Un chico y su violin parte 1

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La culpa la tiene Vivaldi.

Mas concretamente, mi CD de Las cuatro estaciones de Vivaldi. Ahora esta boca abajo en la mesita de noche, junto al cuerpo de mi novio, que ronca suavemente.

Tuvimos una pelea cuando Jin llego a casa a las tres de la madrugada después de un viaje de negocios y me encontró tumbado en el suelo de madera de la sala de estar, desnudo, con el concierto sonando todo lo alto que permite su sistema de sonido envolvente. A todo volumen.

El movimiento presto del <Verano>, el concierto numero 2 en sol menor, estaba alcanzando su punto culminante, cuando de repente Jin abrió la puerta.

No me di cuenta de que había vuelto hasta que note como la suela de su zapato se apoyaba sobre mi hombro derecho y me daba pataditas. Abrí los ojos y lo vi inclinado sobre mi. Luego me di cuenta de que había encendido las luces y de que el CD había enmudecido abrupta mente.

-¿Se puede saber que haces?- dijo.

-Escuchar música- conteste con un hilillo de voz.

-¡Eso lo oigo! ¡Lo oí desde la calle!- grito

Jin había estado en Los Ángeles y, para alguien que acababa de hacer un vuelo tan largo, parecía muy descansado. Todavía llevaba parte de su traje de ejecutivo: una camisa blanca impoluta, cinturón de piel, pantalones azul marino a rayas muy finas; el saco a juego colgado del brazo. Aun agarraba el asa de su maleta con ruedas. Aunque por el volumen de la música yo no me había enterado, debía de estar lloviendo afuera, porque la maleta estaba empapada y goteaba por los lados sobre el suelo, junto mi muslo. Jin tenia los bajos del pantalón mojados y pegados a las pantorrillas, donde no habría alcanzado la protección del paraguas.

Volví la cabeza hacia su zapato y me tope con cinco centímetros de pantorrilla húmeda. Olía a almizcle, en parte a sudor, en parte a lluvia, y también a betún y a cuero. Unas cuantas gotas cayeron desde su zapato a mi brazo.

Vivaldi siempre ha ejercido un efecto muy particular en mi, y ni la hora ni la cara de enfado de Jin lograron enfriar la sensación que invadió súbitamente mi cuerpo y que hacia hervir la sangre de mis venas tal y como lo había hecho la música.

Me gire dejando que su zapato siguiera pisando levemente mi brazo derecho y subí la mano izquierda por la pernera de su pantalón.

Retrocedió inmediatamente, como si lo hubiera quemado, y meneo la cabeza.

-¡Por Dios, Jaehwan!

Arrastro la maleta y la dejo pegada a la pared, junto al estante de los CD's, quito Las cuatro estaciones del reproductor y luego se fue a a su habitación. Me plantee levantarme y seguirlo, pero decidí que no. Mientras estuviera desnudo no tenia ninguna posibilidad de ganar en una discusión con Jin. Confiaba en que si me quedaba tumbado y quieto, con la esperanza de que mi cuerpo desnudo se mimetizara con el suelo de madera si yacía horizontalmente en lugar de ponerme de pie, mi invisibilidad apaciguaría su ira.

Jin colgó el saco y oí el ruido de la puerta del closet al abrirse y el familiar golpeteo de los ganchos de madera. En los seis meses que llevamos juntos, no lo había visto ni una sola vez tirar un abrigo encima de una silla o dejarlo en el respaldo de un sofá, como haría cualquier persona normal. El colgaba el saco directamente en el armario, luego se sentaba para descalzarse, después se quitaba las mancuernillas, se desabrochaba la camisa y, acto seguido, la metía en el cesto de la ropa sucia. A continuación, se desprendía del cinturón y lo colgaba en la barra del closet, junta a otra media docena de cinturones de diferentes y discretas tonalidades de azul marino, negro y café. Usaba calzoncillos de diseñador del estilo que mas me gustan en los hombres, unos pantaloncitos de algodón elástico con una cinturilla ancha. Me encantaba como se le ajustaban al cuerpo; le quedan tentadoramente ceñidos, aunque para mi decepcion siempre se echaba algo encima y nunca se paseaba por la casa en ropa interior. La desnudez ofendía a Jin.



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