Prólogo

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Vivimos para morir, es lo único seguro que tenemos en esta vida, bastante irónico cabe recalcar. El disfrutar la vida va en la naturaleza de cada ser humano, algunos la viven y otros sólo la dejan pasar ante sus ojos, como una película amateur la cual no tiene ni ton ni son, bastante aburrida para sí, arraigada a la rutina, aferrada a la desdicha, un completo tiovivo de tristeza.

Una enfermedad, siendo este el momento en el que nuestro cuerpo —ese templo en donde se halla alojada el alma—, decae en fuerzas y se vuelve frágil, dejando vulnerable nuestro ser. Algunos toman las enfermedades como pruebas que deben ser superadas, las cuales dejarán grandes anécdotas y la satisfacción de haber logrado salir victorioso de dicha prueba, pero otros necesitan de ayuda para sobrellevarlas, ayuda para no caer en la desesperación y el pesimismo, necesita de un ancla que los aferre a la realidad, algo que les impida caer en el abismo de la locura.

Y es allí donde siempre existirá un padre, un hermano, un amigo, un amor, alguien que esté dispuesto a tender su mano hacia ti, disputado a sacarte de esa burbuja de amargura en la que te has encerrado, con las más grandes ganas de hacer feliz, de llevar un poco de luz a toda tu obscuridad, por muy pequeña que pueda ser esa luz, eso jamás le impedirá hacer su mayor esfuerzo.

Dicen que de las historias tristes siempre habrá algo digno de recordar por la posteridad, ese algo que siempre valdrá la pena relatar, porque no siempre serán tristezas las que embargaran el lugar, en algún recoveco del paisaje siempre existirá una porción de felicidad, sin importar que en algunas esta, pueda ser fugaz.

Relatos de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora