Instructor de manejo

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  A mis casi treinta años de edad creo que debería considerarse una verdadera vergüenza no poder dirigirme a cualquier sitio por mis propios medios. Comodidad, pereza, falta de habilidad, conjunto de todas aquellas características antes mencionadas y tal vez otras, son las que me hicieron aplazar este mero trámite casi toda mi vida, ni las burlas de mis amigos hicieron mella tanto a mi ego como las palabras de mi madre o los acontecimientos posteriores una tarde cualquiera en que descansábamos en las reposeras mientras bebíamos te en el jardín de su casa.

- Sungminnie, sabes que eres mi bebé adorado, pero hijo... - Sungmin respiró cansino, sabía que su madre volvería a sacar el tema de la conducción, la falta de ella, era un tema recurrente todas las semanas cuando iba a visitarla.

- Madre, es un tema en el que no estoy intere... no pudo siquiera terminar la frase cuando su madre cayó al piso desmayada, ipso facto, Sungmin saltó de la reposera posicionándose a su lado removiéndola con total histeria.- Ommoni, qué ocurre, chillaba desesperado.- Se apresuró a coger el celular marcando enseguida el teléfono de su padre, ¡Mierda! había saltado el buzón de mensaje, después de unos quince intentos Sungjin por fin había atendido su llamada.

- ¿Min? ¿Qué ocurre? preguntó al sentirlo jadeante y carente de cualquier palabra.

- Jinnie, es mamá, mordió su labio para no chillar.

- ¿Qué pasó? trató de sonar calmado, a pesar que sentía los nervios crispados.

- Ella está en el hospital, se desmayó y la están examinando en este momento. Y-yo estoy asustado Jinnie, no supe que hacer, llamé a papá...y..y- decía sorbeteando la nariz, entrecerrando los ojos para así evitar llorar.

- Tranquilo, voy para allá.


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Sungmin lloraba a los pies de la habitación donde ahora yacía su madre. Según los estudios había sufrido una alta de presión debido al estrés, sumado a que no estaba cuidando sus comidas. Y aunque de forma directa no tenía nada que ver su falta de interés en la conducción no podía evitar sentirse culpable por hacer disgustar a su madre.

- Ommoni, decía de forma cariñosa mientras tomaba su mano. Ponte bien, ¿sí? Prometo que cuando te recuperes completamente y vayas a casa, seré un hijo más responsable y preocupado. Voy a mejorar y aprenderé cualquier cosa que deba con tal de hacerte feliz.

Su madre en aquel momento apretó su mano, casi en señal de que estaba aprobando este cambio en su hijo, no porque pensara que el hecho de no saber conducir lo hiciera una peor o inferior persona, si no el trasfondo que lo había motivado a tomar esa decisión en su vida.
Sungmin había perdido a su única y mejor amiga debido a un accidente automovilístico. Alcohol, exceso de velocidad, irresponsabilidad, fatalidad. Nunca se lo perdonó, y desde ese día juró que nunca se iba a subir a un vehículo, incluso manejarlo estaba descartado, no, jamás aprendería.

Hoy se encontraba afuera de la escuela de conductores más famosa en Corea; KyuMin cars. Por más que trató de ignorar su promesa, su madre apenas tuvo la fuerza necesaria y recuperación completa lo instó a cumplir su palabra, a perder el miedo, a tomar otro rumbo, en resumidas cuentas a mirar de otra forma la vida, nuevamente.

-¿Lee Sungmin? aquella ronca voz lo sacó de sus cavilaciones.-

-Soy yo, y usted es...? Cuando levantó el rostro y cruzó miradas por fracción de segundos con aquel castaño de figura estilizada, apartó los ojos completamente ruborizado.

- Soy su instructor de manejo, Cho Kyuhyun, mucho gusto, señor Lee. Sígame, por favor.

Sungmin quiso en ese preciso momento que se lo tragara la tierra. Pensaba que su instructor sería un señor entrado en años y con tantas arrugas como experiencia, pero ahí estaba frente a él, un mocoso que seguramente no pasaba de los treinta años, y por si fuera poco era guapo, demasiado para su gusto.

- ¿No piensa seguirme señor, Lee? Preguntó Kyuhyun dándose la vuelta encontrándose con las mejillas arreboladas de Sungmin.-

- E-eh claa-ro , dijo apurando el paso.

Kyuhyun le explicaba cosas básicas sobre la conducción, desde lo legislativo, hasta lo mecánico, indicándole además sus horarios de clases teóricas, y después prácticas, repitiendo las instrucciones cada vez que se mostraba nervioso y parecía no escuchar nada de lo que se le estaba diciendo.

- Debes relajarte en primer lugar, apartar de tu cabeza cualquier cosa que te impida estar tranquilo, pensar, y actuar con claridad. Debes disfrutar de la conducción, esa es la clave para ser un buen conductor, claro, sumado a la experiencia, pero nada que la práctica no te haga serlo.-

Sungmin maldecía para sus adentros, apenas le estaba dando una instrucción, un consejo si lo veía de forma más amigable, ningún atisbo de sonrisa, o siquiera alguna conducta incorrecta y él se estaba muriendo de deseo. Y apenas iban en la quinta clase, estas dos semanas definitivamente iban a ser una excitante, pero no por eso menor tortura.

- Señor, Lee, ajuste los espejos, tome el volante, míreme, esta es la forma correcta de posicionarse.

Sungmin miraba a Kyuhyun ignorando completamente la instrucción. De pronto saltó cuando en vez de tomar la palanca de cambio rozó y posicionó su mano en la pierna de Kyuhyun apartándola en el acto.
Kyuhyun volteó el rostro mirándolo sorprendido, evitando a toda costa la sonrisa que luchaba con asomarse.

- Y-y-y-yo perdón, este, de verdad, no-no-no sé que me pasó.

- Tranquilo, un error puede cometerlo cualquiera, medio sonrió. Empecemos de nuevo.

Así estuvieron toda la semana. Entre instrucciones, roces torpes y casi nula interacción.
Sungmin no podía creer lo tonto que se estaba comportando. No era un crío, pero ahí se encontraba hecho un manojo de nervios frente a aquel hombre de sonrisa ladina y ojos curiosos. No sabía nada de su instructor, más que su nombre, o cómo se le hacía un hoyuelo cada vez que sonreía. O las veces en que su mechón algo crecido en la chasquilla se mecía suavemente cuando se concentraba en demasía, o ese lunar casi imperceptible al ojo humano del cual era poseedor. Sexy, pensó.-
Su piel tan blanca como la nieve, contrastaba con su bonito cabello color chocolate. O la ligerez con que mordía su labio después que daba alguna indicación. Atractivo. Pero su voz era lo que le tenía más embelesado. ¡Dios! ¿Qué le estaba pasando? ¿Se habría flechado de aquel larguirucho y guapo instructor?

Kyuhyun carraspeó, hacía al menos diez minutos que su pupilo había dejado de prestarle todo tipo de atención, y él no podía dejar de pensar en lo hermoso y perfecto que era aquel menudito pelinegro.
Loco estúpido, se dijo. Acosador, lo acusó su propio cerebro. No importaba que en estas semanas siquiera hayan cruzado palabras porque el sentimiento de calidez que desprendía el más bajito era único, su sonrisa tímida, o el leve rubor de sus mejillas cuando cometía algún error. Todo en él lo hacía incluso de ser posible, más bonito.
Nunca en su vida conoció ni estuvo interesado en relacionarse con alguien que no fuera de su propia familia. Reconocía que en el pasado lo habían dañado más de lo que alguna persona podía considerar soportar, pero aquí se encontraba pensando, deseando conocer más a aquel extraño que lo había cautivado de sobremanera.
Y cada roce, cada torpeza provista por el bajito la ansiaba cada día como cura personal por sentirse el más grande de todos los inadaptados. Rió. Estaba realmente cagado. Fantaseaba con un pupilo con el cual no tenía ninguna oportunidad. No cuando ni siquiera era capaz de entablar conversación, no cuando ni siquiera podía mantenerle la mirada porque se sentía desnudo, frágil, completamente a su merced. Y ansiaba y evitaba con la misma fuerza verse involucrado. No cuando ni siquiera tenía fe en sí mismo. Patético.

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