Capítulo Primero

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Llevaba días observando en su cuerpo extraños moretones que aparecían sin motivo alguno, o eso era lo que su subconsciente le hacía creer en ocasiones. Pero Natalia prefería adjudicárselo a su torpeza, solía tropezarse con mucha frecuencia, lo cual ocasionaba la variedad de verdugones que adornaban su trigueña piel, aunque existían algunos que simplemente no tenían explicación racional.

— Es mejor dejar de pensar en sandeces y ponerme a trabajar— Se dijo a sí misma Natalia mientras recogía su cabello en un moño alto, debía ponerse manos a la obra, la editorial no esperaría más por el capítulo de su historia — Estúpido bloqueo mental— Suspiró.

Natalia trabajaba para una importante editorial, era algo que siempre supo agradecer —pero dentro de tanta suerte había una pizca de mala suerte—, el día en que fue a su entrevista para obtener el puesto como nueva escritora de dicha editorial las cosas no sucedieron como ella esperaba, ella deseaba ser la nueva Stephen King —claro en su versión femenina—, con sus novelas intrigantes y llenas de misterio, pero no, la única vacante que había era en la sección de cuentos infantiles, en donde le realizaron una prueba —la cual pasó sin ningún traspié— y luego le ofrecieron un lugar dentro de la editorial, con una paga excelente, pero no en el departamento que ella deseaba, quiso rechazar la idea —realmente lo quiso y estuvo a poco de hacerlo— pero la imagen de su padre enfermo vino a su mente, su madre era una señora ya en una edad bastante adulta que sólo se dedicaba a cuidar a su enfermo esposo y ella, como hija única se veía en la obligación de trabajar por ambos para ayudar con la casa y las quimioterapias de su padre, quien padecía cáncer en el esófago en un estado bastante avanzado. Realmente no tuvo más remedio que aceptar.

Pero hoy —luego de 6 años en el mismo puesto—, las cosas pintaban sólo un poco mejor, su padre había fallecido hace dos años ya —luego de luchar tanto en contra del devastador cáncer—, su madre había estado sumamente deprimida y ella no se quedaba atrás, su héroe, el hombre de sus sueños, se había ido para nunca volver y eso la devastaba día con día, le impedía crear aquellas historias infantiles alegres que la editorial deseaba y la obligaba a retrasarse en demasía —ya había recibido un ultimátum, el cual dejaba entrever claramente la palabra: despido— y realmente ya no podía darse ese lujo, no si quería seguir siendo de ayuda para su madre, que era lo único que le quedaba y claro, aquel libro sin publicar que escribió hace mucho tiempo con ayuda de su padre, su mayor tesoro.

—Realmente estoy cansada, extraño a papá, él sabría hacerme sentir bien— Se dijo a sí misma, le daba lo mismo el tener casi 27 años, ella extrañaba a su padre y mucho más ahora que las cosas en su vida no estaban marchando tan bien —Me duele demasiado la cabeza. ¡Así jamás podré llegar a nada!— La debilidad naciente en su cuerpo realmente la agobiaba, desde hace mucho se sentía así y no sabía las razones.

Decidió salir de su oficina, la cual aún residía en casa de sus padres, no los dejó solos cuando su padre enfermó y mucho menos ahora en que sólo tenía a su madre, era lo menos que podía hacer por ellos luego de todo lo que dieron por ella.

Fue un momento a la cocina buscando algo para picar, en donde al observar el reloj que colgaba en la pared pudo corroborar que era bastante tarde, su madre debía de estar dormida, ella acostumbraba irse a dormir a las 21:00 horas —luego de su amada novela—, ni un minuto más ni un minuto menos.

Avanzó silenciosamente hacia su habitación, con un vaso de leche fría en mano y unas galletas de avena que su madre le dejó, pero en el proceso sintió que su cuerpo perdía fuerzas al percibir un muy fuerte mareo, logró apoyar su espalda en la pared para así poder ir deslizándose hasta estar sentada en el suelo aún sosteniendo con fuerza el vaso y el plato con galletas, no quería despertar a su madre —el más mínimo ruido la despertaba, desde hace mucho tenía el sueño bastante ligero—.

—El mundo se me ha ido a los pies— Pensó irónicamente mientras ahogaba una risa sardónica en su garganta. Empezaba a sentir que algo iba mal con ella, pero era tan terca que no haría nada, no diría nada. Ella debía de cuidar a su madre y no podía darse el lujo de enfermar, realmente no podía.

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