Epílogo

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A la mañana siguiente, el primero en levantarse fue Harry, tomándose un momento para apreciar lo que era Louis durmiendo, hecho bolita en su cama. Y deseo poder congelar ese momento en un cuadro, y poder verlo así siempre.

¿Debería poner café y granola en una bandeja y llevarla a la cama para él? Sí, debía.

Fue rápido a la cocina para buscar un poco de fruta, no quería dejarlo solo mucho tiempo... Más bien, ya no quería dejarlo solo nunca.

Caminando hacia su habitación, se encontró con Mauricio.

—Buenos días —saludó Harry, tratando de esquivarlo para llegar de nuevo al lado de Louis, pero se lo impidió.

—Buenos días... ¿Por qué llevas tanta prisa... Para quién es la fruta? —preguntó Mauricio.

El ojiverde mordió sus labios.

—Tenía algo de hambre —mintió. Una pobre mentirita no le hacía daño a nadie. Mau asintió, no muy convencido, dejándolo pasar. Harry corrió hacia su puerta, abriéndola y descubriendo a Louis despertando, aún acurrucado en su cama. Sonrió con ternura.

—Amor, ¿cómo dormiste? —cuestionó el mayor, a lo que el ojiazul sonrió, asintiendo, mirando las manzanas que habían traído para él.

—Bien —respondió con voz algo ronca— ¿Son para desayunar? ¿Hoy no...?

La pregunta se quedó en el aire, mal formada cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe. A ambos se les fue el color de las mejillas cuando Mauricio apareció con expresión sorprendida al otro lado del umbral.

—¡¿Qué es esto?! —gritó, mirándolos enojado, horrorizado, asqueado.

—L-lo podemos explicar —tartamudeó Louis, sintiendo unas ganas inmensas de volver a llorar: llorar de tristeza, de frustración, de todo porque los habían descubierto.

—¡Styles! ¡Dime qué pasa aquí! —ignoró por completo al pequeño, que ahora temblaba de frío, de miedo. Harry rápido corrió a abrazarlo.

—No grites —trató de controlar la situación, pero los sollozos de Louis cada vez crecían más—. Por favor, trata de entender... Nosotros nos amamos... Teníamos planeado irnos de aquí mañana, temprano, muy temprano...

Tomó un largo tiempo para que Harry consolara a Louis y le explicara a Mauricio todo. Desde que se conocieron hasta ahora. Y él pareció entender.

—Dejaré pasar esto si prometen irse lejos de aquí —sentenció Mau, lanzándoles una última mirada de espanto a ambos, tomando la puerta para irse. Ambos asintieron—. Bien, no quiero verlos en todo el día, quédense aquí y mañana se van, como tenían planeado. En la tarde les traeré comida.

Cuando cerró la puerta, Louis y Harry se miraron, sonriendo. ¡Por fin! Podrían irse y vivir juntos, como tanto querían. Todo el día se la pasaron en aquella habitación, y tal como prometió Mauricio, les llevó algo de comida, informándoles que había dicho que ambos estaban enfermos, que no había porque preocuparse.

En la noche, cuando las estrellas ya brillaban. Louis comenzó a estornudar, después de todo, no era mentira que estaban enfermos. La luz de la luna se filtraba por la ventana. Adentro, unas cuantas velas iluminaban el lugar, donde Louis y Harry yacían acostados, abrazados, acurrucados.

—Ya dentro de unas horas podremos irnos —dijo Louis en un susurro, enrollando sus deditos en el cabello del mayor.

—Te prometo que iremos a un lugar lindo. Te va a encantar, mamá tenía una casa cerca del mar, ahí viviremos. Nos casaremos...

—¿Qué padre quisiera casarnos? —preguntó Louis, entristeciéndose, recordando lo horrible que es que todo el mundo le tenga miedo— Nadie va a querer casar a dos hombres.

—Si nadie quiere hacerlo, nosotros lo haremos solos. No necesitamos más testigos de cuánto nos queremos.

El ojiazul sonrió, estirándose para posar sus labios sobre la mejilla del rizado. Y, quedándose en silencio por algunos minutos, la puerta de la habitación se abrió de golpe, azotándose contra la pared cuando Mauricio y todos los monjes se arremolinaban para atraparlos; a cada uno lo tomaron un grupo de hombres que traían crucifijos y rosarios en la mano.

—¡Harry! ¡Harry! —gritaba Louis, sintiendo lágrimas calientes resbalar por sus mejillas. Todos parecían quererlos lejos, odiarlos, por las exclamaciones que hacían, por las palabras que decían. El rizado trataba de zafarse, de hacerlos a todos a un lado para tomar a su pequeño e irse de aquel lugar que ahora le parecía horrible y cruel.

Los llevaron arrastrando al patio principal, entre burlas, rezos y mucha agua bendita cayendo por todos lados, haciendo que eso aumentara más su desesperación y miedo.

—Suéltennos —decía Harry, luchando para que los dejaran en paz, pero en cuanto vio la horca, todas su esperanzas se fueron. Volaron, y deseo haber conocido a Louis antes, después, incluso haberlo conocido en otro tiempo.

¿Cómo era posible que algo tan bello y puro lo fueran a destruir con la muerte?

Louis suplicaba que los dejaran irse, que se alejarían lo más que pudieran de ahí... Pero todos lo único que hacían era tratarlos como si estuvieran en fase terminal de alguna enfermedad alta mente contagiosa.

—¡No hemos hecho nada malo! —gritó por última vez el ojiazul, resignándose en cuanto vio el lugar a donde los iban a colgar. Dejaron de gritar, y todo a su alrededor quedó en silencio.

—Hoy, 28 de Septiembre de 1580, Louis Tomlinson y Harry Styles, quedan acusados por faltarle el respeto a Dios y a la iglesia, sosteniendo relaciones entre ustedes —dictó Mauricio, leyendo un papel—. Después de una larga junta, hemos decidido que su castigo será la muerte, no el exilio, como habíamos planeado antes.

Y, dicho eso, a la pareja la subieron a aquel horrible artilugio, poniéndoles la soga al cuello.

Ambos se miraron, queriendo que todo fuera un asqueroso sueño, del que debían despertar para ver lo brilloso de la mañana, para sentir el viento fresco que soplaría, hablando de lo verde que sería el pasto, del canto de los pájaros...

Sin embargo, lo último que hicieron antes de que bajan la palanca y con ella sus sueños, fue mirarse y mover sus labios en un te amo.

Louis volvió a toser. Su gripa apenas comenzaba cuando bajaron la palanca. Todos los monjes gritaban, aplaudían y rezaban para que el mal se fuera de ahí... Mientras Harry y Louis, simplemente sentían cómo dejaban el monasterio, tal y como les hubiera gustado hacerlo en la mañana, caminando...

Sin embargo ahí estaba. El amor más imposible del mundo, siendo consumido por el odio de algo que tenía que ser sagrado.

Para ellos, Dios yano existía más. Qué forma de pagarles cuando toda su vida se dedicaron aalabarlo; y cuando habían decidido estar juntos, simplemente su vida fuearrebatada, por personas que no comprendían absolutamente nada. 

En Nombre de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora