OneShot; La Leyenda Del Hada Y El Mago (BillDip)

Cuenta la leyenda que...

Hace muchos años en medio de un enorme y bello bosque lleno de todo tipo de criaturas fantásticas había un gran castillo rodeado de enromes árboles, con torres incluso más altas que los mismos árboles magicos; construido con grandes y poderosas piedras protegidas con magia para que nada ni nadie pudiera derrumbar aquel magestuoso castillo. En el vivía un poderoso y, a decir verdad, apuesto mago con cabello rubio que vestía con hermosas prendas amarillas con algunos toques color negro llamado Bill Cipher.

En un hermoso, cálido y despejado día, el mago estaba vagando por su bosque encantado, apreciando el bellísimo paisaje que su bosque le brindaba; las diferentes flores de todos los colores, plantas de todo tipo grandes y pequeñas, hongos de llamativos colores, el pequeño riachuelo que nunca se secaba gracias a la magia del bosque y mucho más. Pero sobre todo, el mago veía a algunas de las criaturas con sus parejas, felices y... con su amor, todas paseando por el bosque con enormes sonrisas en sus rostros y con ojos con aquel brillo característico que se tiene cuando estas enamorado, llenos de un enorme amor que le tenían a su pareja. A Bill se le rompía el corazón de ver a aquellas criaturas tan felices, juntas mientras que el estaba completamente solo sin nadie a quien poder amar y nadie quien lo ame a el, sin tener aquella persona que lo hiciera sentir especial; que le diera todo su amor incondicionalmente; que le haga hacer que su corazón lata con el simple hecho de estar con aquella persona; que lo hiciera sentirse completo. El mago no pudo evitar que pequeñas lagrimas comenzasen a salir por sus ojos y resbalaran lentamente por sus mejillas una por una pues, a pesar de su vasta sabiduría y su extrema compatibilidad con la magia, el mago nunca había podido encontrar aquello que mas anhelaba; Amor.

Incluso pareciese que justamente ese día en el que decide salir de su castillo a tomar un poco de aire fresco todas las criaturas del bosque decidieran salir a pasear con sus parejas para burlarse de el.

Ya harto de ver a aquellas criaturas tan felices con sus parejas decidió regresar a su castillo con sus tantos libros de magia que tenía ahí y se dispuso a leer unos cuantos para dejar de pensar y hacerle olvidar, por lo menos un pequeño momento, que el estaba completamente solo en aquel castillo tan gigantesco.

La noche cayó, las estrellas brillaban al igual que la Luna la cual estaba en su mayor esplendor. El mago, al notar que ya era noche y que las antorchas del castillo se habían encendido con magia, cerró el libro que tenía en manos con fuerza haciendo que se produjera un sonido que se escuchó en todo el lugar seguido de un eco, soltó un cansado suspiro y subió a lo más alto de su castillo.

Ahí estaba, viendo el hermoso cielo estrellado con sus diferentes constelaciones; por alguna razón, su favorita siempre había sido la de la Osa Mayor y muchas de las ocasiones en las que miraba el cielo estrellado, se quedaba horas observando esa constelación sin apartarle la vista. Y, aunque pueda sonar un poco extraño, ahí estaba su única amiga la Luna, la cual lo ayudaba a soportar el dolor tan inmenso que sentía en su interior al no tener a alguien a quien poder amar al igual que las demás criaturas de aquel bosque y que tal vez, nunca tendría aquello a lo que todos llaman amor. De nuevo, solo con pensar aquello, al mago se le escaparon gotas rebeldes que salían de sus hermosos ojos color miel, que, a pesar de tener bello color, al mirarlos, se podía notar que estos estaban completamente vacíos y sin brillo alguno.

Dicen que las personas no ven el mundo verdaderamente a color hasta que estan enamoradas, como si su alma estuviera dormida y esta despertara cuando conocen a la persona indicada, sin embargo, los ojos de Bill no podían ver el color del hermoso mundo que lo rodeaba, era casi como si no tuviera vida.

―¿Qué ocurre viejo amigo?― Preguntó la Luna con preocupación en su tono, a pesar de saber que es lo que le ocurría a su amigo.

―Luna...― La nombró mirándola.― Nada, no pasa nada.― Contestó el mago secándose las lagrimas.