Quién no ha escucuchado, alguna vez, cuentos de terror? Nos gusten ó no, creo que todos lo hemos hecho.
Pero, lo que voy a narrar, está muy lejos de ser un cuento. Aunque al principio yo también lo pensaba.
Una noche de ésas, en la que solemos ser invitados a dormir fuera de nuestra casa, precisamente en un campamento, tuve la experiencia más espeluznante de toda mi vida.
Debemos ser muy precavidos cuando nos inviten a pasar una noche así. Por sobre todo, quiero aconsejarles que...
¡No se duerman! Es más, ¡Ni lo intenten!, si no quieren vivir lo mismo que yo...
Recuerdo que habíamos terminado de cenar los sándwiches que trajimos de nuestra casa. Para no aburrirnos pusimos en práctica algunos juegos. Hasta aquí, todo iba bien, nos divertíamos. Pero de pronto, la luna comenzó a cubrirse con un espeso y oscuro nubarrón. Entonces alguien tuvo la idea de proponer, como es lo normal en un campamento llegada la media noche, contar historias de terror. Así, todos nos reunimos bajo una inmensa y añeja higuera que se hallaba a orillas del arroyo, se alejaba del campamento. Bajo ella, fantasmas, muertos y sombras y comenzaron a aparecer en los cuentos. Y yo creí, entonces, que eran simplementes cuentos. Hasta que llegó la hora de dormir. Para ese momento, nuestro guía, que pretendía hacer nuestra estadía más interesante y divertida, había organizado un sorteo. Con él se definiría quiénes serían los valientes afortunados que pasarían aquella noche bajo la higuera.
