Capítulo 4

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La última ramita se quebró y Salino la agarró antes de que cayera al suelo haciendo un estridente sonido que despertara a los gatos, a pesar de que los ronquidos ya la inundaran.

-¿Estás seguro de esto, Salino?

El aprendiz de motas blancas asintió con la cabeza mientras depositaba a un lado las ramas quebradas.

-No temas, Tiznadillo. Tan solo iremos a los Cuatro Árboles y volveremos rápido. Nadie lo notará.

-¿Pero y si nos descubren? -preguntó el cachorro negro y blanco, aún titubeando sobre lo que iban a hacer.

-Oh, vamos, seguro que no. Apenas te puedo escuchar con todos los ronquidos, -maulló Salino, mirando el orificio que acababa de hacer.

-Bueno, si tú lo dices, -dijo el gatito blanco y negro, viendo a su hermano de camada deslizándose por el hueco en la maternidad.

Salimo sintió un escalofrío recorriéndolo de la cabeza a la cola. Su espeso pelaje no lo protejía del frío reinante. Hundiéndo sus patas en la blanca nieve, vió el bosque que lo rodeaba.

Los abetos, abedules y pinos tenían las ramas peladas y desnudas, cubiertas tan solo por grandes bultos de nieve. Impactado, descubrió que al soltar aliento, éste se transformaba en una nubecilla de vapor gris, que desaparecía rápidamente. ¡Ya quiero ver como es una Asamblea! ¿De qué tamaño serán los Cuatro Árboles?

-¿Vas a moverte o no? Pareces un gato de hielo. -maulló Tiznadillo detrás de él, apartándose, dejó a su hermano pasar. Una vez que esponjó su pelaje para no congelarse, preguntó -: ¿A donde vamos ahora?

El alma de Salino cayó a sus pies. ¡No había pensado en eso! Cuando se levantó a despertar a Tiznadillo, sólo se había imaginado cómo escapar de maternidad sin ser vistos y cómo se esconderían para ver la Asamblea. ¡Soy un cerebro de alga!

-No lo sé, no había pensado en eso, -respondió sinceramente.

-Entonces, ¿cómo sabremos donde están los Cuatro Árboles? -preguntó Tiznadillo, cambiando de peso con sus patas, nervioso.

El cachorro de manchas blancas se cayó un momento.

-Vayamos por allí, -dijo apuntando con la cola a un arbusto no muy lejano- Aunque ese no sea el camino correcto, tarde o temprano llegaremos a los Cuatro Árboles.

Tiznadillo asintió, mirando los árboles, como si a través de ellos pudiera ver los grandes robles.

-Está bien. Eso si apurémonos, o podría ponerse a nevar.

Tras la aprobación de su hermano, Salino comenzó a caminar hacia el helecho nevado, moviéndose dificultuosamente debido a la gran cantidad de nieve que abundaba en el suelo de la floresta, relantizando su paso como el fango. Cuando el joven cachorro llegó a unos cuantos árboles más adelante, los jadeos lo consumieron.

-Quizá deberíamos volver, Salino. Apenas puedo dar un paso, -suspiró Tiznadillo por detrás de él, con la voz algo temblorosa.

-No, -maulló decididamente Salino mientras un ventarrón azotaba su cara- seguiremos. ¡Los Cuatro Árboles no deben estar muy lejos!

El suelo estaba muy frío, y pronto, Salino comenzó a tiritar. A ese paso, agarraría un resfriado, pero volver no era una opción. No habían avanzado tanto para nada. Los Cuatro Árboles no pueden estar muy lejos... o eso creo.

De pronto, un movimiento arrancó sus ilusiones. Irguiendo las orejas, sintió otro sonido trás un helecho no muy lejano, junto a otro movimiento. Los pelos de la punta del pelaje de Salino se erizaron. ¿Sería el Clan del Mar, que había mandado una patrulla en busca de los dos hermanos? O aún peor... ¿Un perro o zorro hambriento? De tan sólo pensar en esa posiblidad, sintió un escalofrío.

Los Gatos Guerreros: La Agonía de Estrella de SalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora