Capítulo II - "A la luz"

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Luego del problema entre Minerva y Gabriel, la señora Melinda, le comunicó a su marido, quien seguía trabajando en algunos proyectos modernos en París. Don Ovady, quiso conversar con sus dos hijas por vía telefónica, para escuchar ambas versiones, ya que su esposa Melinda solo le había mencionado: <<Oh, mi pobre Gabriel esta destruida, Minerva no tiene ni un rasguño, no entiendo como ella puede ser la víctima>>

Ella ni siquiera le había dado la oportunidad a su quinta hija para que lograra explicarle lo sucedido. Y siempre que Minerva intentaba hacerlo, su pequeña y no tan santa hermana, la interrumpía y le bufaba palabras como: "Pruebalo" o "Mentirosa"

Aquello ponía a la pelirroja de muy mal humor, que sólo fruncía los labios y se alejaba sin decir algo más.

En las noches no solo se sentaba a llorar y acurrucarse con el conejo de peluche que su hermano Alan le había obsequiado por sus quince años y que Minerva lo consideraba como su único mejor amigo, sino también meditaba y se hacia millones de preguntas sobre su familia, que aparentemente no tenían respuesta pero que en el fondo de su ser, Minerva sabía.

La tarde paso como todas las demás, su hermana Gabriel recibiendo máximos cuidados por parte de su madre y sus hermanos, nada especial.

Pero al día siguiente como a las primeras horas de la mañana su madre, entró a su habitación y la despertó de su profundo sueño anestésico.

- ¿Mama? - pronunció Minerva, a penas con los ojos entre abiertos.

Aunque en su cabeza ella se había prohibido miles de veces que no diría semejante palabra y menos delante de su madre, Doña Melinda. (definitivamente un acto infantil)

Pero Minerva sintió cierto regocijo en el fondo.

- ¿Que haces aquí? - volvió a preguntarle extrañada.

La señora Melinda tomó asiento al lado de la cama de su hija junto con un gran suspiro.

- Quiero conversar mejor contigo... Ahora que Gabriel está durmiendo y no se levantará hasta tarde.

La señora Melinda lucía como obligada y un poco resignada al estar ahí con su hija.
Pero Minerva no lo notaba, para ella era mas importante: <<Pensar, antes de decir alguna palabra>>

- Me vas a escuchar por fin lo que te quiero decir? - su tono de voz salió mucho más duro de lo que Minerva imaginó.

Sonrió. - Sí, te oigo. Pero que sea rápido, porque tengo que llevar a Gabriel al dentista y tus hermanos quieren ir a jugar fútbol americano. - siseo como si en realidad le apestara algo dentro de la habitación.

- Mmm...- pensó Minerva un poco curiosa, pero la pregunta que taladraba su cabeza era ¿Y a donde me van a dejar? ¿Me voy a quedar sola? ¿Porqué?. Sin embargo solo dijo:

- Entonces, aunque te lo diga no me creerías verdad?

- Intenta. No pierdes nada con intentar...- la señora Melinda oprimió los labios, tal vez al recordar algo. - Eso es lo que te dice tu padre siempre, no?

Minerva que empezaba a tener calor, se despegó de las finas sábanas que ni calmaban el frío en los meses de invierno, pero era lo único que había para ella, y se sentó expectante mirando a su madre.

Sabía que si le decía que Gabriel, siempre estaba molestándola y todo eso, no le creería. Tenía la intención de ser lo más directa posible, pues no podía asegurar que en cualquier momento su hermana podría despertar e interrumpir la charla entre su madre y ella. Como todas las veces lo hacía. Así que tenía que hacerlo rápido.

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