Miré al reloj, las dos de la madrugada. Seguía sin poder dormir así que decidí ir a la cocina a por un vaso de leche.
Al pasar por el pasillo me detuve en la habitación de mi hermano que tenía la puerta abierta y la luz encendida. Se había quedado dormido estudiando, con la cabeza encima de los libros. Me acerqué a despertarlo.
–Jei, Jason –dije moviéndole el hombro con suavidad–, despierta. Mañana te dolerá el cuello.
Movió la cabeza y bostezó.
–Me... me he quedado dormido, lo siento –dijo–. Mañana tengo los últimos finales y estaba repasando.
Jason o Jei, como lo llamaba yo, era mi hermano mayor: un chico guapo, moreno y con unos ojos verdes envidiables. Estaba en segundo de carrera, estudiando psicología y trabajaba de camarero. Era un universitario joven, con toda la vida por delante y su momento de disfrutarla.
Aun así, no salía con los amigos y tampoco tenía novia (porque no quería, no por no tener posibilidades). Él decía que no tenía tiempo, pero yo estaba segura de que era por mí.
Desde que nos fuimos de casa hace dos años, él con dieciocho y yo con catorce, ha estado cuidándome y pendiente de mí, todo lo que mis padres no hicieron.
Resumiendo, toda la energía que le quedaba la gastaba estando conmigo. Lo hacíamos todo juntos: ir al cine, salir a pasear, ir a cenar por ahí...
–Que buena pareja hacéis. –Nos dijeron una vez.
Y no sería la última, ya que hablando de genética, solo compartíamos el color de ojos. Al contrario que él, yo era pequeña, muy blanca y tenía una larga cabellera color zanahoria con mechas de color verde en las puntas.
Le sonreí y le ayudé a levantarse.
–Voy a por un vaso de leche ¿vienes? –le pregunté.
–Por supuesto.
Se levantó de un salto.
Ya en la cocina, cada uno con su respectivo vaso de leche, nos sentamos encima de la mesa como de costumbre.
Me gustaba estar así, los dos solos a oscuras encima de una mesa a altas horas de la noche. Supongo que éramos raros.
–¿No vas a preguntarme por la fiesta? –dijo con una sonrisa un tanto pícara–. Sé que mis amigos van a ir y me lo han dicho. Imagino que te gustaría ir ¿no?
–Odio que me conozcas tan bien –dije–. Bueno, ¿puedo ir?
–Déjame pensar... –puso cara de pensativo-. ¿No tienes exámenes la semana que viene? No quiero que te pierdas el tiempo si tienes que estudiar.
Ya se había puesto en plan "padre responsable".
–No tengo ninguno, ya los he terminado ¿recuerdas? –le puse ojitos de cordero-. Por favoooor, todo el mundo va a ir.
–Está bien, pero no todo el mundo va a ir, yo por ejemplo, no voy.
Ya lo había dicho. Cuando hablábamos de salir todo era no.
–¿Por qué no? –le pregunté–. Tú mismo has dicho que tus amigos también van a ir, ve con ellos.
–Ya sabes que no me gustan esas cosas –suspiró–. Además tengo que...
Ahí ya llegué hasta mi límite.
–¿Por qué siempre tienes que hacer algo? Mañana terminas los exámenes, así que no tienes que estudiar. No es justo que yo pueda salir y tú tengas que "hacer algo". Ya sé que vivir conmigo no es fácil, pero no tienes que renunciar a tu vida.
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Garras contra dientes
FantasiaLiz, una chica normal de 16 años descubre que en realidad su padre no es quién dice ser. Gracias a este descubrimiento su vida cambiará, y será la protagonista de una guerra entre dos antiguas tribus que parecían extintas.