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Mis experimentos con la muerte habían comenzado hacía muchos años, pero esto que estaba sucediendo era algo nuevo. No sabría decirle la fecha exacta pero fue no hace mucho, quizás un mes, o dos.
Todo comenzó sin buscarlo, sin hacer un plan por anticipado. Surgió como surgen los problemas, de imprevisto y, como saben, los problemas no vienen de a uno.
Pero comencemos por el principio. Estoy escribiendo esto para dejar constancia de mis descubrimientos, pues no sé cuánto tiempo me queda en este plano. Pueden ser horas, días, meses o años; pero siento que no es demasiado, el llamado desde el más allá cada vez es más fuerte.
Sé que las autoridades médicas no tomarán en serio mis hallazgos del otro lado del velo (cómo yo lo llamo), pero eso carece de importancia; sé que mis seguidores y mis colegas lo leerán con entusiasmo y algo quedará para la posteridad; para cuando esta rama de la medicina sea tomada con seriedad y respeto, cuando sepan que no somos unos "hechiceros"; ese día va a llegar, lo prometo.
Pero vayamos hasta el principio, no será muy largo.
Mi primer contacto con la muerte sucedió a mi temprana edad de diez años. Sufría de una enfermedad que los doctores no podían determinar. Mi corazón latía muy rápido por momentos, pero en otros dejaba casi de hacerlo; llevándome, esto último, a desfallecer. No me avisaba, de un momento a otro mi corazón parecía detenerse y, luego de unos minutos, volvía a la normalidad como si nada hubiese pasado. Pero esto a mí me dejaba en cama varios días, fatigado, con fiebre y alucinaciones. Mi madre, pobre, se quedaba a mi lado todo ese tiempo; contándome cuentos y orando para que me mejore, pero mi salud lejos de mejorar empeoraba cada vez más.
Cuando me recuperaba de este estado, la vida que llevaba era casi normal. Si bien no podía hacer lo que cualquier chico sano hace, me las arreglaba para no quedar rezagado. Iba a la escuela, jugaba en los recreos y asistía a las reuniones sociales que nuestras madres programaban, pero siempre bajo la supervisión de ella. Ante cualquier síntoma, de cualquier cosa, me retiraba a mis aposentos y descansaba. Este tiempo de ocio despertó en mí la pasión por la lectura. Mi tío, que vivía con nosotros, era un médico reconocido en la ciudad a la que pertenecíamos, y su biblioteca era tan grande como toda la pared occidental de su estudio; cientos de libros se agolpaban en las estanterías de la biblioteca de cerezo que allí se encontraba. De tal forma que, cuando mi salud no me permitía hacer nada más que descansar en mi lecho, tomaba un libro al azar para pasar esas horas interminables que me quedaban por delante; a veces eran semanas enteras las que mi enfermedad no me permitía levantarme. Así conocí a los grandes escritores de la época, y de las anteriores también: Plutarco, Mary Shelley, Miguel de Cervantes, Víctor Hugo, y varios más. Pero el que me había llamado la atención era Nietzsche y su fanatismo por volver de la muerte. Para mi suerte, mi tío, poseía toda su obra completa y, uno tras otro los devoré con hambrientas ansias de conocimiento. El tema de la muerte, de la cual estaba tan cerca, acaparó toda mi atención y, para mi regocijo, en sus obras, Nietzsche daba una explicación muy clara de que era y como poder eludirla; todo esto era una teoría sin haber sido llevada a la práctica, pero eso no me importaba. En estos escritos creía haber encontrado un salvoconducto para mi hora final.
La muerte es solo el paso a otro plano del cual podemos volver, solo debemos encontrar el camino, escribía mi maestro en sus obras. Y cuánta razón tenía...
Así como Mary Shelley daba vida a su Frankenstein, su moderno Prometeo, Nietzsche me daba una nueva oportunidad para volver del otro lado si algo me sucedía. Y sucedió.
Una vez más había caído preso de mi desgraciada enfermedad. Esa tarde estaba montando en el campo a mi caballo preferido, Alistan, cuando mi corazón se detuvo de repente. Lo siguiente que recuerdo es que flotaba a escasos metros del suelo junto a mi cuerpo. No sentí dolor ni angustia por mi situación; mi cuerpo inerte en el verde césped estaba pálido, del oído escapaba una sola gota de sangre; por lo demás parecía dormido plácidamente. En cuestión de segundos estaban a mi lado mi madre y mi tío, quien quiso ayudarme, pero luego de varios intentos por revivir mi cuerpo, se dio por vencido y abrazó a mi madre que lloraba desconsolada. Levantaron mi cuerpo y me llevaron a la casa en donde estaba mi padre. La angustia que sentían ellos hizo mella en mí y apresuré el proceso. Según la teoría que había leído, nos une al cuerpo un hilo de plata que conecta al "yo" material con el "yo" espiritual, para volver dentro de uno mismo no hay que dejar pasar mucho tiempo y, por sobre todas las cosas no dejar que ese hilo se corte; porque de esta forma el final es inevitable. Para semejante proeza solo debía seguir el hilo de plata que me conectaba con mi cuerpo terrenal y al llegar a mi cuerpo introducirme en él. Y así quise hacerlo, pero algo me retenía, algo no me dejaba avanzar y, a cada esfuerzo mío, veía como se tensaba lo único que me unía a mi "yo" terrenal. Al girar la cabeza, una gran figura negra me sostenía del brazo derecho, en la parte en donde debería estar su rostro, bajo la capucha, solo se veía la más absoluta oscuridad, tal era ese abismo que parecía tener vida propia. Solo una palabra llegó a mis oídos. –Quédate- Me revolví y tironeé de tal forma, con tal desesperación, que logré zafarme de esas garras que no dejaban completar mi misión. Una vez suelto de mi captor me apresuré a volver a mi cuerpo; tiré del cordón y una fuerza sobrenatural me absorbió con rapidez y en un santiamén estuve encima de mi cuerpo. A mi alrededor mi familia lloraba, mi padre trataba de confortar a mi madre que, arrodillada en el piso, rezaba y lloraba al mismo tiempo. Levanté la vista y allí estaban. Decenas de espectros me observaban desde todas partes, tanto niños como ancianos. Todos ellos me señalaban con sus podridos dedos, sus caras, repletas de gusanos de la carne, mostraban su asombro ante mi descarada negativa a mi destino. No reconocí a ninguno de ellos; dicen que cuando morimos nos encontramos con nuestros seres queridos, pero no parecía ser mi caso, todos ellos me resultaban completos extraños a mi vida terrenal.
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EL VELO
Terror¿Después de la muerte existe algo más? ¿ Volver de ella puede volverte loco?