~ C a p í t u l o 7 ~

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Caminaba por un páramo helado, ni siquiera recordaba desde cuándo lo hacía, probablemente eso significaba que siempre lo había hecho. Siempre lo mismo. Siempre.

Todo era igual, mirara donde mirara. No era de noche, pero tampoco había un sol brillando en el cielo, que era de plomo. Todo igual. Todo.

Sabía que había cosas peores, siempre hay algo peor. Pero allí había un frío especial. No era algo físico, no. No era el frío que da la soledad. Tampoco se trataba del frío que se extiende por todo el cuerpo al tener el corazón roto.

Era más bien el frío propio del vacío, yo misma era el vacío. Como un caparazón sin nada dentro, mi exterior estaba intacto, pero por alguna razón mi interior estaba destruido. No estaba destruido exactamente, algo destruido se puede intentar recomponer y tal vez, si tiene suerte, vuelva a quedar como antes; mi interior, directamente, no existía. Y ahora me daba cuenta de ello.

Puede que siempre lo hubiera sabido, y simplemente no lo recordaba.

Recordar.

Eso era algo difícil para mí, el recordar, difícil por no decir imposible. No sabía por qué, ni cómo, pero ahora intuía que tenía las respuestas a esas preguntas, sólo tenía que buscarlas...

De repente, del cielo plomizo comenzaron a caer bolas de fuego, muy brillantes, refulgentes. "Qué bonito, dan mucho color", pensé. Color a aquel mundo incoloro. No dejaban de caer, formaban una lluvia roja y brillante. Ya no era todo igual. El frío pasó casi repentinamente a ser calor, un calor abrasador, un fuego que casi me hizo desear que volviera el frío...

-Chelsea -una voz conocida, repetía constantemente mi nombre-. Shh, Chelsea. Despierta. Es sólo un sueño. Chels...

Mis ojos se abrieron de repente, escasa la luz que entraba por las ventanas me recordó la lluvia de fuego y sentí la necesidad de tomar un gran bocanada de aire. Estaba medio asfixiada, como si aquello hubiera existido de verdad y hubiera estado a punto de ahogarme con el humo. Tenía la sensación de tener los pulmones llenos del humo negro que produce el fuego.

Derek estaba junto a mí, mirándome preocupado. No podía hablar por la acelerada respiración que tenía, así que abrí como pude mis brazos, y él se inclinó para abrazarme. Pero el abrazo duró poco, pues su cuerpo ardía, casi literalmente, y no pude evitar darle un empujón para que se apartase de mí.

Él me miró arrepentido, malinterpretando mi abrupto movimiento.

-Lo siento...

-No es por ti -le interrumpí. En realidad sí, pero no era por lo que él pensaba. Derek seguía mirándome fijamente-. Tengo calor.

Me levanté, también de forma inesperada, y andé a trompicones, tropezando con todo en mi propia casa. Una vez en el baño, abrí el grifo y observé el agua correr por el lababo. Me quedé así un momento, hasta que salí del trance y me mojé la cara varias veces con el agua fría, lo que consiguió su efecto y finalmente me espabiló.

Me miré al espejo, cosa que había evitado hasta entonces. Tenía los hombros hundidos por el cansancio, el pelo alborotado y el rostro blanco, en el que destacaban las ojeras que se habían instalado permanentemente bajo mis ojos cansados. Parecía más muerta que viva. Me sentía más muerta que viva.

Decidí que, en vez de volver al dormitorio, hogar de mis más creativas pesadillas y donde me esperaba Derek, antes necesitaba una ducha, lo que esperaba mejorara aunque fuera ligeramente mi aspecto. Aunque era difícil que una simple ducha me arreglara.

No sé cuánto tiempo estuve allí dentro, ni siquiera recuerdo haberme lavado, sólo haber permanecido bajo el agua caliente hasta que decidí que era suficiente, lo que ocurrió justo después de darme cuenta de que las yemas de mis dedos parecían estar a punto de caérseme de lo arrugadas que estaban. Cerré el grifo, me envolví en una toalla y salí del baño con el pelo chorreando.

Derek apareció de repente delante de mí, haciendo que se me escapara un pequeño grito del susto.

-¿Cómo te encuentras? -me preguntó, preocupado. Yo me encogí de hombros-. ¿Tienes hambre? Aún es muy pronto, pero puedo preparar algo si quieres...

-Tengo sueño, me voy a la cama -murmuré, yéndome directamente a mi dormitorio.

-Espera -me llamó Derek. Yo me volví-. Estás completamente mojada, sécate y ponte ropa antes de acostarte, si no te resfriarás -me aconsejó, y como intuía que tenía razón, le obedecí.

Me sequé con la toalla lentamente y con cuidado, como si de un ritual se tratara. Luego me puse una vieja camiseta y unos pantalones, y me senté en el borde de la cama mientras Derek me secaba el pelo con la toalla, como si fuera una niña pequeña.

-¿Quieres hablar de tu pesadilla? -me preguntó suavemente.

Me pregunté por enésima vez por qué me había engañado en el pasado, estropeando todo lo que teníamos y todo lo que podríamos tener ahora si no lo hubiera hecho.

-¿Por qué das por hecho que era una pesadilla? -pregunté, arrastrando las palabras mientras mis ojos se cerraban solos.

-Sé perfectamente cuándo estás teniendo una pesadilla -me contestó-. De normal te mueves mucho mientras duermes, pero cuando sueñas te revuelves. A veces gimes, como si alguien te estuviera haciendo mucho daño. También gritas. A veces, hablas en sueños -añadió, como si fuera una confesión.

-¿Me has escuchado alguna vez hablando? -inquirí. Derek dejó mi pelo.

-Si no, no sabría que lo haces.

-Me refiero a que si alguna vez me has escuchado -insistí, intencionadamente. Bien, estaba agotada, pero seguía siendo lista.

Derek guardó silencio un rato.

-Hablas de cosas muy raras -dijo con una voz extraña, una voz que me hizo sospechar.

-¿Como qué?

-Ahora mismo no recuerdo nada concreto -sin mirarle, sólo por su voz, supe que mentía. Decidí no insistir, de momento, y me quedé callada, mientras sopesaba la poca información que había obtenido.

Así que hablaba en sueños, y al parecer de cosas extrañas. ¿Tal vez esas cosas tenían que ver con mi pasado olvidado? Tenía la sensación, sensación que iba en aumento cada vez que hablaba con Derek, de que sabía mucho más de lo que me contaba, pero no sabía qué hacer para averiguar si era un presentimiento acertado o no.

No tenía a nadie más a quien recurrir, y la única persona en la que podía confiar parecía estar ocultándome demasiadas cosas.

Pero de momento estaba demasiado cansada para seguir cavilando. Aunque aún había algo que iba a hacer antes de dormirme.

-Voy a dormir un rato más, a ver si descanso algo -le dije a Derek, en una indirecta para que me dejara sola.

-Está bien -aceptó, levantándose del colchón para luego taparme con el edredón-. Si necesitas algo, estaré ahí fuera.

Murmuré un gracias, mientras él me retiraba el pelo de la cara, recreándose en ello, hasta que finalmente se fue. Retiré la ropa de cama de un movimiento y me puse en pie en cuanto Derek cerró la puerta.

Mi bolso estaba colgado en una silla junto al armario, y de ahí saqué mi móvil, que no había revisado desde el día anterior. Tenía múltiples llamadas perdidas, muchas de Blake, pero no hice caso y busqué la aplicación de la grabadora en el dispositivo.

La puse en marcha, comprobando que funcionaba bien, y cuando lo tuve claro dejé el móvil con la grabadora encendida en la parte baja de la mesilla de noche, tras un par de libros que lo ocultaban, por si acaso.

De esa manera, grabaría todo lo que decía en sueños, y tal vez, con suerte, descubría algo sobre mi pasado, como por ejemplo quién es la persona con la que había estado saliendo.

Como decía aquel psicólogo, las cosas nunca se olvidan, sólo se quedan enterradas en el fondo de la memoria, que es como un lago muy profundo del que sólo conocemos la superfície.

Nuevo día ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora