B

10 3 2
                                    

Bren.

Me dijiste tu nombre antes de que unas señoritas con atuendos blancos de botones (muy ajustados, de hecho) entraran sin tocar la puerta. ¡Como si tuvieran el derecho!

Vi como decían lo que iban a hacer antes de que lo hicieran: "Voy a escuchar tu corazón", se acercó una de ellas a tu pecho con un aparato que comenzaba de sus oídos y terminaba con un círculo plateado. O "Voy a revisar tu garganta, di '¡Ah!'", y colocó un palo de las paletas de hielo en tu lengua.

Vi cómo te veían con una gran indiferencia. Vi como nunca dijiste nada. Vi como no dejabas de mirarme directo a los ojos. Y vi cómo me ignoraban.

Justo cuando cruzaron esa puerta de nuevo, solté un gran suspiro, aliviada de no estarlas viendo más.

— ¿A ti también te molestan? —preguntaste mirando por una ventana que estaba ubicada a un costado de tu cama, y que no había notado.

—No soy muy amables. Deberían esmerarse más —Sonreíste. Y no supe si debía hacerlo también.

—Ahorita vendrán a dormirme, así que espero no te moleste quedarte sola.

— ¿A ti te molesta quedarte solo? —pregunté sin pensar. Te encogiste de hombros antes de contestar:

—Me da igual, ya. Estoy acostumbrado —Pude ver cierta tristeza en tus ojos, y no te culpé. Estar solo no debe ser muy bonito.

Asentí a tu respuesta.

—Entonces me voy a acostumbrar también —agregué. Esta vez no había rastro de tu sonrisa.

El BorrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora