Prefacio

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Elegía a Bruno López (el más sincero de otros muchos borradores):

Antes te gustaba la luna, ¿recuerdas? Decías que en abril se veía más llena y eso me hacía recordar a una canción[1] de cuando éramos pequeños. ¡Sí, esa! La que cantaba sobre un payaso del que siempre bromeábamos, porque eras su tocayo. Madre te llamaba soñador, decía que estabas siempre en la séptima luna de Marte. Te asombrabas con facilidad y el cielo en todo su esplendor te encantaba.

Todas las noches le pedías a los astros, los cuales se encontraban a años luz, que no se extinguiesen tan rápido.

—Soy codicioso —decías con una sonrisa. Después me arropabas, me mirabas henchido de orgullo—. Por no temer a la oscuridad, eres más valiente que ninguna.

Te sentabas con la espalda apoyada en el cabecero de mi cama y cogías uno de los muchos libros que había en la estantería, sobre mi mesita de noche. Agarrabas siempre el mismo tomo, el de las estrellas dibujadas, porque te recordaba a las del cielo, que cada vez se veían menos.

—Por la contaminación lumínica —susurrabas compungido, como si el que se estuviese consumiendo fueses tú.

Leías cada párrafo con voz monótona, tu único fallo. El escucharte se hacía pesado, pero, en fin, lo aguantaba. Como cualquier hermana pequeña hubiera hecho.

Entonces, ocurrió que una noche de abril, justo como en la canción, comenzaste a cambiar. A partir de esa luna llena volvías a casa con el rostro apagado, cansado. Sin brillo.

Tus ojos ya no eran los mismos, habían dejado de reflejar tu alma. Ya sabes, el color de tus pupilas se había enturbiado, como un arroyo después de días de tormenta. Antes eran de un marrón hermoso, de ese que a la luz es ambarino. Por eso no me leías ¿no? Tampoco sonreías, y eso que eras tú quien me decía:

—Con los dientes, como nos enseñó la Pantoja[2], que eso les jode.

No probabas bocado, no te parabas a oler las rosas, no salías por la mañana. Te volviste frío y distante y,  por mucho que te lo pedía, no me arropabas. Una de las primeras noches de mayo, cuando la Luna ya estaba dispuesta para proceder a su desaparición, te pedí que vinieses a mirar al cielo conmigo, pero las estrellas se habían extinguido. Y aún no sé si por ti, o contigo.


Al final, me armé de valor, te encaré y te volví a mirar a los ojos tras mucho tiempo; se veían rojos. Recuerdo que temblabas de los pies a la cabeza —aún sigo segura de que no era de frío— y lágrimas descendían por tus mejillas. Tenías una mancha roja en el pecho, justo en el corazón.¿También se te había roto?

—Soy un monstruo —dijiste—, de los peores. No te acerques, en serio. Una niña de tu edad no debería ver a nadie así.

Podría haber dicho que tu respiración era brusca, pero en ningún momento vi descender o ascender tu pecho. Rocé la piel blanquecina de tu cara con la mano.

—Estás frío. Debe darte el sol, no puedes vivir sin las vitaminas que te aporta—te espeté, haciendo gala de esa fama de marisabidilla que me caracterizaba.

—No puedo vivir, esa es la cosa.

Después de ese episodio, no recuerdo mucho más sobre tu persona. Sólo a madre llorando a lágrima viva y tu habitación desierta.  Me resigné a pensar que habías fallecido, por eso lo de tu elegía tan tardía. Me parecía extraño recitarle esto a una caja vacía.

Te quiero (o al menos, te quería). Marina


[1] Canción del payaso Bruno: Bruno era un payaso/un payaso feliz/que no tenía malicia/ni sabía mentir/le gustaba la luna/en las noches de abril/y su único trabajo/era el de hacer reír  (...) Sucedió que una noche/una noche de abril/se quitó el maquillaje/y no quiso seguir/se marchó por la vida/en busca de otro yo/y dicen que hubo un circo/que nunca más rio.

[2] Isabel Pantoja: Una popular cantante española, de origen gitano, especializada en la copla. Se ha visto envuelta en varios escándalos relacionados con la corrupción y recientemente le han concedido la condicional.


Bruno y su Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora