II

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Zanja
Pedido por Sebastian Castañeda

Abrió los ojos. La luz parecía provenir de todos lados a la vez. La piel de sus brazos se encontraba ya adormecida, por lo que le quitó importancia a la ligera molestia de su hombro derecho. Sus piernas eran otra historia. Dolían. Podía sentir cómo las raíces llenas de espinas se incrustaban en la piel desnuda. Se mantuvo inmóvil, respirando acompasadamente, tratando de ver más allá de esa luz cegadora.

Recordó cómo había llegado allí. Si bien había perdido la noción del tiempo, lograba mantener fresco en su memoria el momento en el cual había caído allí. Había estado escapando de las luces, las malditas luces. Esos colores de fuego que habían iniciado una persecución en base a nada. ¿Qué había hecho para que los colores fueran a su saga? No lo sabía, pero tampoco le importaba descubrirlo. En ese momento y desde hacia varias horas -o quizás días- en lo único que pensaba era en salir de aquel lugar.

Aquella zanja.

Nunca había sido cobarde, y caer en una zanja jamás había estado dentro, ni cerca, de su lista de temores. Pero desde que se encontraba allí, veía todo desde una nueva perspectiva. Y no era por la posición, era por el lugar. Un lugar con demasiada luz, demasiado caliente, demasiado húmedo, demasiado espinoso.

Demasiado estrecho.

No había desarrollado el sentimiento de claustrofobia de inmediato, no. Había surgido lentamente, como se inicia el hormigueo en una extremidad. Primero se había extendido en la planta de sus pies, justo al tiempo que las raíces llenas de espinas comenzaban a aferrarse a la piel desnuda de sus pantorrillas. Luego había ascendido, lenta pero constantemente hasta llegar a su corazón, instalándose cómodamente como se instala el dolor en un hombre traicionado. Y puede que realmente su historia comenzara por ahí. Que no fuera el hecho de caer en la zanja lo que le mantenía en ese constante estado de terror frío, sino más bien el hecho, los hechos, que le habían empujado a aquel lugar.

La traición.

Volvió a cerrar los ojos, pero ni siquiera así lograba escapar de la claridad que ardía a su alrededor. La luz se filtraba a través de sus párpados cerrados y no podía hacer nada para evitarlo. Al principio intentó cubrirse con su brazo, pero al tratar de incorporarse para moverlo, la zanja se lo había tragado en una horrible posición dolorosa. Por eso su hombro derecho molestaba. Hacía horas -o días- que se encontraba dislocado.

A medida que el tiempo pasaba, más se acostumbraba a esas sensaciones de dolor claustrofóbico. Siempre había creído que la claustrofobia se desarrollaba en la oscuridad, pero aquel nivel de luminosidad había logrado llenar de terror cada molécula de su ser. Si tan solo hubiera sabido lo que le esperaba, no habría huido de las luces de fuego. Pero al verlas había recordado cada historia que una vez su padre le contara, historias sobre espíritus luminosos que quemaban el alma de sus presas, inmolando sus anhelos hasta convertir la misma carne en cenizas.

Suspiró, llenando sus pulmones con ese aire pútrido que provenía desde todos los rincones de la estrecha zanja. El olor no era lo peor, pero sí era aún lo suficientemente malo como para continuar provocándole arcadas. Arcadas fuertes, que le hacían querer doblarse para contener el impulso de devolver los ácidos de su estómago. Recordaba otro momento, cuando apenas había caído. El olor le había dado un golpe tan duro que instintivamente intentó incorporarse, sólo para llegar a la conclusión de que era mejor tragarse su vómito que enterrarse más en la zanja.

La maldita zanja. ¿Qué era? ¿Dónde estaba?

De pronto, un segundo de oscuridad y una brisa gélida en su frente, casi como una caricia muy bienvenida.

Abrió los ojos. Y allí estaban, mirando en su dirección, velados y hambrientos. Lo que había considerado una caricia no había provenido sino de esos largos dedos carentes de piel, y el frío en ellos se debía a la humedad de la sangre seca proveniente de donde, en algún momento, habían estado las uñas. La sonrisa era igual de hambrienta que esos ojos, una sonrisa de dientes pútridos, una sonrisa sin labios que escondieran las encías sangrantes.

Despegó los labios para soltar un grito, exclamación que no logró ser debido a que el hálito de aquella criatura se coló inmediatamente hasta llegar al fondo de su garganta. El grito murió dentro de sus pulmones, arrastrado por el hedor de la putrefacción.

Cerró los ojos y esperó que la luz continuara atravesando sus párpados cerrados. Pero la luz ya no era tan luminosa, ahora estaba siendo bloqueada por una sombra. Una sombra fría y putrefacta. Una sombra que le acariciaba, susurrante dentro de la zanja:

-Tu ataúd se abrió...

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2016 ⏰

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