AGUSTÍN
Alexandre Bernalte Gascó
Cuando miras al abismo
el abismo te mira a ti.
La lluvia golpeaba los cristales de aquel coche que, en medio de la noche y la tormenta, avanzaba a gran velocidad. Aquella lluvia, como si de una llamada se tratase, golpeaba incesantemente esperando una respuesta.
Aceleró y el mundo pareció quedar atrás. El coche avanzaba imponente por aquella carretera. Cuyo estado, llena de charcos de agua, mezclados con aceite de motor, la hacían aún más peligrosa que la noche.
Su velocidad no tenía límites. Era como saltar al vacío; cuanta más velocidad alcanzas, más libre te sientes. El motor aumentaba su rugido a la par de sus revoluciones; abriéndose camino en la noche.
La visión de aquel carro rojo como el fuego, resaltaba en el marco de una noche oscura como aquella. Los faros, como ojos penetrantes, escrutaban el destino, miraban al futuro...
La música envolvía el interior del coche. Aquella música parecía tener un influjo muy grande sobre el conductor. Le arrastraba, le llenaba de fuerza y le vaciaba el espíritu. Acabó siendo dominado por la música.
Llegó un momento en el que comenzó a conducir maquinalmente, sin pensar solo actuaba. La música lo había hechizado y ahora era ella la que conducía aquella máquina.
De repente una sombra cruzó la carretera. Frenó, y el coche comenzó a patinar.. Se oyó un chirrido de frenos de disco húmedos. Aquel caballo de ojos brillantes y luminosos que habían estado mirando el futuro se vio arrastrado hacia el; de una forma irremisible se vio arrastrado hacia su destino.
El coche derrapó y comenzó a dar vueltas y vueltas. SU conductor veía el agua a su alrededor con una actitud amenazadora, envolvente, guiándole hacia el destino que se le abalanzaba a pasos agigantados. Sus músculos se tensaron y como si de una película se tratase, su vida pasó -como un corto fotograma- por delante de sus ojos; su niñez, el instituto, la universidad, los amigos; uno tras otro se sucedían los recuerdos a una velocidad vertiginosa a modo de acoso. El tormento cesó. Y pudo contemplar a alguien saludando a lo lejos, a contraluz. La luz lo cegaba y era blanca como la nieve. Ya no se encontraba dentro de su coche así que decidió acercarse y ver de que se trataba. No pudo, la figura, por mucho que se acercara seguía a la misma distancia...
Un día, un mes, o quizás tan solo unos segundos,, no podía decirlo pero volvió en sí, o quizás no. No estaba seguro. Se encontraba solo, tendido en la hierba de un hermoso valle. Un valle verde, con altas montañas rodeándolo, protegiéndolo de algo, o quizás de alguien. Comenzó a vagar por aquel inhóspito paraje. Todo parecía tan irreal, el cielo rasgado por alguna que otra nube. Las cimas nevadas de las montañas coronadas por diademas de blanca niebla. Con la nieve parecían ancianos, con su pelo cano, esperando al visitante. De repente le pareció que se le esperaba desde hacía algún tiempo, y que hacía tiempo que estaba destinado a acabar allí; a modo de comparecencia.
Reflexionó. Vivo no parecía estar porque por donde el conducía no había ningún lugar parecido ("sino ya habría sido explotado por alguna agencia de viajes" pensó), pero no parecía estar muerto. Al menos el no creía que la muerte fuera así. Respiraba, veía, se movía, ... sentía. Sentía como nunca antes lo había hecho. Se sentía libre y atado -libre para gritar, y atado por el silencio que le envolvía-, furioso y tranquilo -furia para con él mismo, pero tranquilo-. Esa tranquilidad parecía emanar del suelo, y envolverlo como el silencio allí reinante.
Alzó los brazos y un grito nació en su interior, y ascendió por su cuerpo hasta llegar a la boca, donde expiro silenciosamente como un soplo de brisa. Se preguntó ¿por qué? y ¿quién?. Se pregunto porque había conducido de noche, tan deprisa, tan eufórico. Una serie de sensaciones pasaron por su mente, mientras conducía, recordó, que creía estar comiéndose el mundo, como si este desapareciese bajo su coche. Ahora ya sabía el ¿porqué?. Pero ¿quién?, quien le había convocado allí, quien creía que su presencia era necesaria allí.