2 [la partida de ajedrez]

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Son las ocho en punto de la mañana cuando llego a la recepción de K.C.I, esperando a que Baranov decida de una vez por todas aparecer y comenzar aquella dichosa reunión.

A sabiendas de que han pasado escasos segundos desde la última vez que revisé la hora, alzo mi muñeca y observo moverse lentamente las manecillas de mi Rolex. ¿Dónde te has metido maldito ruso pestilente?

La cabellera rubia de aquel impresentable surge tras un grupo de trajeados que siguen de largo, hacia la sala de juntas. ¡Ya era hora!

—No sé cuál es tu concepto de "llegar a primera hora", pero desde luego se diferencia bastante del que tengo yo —murmuro con aspereza siguiendo el camino de aquel grupo de accionistas.

—Los dos sabemos que has llegado hace pocos minutos, no exageres —responde colocando su corbata y con la mirada dispersa, parece algo nervioso.

—No me gusta que me hagan esperar.

Pierce entra tras de mí a la sala, cierra la puerta y los estores y acto seguido toma asiento.

Observo el panorama desde mi puesto; Baranov en un extremo de la mesa revisando su dosier y al otro lado un hombre que no le quita los ojos de encima, parece estarle acechando por la forma entrecerrada en la que divisa a mi hermanastro. Su rostro me es familiar, si mal no recuerdo él fue el que me dio paso ayer al salir del ascensor... Una cara como esa no es sencilla de olvidar; me cuesta no prestar especial atención a sus orbes grisáceos, a su nariz perfectamente perfilada y a su mandíbula, en estos momentos, tensa.

—¿Comenzamos? —pregunta algo impaciente aquel rubio de ojos sombríos.

Pierce asiente y comienza a hablar informando sobre la actual situación, refiriéndose al retiro de mi padre y presentándome como futura directora general, por desgracia, en conjunto con él. Muestra varios esquemas y diagramas a los que apenas presto atención, el aburrimiento me está consumiendo por completo. Lo único que quiero es ver esos acuerdos de una vez.

En algún momento percibo la fugaz y profunda mirada de aquel bombón rubio, dirigiendo cada vez menos vigilancia a la presentación. Mi yo interior aplaude y me incita a devolverle la ojeada, pero me abstengo de ello y vuelvo la vista hacia la pantalla.

Tras incontables minutos, finalmente la junta de accionistas nos hace entrega de aquellos acuerdos tan nombrados que teníamos que firmar. No doy tiempo a que Pierce siquiera los vea cuando me los atribuyo y comienzo a leerlos con detenimiento. Paso las páginas calmadamente revisando meticulosamente cada letra impresa en el papel, con la esperanza de no encontrarme con ningún inconveniente.

Algún enchaquetado de los que tengo a la izquierda se aventura a carraspear con la intención de meterme prisa, alzo la mano en su dirección, sin quitar los ojos de mi lectura, haciéndole callar.

Todo parece en orden por el momento, ya casi me encuentro en el último párrafo prácticamente dispuesta a firmar, sin embargo la última línea de dicho parágrafo me llama la atención desmedidamente. Reviso una última vez la última hoja y... ¡hijo de la gran puta!

—No pienso firmar esto —afirmo cerrando la carpeta y lanzándola al centro de la mesa.

Todos los asistentes resoplan y algunos se llevan las manos a la cabeza, a excepción del misterioso ejecutivo al otro extremo de la mesa que me examina con la mirada. Durante un segundo me desvío del tema a tratar, pero vuelvo a recuperar la cordura al evitar fijarme en él.

—¿Qué problema hay, Selene? —farfulla Pierce forzando la sonrisa como intento de normalizar la junta.

—Te dije que no quería encontrarme con sorpresas, y en esos documentos pone que todas mis decisiones y todos mis movimientos tienen que estar aprobados por ti personalmente. ¿Es una broma? Mi padre era el dueño de todo esto, si no fuese por esa tontería del matrimonio con tu madre ahora mismo la empresa sería mía. ¡Sería yo quien tendría que aprobar tus movimientos!

—Eso es tan solo por el simple hecho de que llevo más tiempo aquí, ocupándome de asuntos importantes con los que se adquiere una cierta experiencia.

—Tu experiencia me lo come —le suelto sin más, descargando toda mi ira contra él.

—Escúchame, no tienes de qué preocuparte, tendrás mi aprobación en todo momento para hacer lo que tú quieras —asegura él.

—¿Te crees que soy idiota? No voy a firmar nada, y sin mi firma tú tampoco optas a dirigir la agencia.

En este momento decido tomarme la situación como si fuese una partida de ajedrez, tratando de que la estrategia que he planeado salga bien. Lo primero es colocar un peón al que Pierce Baranov no se va a poder resistir a tumbar. Recojo mi bolso aparentando estar totalmente dispuesta a abandonar la sala, son pocos los segundos que tarda el ruso en detenerme.

—No te precipites, lleguemos a un acuerdo —propone con un ápice de desesperación asomando en su tono de voz.

Ya ha ido a por el peón, ahora hay que dejarle creer que domina el juego.

—Sabes que soy difícil de convencer, pero bien, podemos llegar a un acuerdo.

—¿Qué propones?

Finjo quedarme pensativa un momento, aparentando inocencia.

—Lo justo sería que la misma capacidad de decisión que tendría yo como hija de Jack Knox, fundador de esta compañía, la tuvieses tú, es decir, que hubiese un equilibrio y una libertad de dirección para cada uno —le explico con calma, caminando a su alrededor.

Ya casi lo tengo en mi terreno.

Baranov frunce el ceño y se sostiene la mandíbula en medio de una profunda reflexión. El pobre es tan... moldeable.

—Supongo que se puede hacer una reescritura de los acuerdos para que ambos tengamos los mismos derechos como directores generales.

Jaque Mate.

La reunión se da por finalizada y mañana firmaré los nuevos acuerdos en el despacho de Pierce, no sería necesaria la presencia de la junta nuevamente, ya que lo único que les era de interés era visualizar el itinerario y la presentación.

Nos despedimos de todos los accionistas a medida que van abandonando el lugar, y le llega el turno al emblemático playboy de ojos grises cuando me susurra con disimulo:

—Chica lista.


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⏰ Última actualización: Jul 22, 2016 ⏰

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