Filiflama alabe cundre
ala olalúnea alífera
alveola jitanjáfora
liris salumba salífera.Olivia oleo olorife
alalai cánfora sandra
milingítara girófora
zumbra ulalindre calandra.—M. Brull
Se me ha dicho repetidas veces que coleccionar miniaturas de esciápodos es de tremendo mal gusto. Pero si de tener mal gusto se trata, he de puntualizar que no soy ni de cerca el peor de los casos. He visitado a ciertos locos a los que les parece buena idea colocar la pintura de una blemia en el sacrosanto comedor. Y los hay peores, mi tío, que en paz descanse, tenía la indecente costumbre de mostrar a todos sus visitantes la estatuilla de un panocio de cincuenta centímetros. Lo peor de lo peor son aquellas señoras que se entretienen infestando sus jardines con gnomos. Detestables. De manera que si se me da la gana puedo llenar la sala con cinocéfalos de todos los tamaños y colores, que de cualquier manera darían menos grima que un gnomo.
Ahora que caigo en cuenta, debería puntualizar qué es un esciápodo, disculpen que no lo haya notado, con las personas que frecuento no son necesarias tales definiciones, pero ¡ay!, desde unos cuántos siglos para acá no se puede hablar con cristianos de esciápodos, blemias, panocios y cinocéfalos sin que te interrumpan a mitad de la oración para preguntarte con qué se comen.
Los gnomos todos los conocen, es un mal gusto difundido. Saber —e imaginarse— qué es un esciápodo es simple: poned en vuestras cabezas la figura de un hombre, tal cual, y en seguida cortadle una pierna. Con vuestra imaginación —espero que la televisión no se las haya estropeado demasiado— haced engrosar la pierna que le queda hasta que tome el tamaño de dos piernas, pero haced que el pie sea aún más grande. Finalmente, no cometáis el error de pensar que un esciápodo es un hombre al que le han cortado una pierna y engrosado la otra, los esciápodos han nacido así, con una sola pierna enorme y un pie aún más grande. ¿Veis que es simple? Son seres veloces que tienen la simpática costumbre de tirarse al suelo alzando la pierna para usarla a manera de sombrilla. Que vamos, ¡cada uno tiene que sacar ventaja de lo que tiene!, que si a mí me dieran un piesote... supongo que no importa. En cuanto a las blemias, los panocios y los cinocéfalos, tendrán que investigar ustedes solitos con qué se comen.
En fin, que aunque no lo parezca toda esta cháchara de esciápodos sí viene a cuento: mi tío, que en paz descanse, una semana antes de morir me mandó asistir a su casa, puntualmente y sin excusas.
—¿Recuerdas la placa de madera que pertenecía a tu tía? La que tiene tallado uno de esos mentados animalejos que tanto te gustan. Pues he aquí esta llave, mírala bien, oxidada y roída, como toda llave que se respete. Tómala, demonios ¿a qué te esperas? Abre bien las orejotas, que por obra de lucifer no las tienes como un buen panocio, mira: sube al ático y en el rincón, no me acuerdo cuál pero ¡pardiez! sólo son cuatro, en el rincón busca una caja, así de grande, que es así y asá. Bájala y llévatela a ese cuchitril que tienes la desfachatez de llamar casa, pero que ni se te ocurra tomar ni siquiera mis telarañas, ni aunque el demonio te lo susurre al oído, que son mis cosas y no se me da la gana que alguien más les ponga las manos.
Así lo hice. Añado que contrario a toda expectativa mi dulcísimo tío no tenía la costumbre de hacerme obsequios. No pude más que preguntarle porqué empezar ahora.
—Primero: porque me viene en gana, ¡pardiez!, segundo: porque me largo.
—¿A dónde?
—¡Ad patres!, y si todo me sale como quiero ¡también per aspera ad inferi!
A mi tío se le pueden imputar muchas cosas —si no es que muchísimas—pero su salud era excelente. Todas las preguntas que a continuación le formulé para desembrollar el asunto fueron vanas y terminó mandándome muy lejos declarando que esa caja, con la placa de madera del esciápodo y el resto de cosas «que no han de ser más que chismes de viejas» era la totalidad de mi herencia. Les juro que lo último que se me ocurrió fue resentirme, no esperaba nada y de un viejo cofre a nada la diferencia ya es notable.
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Evitando los hilos
General FictionUn préstamo de cincuenta centavos desata una serie de embrollos y desgracias.