovilizádome.
Nicanor sonríe, superior. Yo solo soy capaz de mirarlo con desprecio, no creí que llegaría a descontrolarme de esta manera en algún punto. Me despojan de mi arma y me levantan. Nicanor niega hacia mí.
-No, no lo encierren. Soy piadoso. No es tan malo como parece.
Me observa, inspeccionándome, como si de una alimaña me tratase. Después hace unas señas hacia afuera, indicando que me saquen.
-Solo regrésenlo de donde vino... ya aprendió la lección.
Los guardias le obedecen y yo solo veo como me alejo de él.
Una vez fuera del castillo y de sus hermosos jardines, me regresan mi arma y me advierten de que si vuelvo a hacer algo así, las consecuencias serán bastante caras. Ignoro a dichos guardias y me dispongo a ir al mercado. No he comido bien en tres días, la gente ya no publica más peticiones con recompensa, tal vez por temor a la nueva ley de los Dunham; se prohíbe vacer comercio que no esté aprobado por su constitución. Y la verdad, es terrible. No todos somos descendientes de nobles en esta ciudad. Qué afortunados...
Oh, hay una gran multitud en el centro de la plaza.
¿Qué es eso?
...

Subrepticio HirienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora