Morin

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-¿Que es lo que sientes?- pregunté.
No respondió nada.
-¿Que es lo que somos?
El silencio invadió nuestro espacio, sabía que estaba pensando, y también sabía las respuestas, pero escucharlas de su voz lo hacía más real al fin y al cabo.
-Sentimos todo- dijo, porque al final, sabía lo que sentíamos ambos- pero no somos nada.
Y eso era verdad, porque aunque alguna vez fuimos algo, el "ser" o "estar" no se sostienen por su propio peso.
-Somos un punto muerto- aclaré.
- Estamos en un punto que no va a ninguna parte- contestó.
Y eso era verdad, porque a pesar de todos los intentos, jamás habíamos encontrado un punto neutro para ambos, o quizá si, pero en algún momento dejó de estar en armonía.
Así que me tocaba guardar para mi su sonrisa, que se iluminaba al verme, los latidos de mi corazón, que aumentaban al verle, y el brillo de sus pequeños ojos, que parecía reservado exclusivamente para mi. Tiempo atrás otros ojos me habían mirado de la misma manera, pero eran los suyos los que me habían conquistado.
A pesar de eso, el punto final había llegado, demasiado pronto, como demasiado pronto inició el sentimiento, quizá, porque las emociones intensas tienen finales apresurados.
La luz del sol arrancaba destellos dorados de su cabello, exactamente igual que el día en que nos conocimos.
Tomé su mano, me dió un apretón en respuesta. Era la última ocasión. Ninguno de los dos se atrevería a decir "adiós" pese a que sabíamos perfectamente que eso era una despedida.
-Te quiero - susurró.
-Tanto como yo a ti.
Y eso es verdad.

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