Patricia

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Eran al rededor de las 7 u 8 de la noche, pasaba sobre Avenida Central a 38kph en mi taxi, un Corolla del 91. Llevaba desde las 12 del día trabajando y el cansancio ya se había apoderado de mi cuerpo de manera imprudente. Mi esposa siempre menciona que debería tomar pastillas para mi problema de insomnio, pero la falta de sueño me ayuda a reflexionar sobre mi vida monótona y en que se ha convertido. No quiero ser el mismo taxista que lleva más de 25 años trabajando para una empresa que no paga lo suficiente. Pensaba en independizarme, pensaba en hacer algo más de este oficio tedioso. Todo lo que quería en mi niñez, se esfumó al paso de mi adolescencia y mis esperanzas al llegar a la vida adulta. Parecía un poco cruel, la forma en la que la vida nos mueve como títeres, con los hilos en sus manos cósmicas y el escenario un espacio donde los sueños y esperanzas no tienen lugar. Eso, o solo las malas decisiones y faltas de oportunidades me trajeron aquí, a conducir sobre esta avenida solitaria y sin pasajes. O eso creía hasta que veo en la esquina de Valle de Zapatas una Joven, de tez caucásica, más bien demasiado blanca, de pelo negro largo en forma de rizos y una cara de preocupación inusual. Traía uniforme de secundaria. Y su estatura debía ser de unos 1,57m u 1,58m. Estaba sola, y me detuve.

La chica, de ojos negros profundos, se posó frente a la puerta de copiloto, me observó detenida mente y me extrañe.
Abrió la puerta y se montó sin quitar la vista sobre mi.

—Vaya hacia Valle 1ra, dirección Gran Canal por favor. —exclamó la chica, directamente al terminar de acomodarse en el asiento.
Yo, perplejo asumo la orden directa y comienzo a conducir, subiendo por el puente de Zapatas.

Abajo en la Avenida, aún se veían los tubos que estaban colocando para la construcción de la nueva Línea B del Sistema de Transporte Colectivo "Metro".
El sistema había sido un éxito y lo estaban expandiendo a los alrededores del estado, donde el transporte más popular eran Combis y los taxis. Esto sin duda sería un gran golpe para nosotros los taxistas y demás transportes, ya que nuestras ganancias yacían de los viajes al distrito en general. Sin duda alguna, el gobierno busca de alguna y otra manera jodernos la existencia.
Miro a la joven y noto que está muy callada, y algo intranquila. Con la mirada fija a la ventana.

—¿Te encuentras bien? —pregunto con curiosidad— ¿Cuál es tu nombre?
—Patricia. —contesta a secas.
—¿Vienes de la escuela? —pregunto y observo su rostro esperando una contestación.
Me observa, y asienta con el rostro.
—¿En qué año vas? —Le preguntó, pero esta vez no obtengo contestación.

Miro al frente y asumo que no quiere seguir conversando. Pero su mirada se vuelve a clavar en la ventana, y pienso que está perdida.

Conduzco sobre Villa de Ayala y giro a la derecha por Gran Canal. Me adentro y noto que la chica voltea a verme.
—Más despacio por favor. —susurra sin quitarme la mirada.
—Claro, no te preocupes. —le digo, delicadamente.
—Y dentro de tres calles a la derecha. —termina de decir, pero esta vez sonríe.

Conduzco y obedezco, entró en la calle 16 de septiembre y la chica señala una casa verde con portón negro.

—Ahí.
Me detengo y me observa
—Espere aquí, buscaré dinero.
Se baja y entra a la casa, pero no abre la puerta. Miro extrañado, y me dedico a esperar.
Van pasando varios minutos, y la chica no sale. Pasan 20 minutos y la chica no aparece. A los 35 pasados decido salir del taxi y camino hacia la casa en donde entró la chica.
Toco la puerta varías veces y nadie contesta. Trato de ver por las ventanas del segundo piso y vuelvo a tocar. Esta vez, abren la puerta y sale una señora, caucásica y pelo castaño a la altura del hombro. Parecía de unos 33 años y tenía  1,66m de altura. Traía pijama y en la cara se le notaba que había estado durmiendo minutos antes. Me mira extrañada y toma una postura firme.

—¿Qué desea? —pregunta con cara de pocos amigos.
—Buenas noches señora, ¿Podría decirle a la chica que entro hace unos minutos que me pague? Ya llevo un rato esperándola y debe de entender que ya es algo tarde. —exclamó, pero la señora sigue mirándome extrañada.
—Aquí no hay ni vive ninguna chica caballero, debe haber confundido la casa. —menciona, y trata de cerrar la puerta, pero la detengo.
—Disculpe señora, pero la vi perfectamente entrar aquí y según los doctores y análisis recientes estoy enteramente sano en lo que mentalmente se habla, así que no estoy loco.
—Caballero, ya le dije que aquí no vive ninguna chica. Y nadie ha entrado en el tiempo que usted menciona. Entiéndalo. —repite, pero con una cara más pesada.
—Mire, como me va decir usted a mí que nadie ha entrado, si la vi hace unos minutos entrar por esa puerta, incluso venía vestida de uniforme escolar de secundaria. —le digo, ya un poco enojado.
La señora me mira, mira hacia adentro, y se me acerca.
—¿Como era la chica? —pregunta, pero más relajada y asustada.
—Pelo negro, con rizos, ojos negros y tez blanca, traía una camisa blanca y una falda verde con rallas. Y en los labios traía labial rosa. No entiendo porque dice que no está aquí si la vi entrar.
La señora da un paso hacia atrás y cubre su cara con ambas manos. De repente, empieza a llorar.
—¿Se encuentra bien? ¿Qué pasa? —pregunto asustado. No entiendo lo que pasa.
—Es mi hija. —dice la señora entre los sosollos.
—Muy bien, pero ¿Podría decirle que salga a pagarme por favor? —pregunto pero ya más tranquilo, pero más extrañado que nunca.
—No, usted no me entiende. —exclama, esta vez mirándome a los ojos.
—¿Cómo que no la entiendo? Ella está ahí. —reafirmo.
—Ella está muerta.

Me quedo en shock y siento cómo mis manos comienzan a temblar, la señora entra y a lo lejos veo cómo va hacia una mesa de estar y toma una foto, vuelve a la puerta y me la muestra.
Es la misma chica, con la misma ropa.
Mi mente no entiende nada.

—No se preocupe, usted no es el único al que le ha pasado esto. Ya han sido 3. —menciona, más tranquila.
—¿Puedo saber que le pasó?
—Así salió la última vez que la vi —me muestra la foto nuevamente— y con esa misma ropa la encontraron días después, tirada en la Avenida de Zapatas, los forenses me dijeron que mostraba signos de violación y que había sido asfixiada. Fue una pesadilla. —termina de contar con un tono triste y con lágrimas en los ojos.
Se detiene un momento y me mira.
—Pero usted no se preocupe —se limpia las lágrimas y busca en la bolsa de su pantalón.
Me tiende un billete de 100$.
—Tome, y quédese con el cambio. —exclama y espera a que tome el billete.
—No señora, no se preocupe. —le agarro el brazo y una sensación de pena se apodera de mi.
—Enserio, tómelo, que este viaje no se quede con un sabor tan amargo, yo le agradezco que la haya traído, aunque en realidad no esté aquí de la manera en la que quisiera.
Tomó el billete y doy un paso atrás.
—¿Estará bien? —pregunto preocupado.
—Lo he estado durante estos últimos 3 años, y lo estaré los años que resten. —afirma, esta vez con algo de seguridad en su tono de voz.

Me alejo de la puerta y hago una seña de despedida. Entro al taxi y conduzco dirección a mi casa.

En los 25 años que llevaba de taxista, esto es unas de las 3 cosas más extrañas que me ha pasado, y sin duda alguna, unas de las cosas que más me han dado tristeza.
Aún no se con exactitud que produce que esa muchacha se aparezca en ese lugar y detenga taxistas para que la lleven a su antigua casa. Ni sé que paso con la madre después de esa noche, de lo que sí estoy seguro, es que esta experiencia me introdujo a un mundo lleno de misterios.

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⏰ Última actualización: Jul 22, 2016 ⏰

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