Prefacio

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[27021789, Oxingd]


Gritos de dolor se dejaban escapar a través de la garganta de la persona de a lado mío, entre mezclándose con los gritos de las personas de mi alrededor. Eran horribles. Dolorosos. Escalofriantes.

Cayó inconsciente al suelo arenoso el chico de al lado. Una sombra permanecía de píe en el lugar que anteriormente él había ocupado. Ella lo observaba. Un mastodonte, uno de los cientos de los mastodontes que se encontraban supervisando la separación de dueños y sombras, se acercó al occiso. Tomó el cabello del chico y lo sujetó, arrastrándolo por la arena hasta tenderlo al filo del barranco. Luego lo arrojó al vacío.

Empezó a taladrar una corriente eléctrica la delgada línea que nos unía a mí dueño y a mí en uno solo. Amenazaba rudamente con separarnos.

Sensaciones que día a día mi dueño sentía, inundaron mi ser. Eran felices, dolorosas y enfermas. En cierta manera ahora lograba comprender la actitud de mi dueño. Los sentimientos y sensaciones son nulos para mí; y poder sentir lo mismo que él me aterraba en una enorme manera que no puedo expresar en este momento.

Dolorosa y lentamente, nos separamos. Mis gritos y los de mi dueño se unieron en una sinfonía de dolor, siendo éstos los últimos que mi amo daría; a la vez en que serían los últimos que yo podría escuchar antes de que él se desvaneciera.

En el suelo yacía el cuerpo de mi amo sin vida. Lo observé por última vez. Un mastodonte se acercó a nosotros. Realizó el mismo procedimiento que con el chico de a lado. Lo arrastró hasta el filo del barranco y lo arrojó al vacío sin ningún remordimiento. Un vacío inundó mi cuerpo ahora independiente y justo en ese momento un pensamiento cruzó por mi mente: sobrevivir sería difícil.







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