IV

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La artillería alemana comenzó a bombardear de nuevo Varsovia, primero los suburbios y luego también el centro de la ciudad. Cada vez más edificios perdían los cristales de las ventanas, se abrían agujeros redondos en los muros por los impactos. Las calles comenzaron a llenarse de cadáveres, sin saber Louis que luego eso sería una costumbre por varios años.

Varsovia dejó de existir el veintisiete de septiembre según Tomlinson, lleno de cadáveres y gente que parecía un saco de huesos buscando alimento en medio de la basura incluso de los muertos.

El joven miraba hacia la ventana con su vista perdida, vió dos hombres altos y fuertes con traje y casco de acero caminando por las veredas con una sonrisa plasmada en sus bocas.

Se fueron en un santiamén.

Alemanes. Los primeros de los muchos que vería Louis.

Su casa se mantenía de pie, sólo los vidrios y algunas cosas fuera de lugar, por suerte no se derrumbó.

Habían muerto veinte mil personas, Louis pensó haber visto muchos más cadáveres sobre las calles.

Perdió varios amigos siempre los llevaría con él apesar de todo, Robert, Johann, Liam y Anthony. No podía pensar en que sus seres queridos fueron destrozados por una bomba, no quería asimilarlo.

Las ojeras debajo de sus ojos  su rostro demacrado era signo del efecto que le causaba toda la situación. Una pequeña de tan sólo trece años amiga de su hermana mejor fue hallada debajo de un edificio bombardeado, ¿y qué se podía hacer? Exacto, nada.

Ni siquiera enterrar su cuerpo.

Louis se decía así mismo que lo bueno de ésto era que estaba aprendiendo a valorar la vida, la libertad. Si pudiese tener un poder para hablarles a todas aquellas personas que no querían vivir, les diría cuanto luchó esa niña de trece años para ser aplastada por un muro. Como una meta de vida se destruye en un segundo.


Lottie sostenía en su regazo a su hermana menor, raramente la familia se mantenía tranquila, con miedo precauciones. El padre de Louis le decía que debían ser fuertes y demostrar la mejor calma para no asustar a las niñas pequeñas.

Coches recorrían las calles, eran lujosos y más que claro de alemanes, buscaban a judíos y se los llevaban a quién sabe donde.

Pero después lo supieron.

Sufrían maltratos pero no llegaban a la muerte, los soldados se reían de ellos, los humillaban.

Alemania ganó.

La ejecución de los primeros cien ciudadanos inocentes en diciembre de 1939 fue un punto de inflexión esencial.


Surgieron un tipo de leyes, eran estúpidas pero había que cumplirlas si no querían terminar con un agujero de bala perforando su frente.


No podían comprar pan. A la familia de los Tomlinson no le afectó mucho, puesto que del comer mucha harina no eran.

Una familia judía no podía tener en casa más de dos mil zlotys. Los demás ahorros y artículos de valor debían depositarse en el banco, en una cuenta bloqueada. Al mismo tiempo, las propiedades inmobiliarias judías tenían que ser entregadas a los alemanes. Claro que apenas hubo nadie lo bastante ingenuo para dar sus bienes al enemigo.

La familia decidió quedarse con ese libro viejo de Louis, un artículo médico de su padre, su madre una cadena de plata que le obsequió la abuela de Louis, y ocho mil zlotys. Todo debía estar escondido o se lo quitarían.

Obligaban a la gente a trabajar de la mañana a la noche casi sin comer, pero también tenían esperanza, oportunidades de obtención de beneficios comercio de dólares, harina, piel o incluso documentos falsos.


Otra norma era que siempre había que saludar a un alemán o podían matarte. Louis evitaba a toda costa encontrarse con alguno, se alejaba de  su dirección retomando otro camino para poder estar a salvo.

A los judíos se les prohibió viajar en tren. Más adelante, tuvieron que pagar más del cuádruple que los arios por un billete de tranvía.

Pronto se corría un rumor donde hablaban de la construcción de guetos.

Razón para sobrevivir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora