El Campamento ( Parte dos )

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Ofreciéndonos asi, dentro del campamento, una aventura más. Experiencia que todos y cada uno, deseaba para sí, pero que sólo algunos podrían concretar. Finalizado el sorteo, Ayelén, Facundo y yo, fuimos los ganadores. Compartiríamos aquella noche el privilegio de dormir bajo la higuera, cuyas ramas extendidas cual si fuesen brazos caían formando una especie de glorieta alrededor del grueso tronco. Entonces protegidos bajo el verde manto, tendidos nuestras bolsas de dormir y nos echamos en los brazos de Morfeo.

El canto de los grillos a orillas del arroyo nos acunaba.

De pronto, desperté en medio de la oscuridad del campo. Adentro de la bolsa de dormir sentía que me ahogaba. Oía muy lejano, el reloj de la antigua Catedral que estaba dando sus doce campanadas anunciando la media noche. Inesperadamente, algo atravesó la penunbra que formaba la débil luz de la luna mezclada con la niebla que se levantaba del arroyo, y que el viento suavemente desparramaba sobre el campo. Era una sombra más oscura que la misma noche. El miedo invadió mi cuerpo. No era la sombra de un ser humano. No se posaba en el suelo, flotaba y se deslizaba avanzando, poco a poco, hacia nosotros. Yo estaba paralizado, aunque lo intenté mis cuerdas vocales no funcionaron; el grito fue sólo un gemido lánguido y augustiante. La sombra se detuvo frente a Facundo, con sus manos de dedos largos y afiladas uñas desgarró la bolsa de dormir y tiró de sus pies hasta sacarlo fuera. El grito de Facundo despertó a Ayelén. Pero ella, al igual que yo, no pudo hacer nada. Aprovechando el instante en que la sombra tenía a Facundo, me levanté apresudaramente y tomando de un brazo a Ayelén la arrastré hasta alejarnos de la higuera. En tan sólo un momento la sombra devoró a Facundo y avanzaba hacia nosotros. Corrimos con todas nuestras fuerzas, el miedo nos impedía respirar.
Atravezamos el campo esperando llegar al lugar donde se hallaba el resto de los chicos. Aunque corríamos ligera y desesperadamente, teníamos la sensación de que en cada paso, en vez de acercarnos, nos alejábamos más y más del conjunto de carpas de nuestro campamento. Era como una pesadilla, nadie, al parecer, oía nuestros gritos. Estábamos aterrados y la sombra se nos acercaba...

Inesperadamente, Ayelén tropezó con una rama caída. Yo tiraba de su brazo, tratando de levantarla, veía a la sombra cada vez más cerca. Intenté, ¡lo juro!, salvar a Ayelén. Veía a lo lejos las carpas y a varios de nosotros sentados bajo los árboles. Hice señas, grité con toda mi voz. Ellos no me veían ni escuchaban mis gritos, tampoco los de ella. Lo intenté, pero no pude...

De pronto, solté su mano. Era todo lo que quedaba aferrado a la mía. Ya no pude gritar, todo grito se ahogaba en mi garganta. En eso, en medio de la desesperación sintiéndome perdido, se me ocurrió parar mi loca carrera. Así, de golpe, y hacerle frente a la sombra. Entonces, el milagro ocurrió. Al verme parado frente a ella, totalmente decidido, aunque envuelta en desesperada angustia, la muy maldita sombra desapareció. Y yo, me encontré como por arte de magia, en medio del campamento sentado frente a la fogata, esperando aún el resultado del sorteo, para ver quiénes serían los afortunados que dormirían bajo la higuera...

Fin

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⏰ Última actualización: Jul 15, 2016 ⏰

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