Save Me [Ashton Irwin One Shot]

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Luna de miel, rosa pastel, clichés y tonterías…

Cambió la estación de radio, no estaba de humor para esa canción, aunque la letra predijera su futuro, un futuro que era, para ella, una estúpida realidad alterna. Él nunca la engañaría, nunca la dejaría, nunca cambiaría si ella no se lo exigía. Ella mandona, él sumiso… la pareja "perfecta"

Zapatos rojos obvio de tacón, cuando más alto estoy, mayor es la ovación… 

Estaba decidido, usaría tacones rojos. Él amaba el color rojo, y ella tenía un par. Ella amaba el negro. Rojo y negro… una combinación perfecta.

…and when you smile, the whole world stops for a while, ‘cause girl you’re amazing, just the way you are…

Una lágrima de salado sabor recorrió su mejilla hasta llegar a la comisura de sus finos labios. Su amor era una farsa y ella lo sabía. Leandro jamás le había dicho cuanto la amaba, cuanto la deseaba, solo la había comprado con regalos caros y finos. Se sentía comprada, pero así era, prefería los lujos a un amor pobre, pero que entregaste todo su corazón. Recordó inmediatamente la canción Tarea Fina, de PR y Sus Redonditos de Ricota, era exactamente lo que estaba sucediendo. Elegía un buen estatus social. ¿Cómo podía mantenerse pobre, luego que pasó una terrible infancia, llena de miseria y penurias? Aquella vida llena de caprichos estaba hecha para ella. Apagó la radio frustrada como nunca. ¿No había una canción para ese momento tan especial en su vida?

Llegó al edificio. Bajó del auto. Entró al lobby, al ascensor, y de allí ingresó a su departamento, el cual estaba lleno de cajas vacías. Hace ya hacía tres meses que no se podían deshacer, éstas en su pasado habían tenido libros, ropas y otros objetos. Luego de dos años y medio de noviazgo habían decidido vivir juntos. Dentro de poco, estaba segura, entraría a aquel lugar, cansada por una gran fiesta, como la señora Saavedra. ¿Qué le decía que Leandro le pediría matrimonio? Su sexto sentido femenino, el que la haya invitado a un lugar elegante diciéndole que esa noche se decidiría de sus próximos días. __________ es su nombre. __________ Saavedra su futuro. El primero, un atormento de una infancia poco deseada de recordar. El segundo, algo que recordaría por siempre. Pasar de su apellido a Saavedra era como pasar de la desolación de los campos pampeanos a lo mejor de Recoleta. Demasiado bueno para ser… ¿para ser qué? Para llegar a ser cualquier cosa posible. Pasaba en exceso las expectativas que jamás tuvo, eso solo se veía en las series brasileras que de chica su madre miraba. ¡Por Dios! No era lo mismo, allí había “amor”, o lo que fuere que los actores fingieran.

Se bañó, se vistió con parsimonia, teniendo todo el tiempo del mundo. Deslizó por sus piernas la fina tela de lycra, color piel, terminada con las medias, dejó abrazarse por un vestido negro liviano y se abrochó, bajo el busto, un cinto rojo, a perfecta combinación con sus tacones rojos, de la suerte. Rouge rojo, delineado negro, sombra suave color salmón. Estaba lista, sobre todo para dejar todo atrás.

“Tenemos que separarnos. Me enamoré de otra, ¿me entendés? Nunca llegamos a querernos o amarnos, perdón por la sinceridad, pero creo que lo nuestro era vacío, una histeriqueada, para llenar algo sin sentido.”

Aquel párrafo retumbaba en su mente, sempiternamente, como si no quisiera callarse jamás. Le dolía pero no tanto como ella esperaba, él tenía razón, era algo vacío. Gritó frustrada. Había quedado a pie, por caprichosa, por negarse a ir con él. ¿Conseguir un taxi, un sábado a la noche, lloviendo? Una idea totalmente insana. Maldecía el ser tan orgullosa, pero era imposible doblegarlo. Sobre todo, ¿dónde diablos dormiría luego de dejar aquel departamento en el cual había demasiado como para seguir allí? No podía ir a la casa de su madre, no luego de la sarta de insultos que le había regalado luego que la mujer le habló del amor verdadero. Eso sería ser hipócrita y eso ella no era en esos asuntos. Volvió a gritar en aquella casi fantasma calle. Pensó por un segundo en hacer dedo, pero nadie la levantaría, empapada como estaba. Por aquella zona solo pasaban autos brillantes, limpios, de asientos de cuero y perfume a vainilla. Imposible que alguien la aceptara en aquellos vehículos tan ostentosos. Hizo una llamada. Unos minutos después apareció aquel héroe por el que había estado esperando. Ashton Irwin. Su mejor amigo, su personita especial, él que siempre estaba para ella. Sin pensarlo dos veces abrió la puerta del acompañante y se introdujo en el automóvil cálido.

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