III

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El viernes me encontré con Santiago en los pasillos de la escuela y fuimos al centro comercial. Comimos helado y charlamos por un largo rato. La pasé muy bien con él, de hecho. Solo esperaba que no volviera a ser el idiota que había sido hace un año.

Llegué a casa y subí las escaleras de prisa. Cuando entré a mi cuarto pegué un brinco y un grito agudo se escapó de mis labios mientras llevaba una de mis manos al pecho. Madison estaba sentada sobre mi cama, con las piernas cruzadas y las manos sobre su regazo. Me observaba detenidamente sin decir palabra alguna.

—¡La concha de mi...! —chillé— Tú y tu hermana van a causar un ataque cardiaco un día de estos.

Madison y Audrey tenían la costumbre de aparecer en mi casa sin avisar y provocarme sustos inesperados.

—¿Entonces ahora eres amiga del tal Santiago López? —preguntó, ignorando mis reproches por completo.

Puse los ojos en blanco y desvié la mirada.

—¿Es en serio, Maddie? ¿Viniste y casi me matas del susto para esto?

Se puso de pie y se acercó a mí, hasta que quedamos frente a frente.

—Prometimos no volver a hablar con él jamás, te lo recuerdo.

—Lo sé, pero se disculpó y...

—¡Es un imbécil! —Alzó sus brazos en el aire.

—No tengo ninguna intención con él. Solo dijo que quería que habláramos de nuevo y dije que sí. —Me encogí de hombros—. No veo qué está tan mal en eso.

Madison suspiró. Puso los ojos en blanco y se sentó sobre la cama de nuevo.

—Bien, como sea —dijo, cruzándose de brazos.

Me senté junto a ella y nos quedamos en silencio por unos instantes.

—¿Y Audrey? —pregunté.

—Dijo que iba a salir con una de sus amigas del equipo de baloncesto o algo así, no lo sé —contestó, encogiéndose de hombros y haciendo una mueca—. Desde el año pasado ha dejado de darme muchos detalles acerca de lo que hace.

Iba a decir algo, pero Maddie habló antes de que yo pudiera pronunciar palabra alguna. Miraba al frente, inmiscuida en sus propios pensamientos.

—Creo que está saliendo con alguien pero no le he preguntado nada acerca de eso. Solo he estado esperando a que se digne a contármelo.

—Pero, ¿por qué te ocultaría eso?

—No lo sé.

Vimos películas por el resto de la tarde y la noche.

Lo que me contó Maddie no ha escapado mis pensamientos ni por un segundo. Audrey y ella son muy unidas, como cualquier par de gemelos. Se cuentan todo y confían mucho la una en la otra. Me niego a creer que Audrey le esté ocultando algo a su hermana, y si lo está haciendo, solo espero que no sea nada grave.

****

El sábado en la tarde salí a caminar un rato, cosa que no hacía muy a menudo. Recordé que la entrada a museos era gratis los fines de semana, así que decidí ir al único museo de la isla. Siempre he pensado que somos suertudos de que este diminuto lugar si quiera tenga un museo, porque sí, hago parte del 0.1% de adolescentes que visitan museos en su tiempo libre.

Caminé por las exhibiciones admirando cada pintura y escultura, cada obra artística, imaginando que algún día, mis obras estarían ahí. Luego de unos veinte minutos de haber recorrido parte del museo, sentí un toque en mi hombro derecho y me di la vuelta pero no encontré a nadie junto a mí. Entonces una voz habló junto a mi oído izquierdo.

Al finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora