Capítulo 2

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[ Tiempo actual. ]

Tiré de la cadena del escusado para que el agua se llevara lo que, hasta hace unos minutos, componía mi desayuno. Aún podía sentir el repulsivo sabor del vomito en mi paladar pero el mareo todavía no desaparecía del todo; me senté en el suelo del baño con mi espalda pegada a la pared.

Estaba agotado, siempre había odiado la enferma sensación de ahogo que te provocaba el vomitar pero ahora parecía que el universo conspiraba en mi contra para obligarme a hacerlo todas las mañanas y de vez en cuando por las tardes.

Ya habían pasado dos semanas desde que descubrí que un pequeño ser se comenzaba a desarrollar dentro de mí y sentía como toda mi vida se convertía en un camino desconocido para mí. Mis planes y metas se tambaleaban frente a mis ojos y yo seguía sin saber qué es lo que debería de hacer.

Cada vez me sentía más perdido y a lo único que me podía aferrar era a esa pequeña manchita en el monitor, ese puntito que en cuanto lo vi en el consultorio provocó que mi corazón se detuviera por un segundo para que al siguiente latiera con rapidez. La única cosa que estaba clara en ese momento era que iba a continuar el embarazo. Después de todo era yo el de la culpa, no él.

Mi vista se volvió hacia el techo, en busca de alguna solución remotamente aceptable. Mi mano acariciaba distraídamente mi vientre mientras intentaba que mis lágrimas se mantuvieran recluidas detrás de mis parpados.

— Es hora de que vayamos a trabajar —dije después de soltar un débil suspiro.

Me miré al espejo y las ganas de llorar volvieron. Mi reflejo no era ni la sombra de lo que solía ser, mi cabello castaño se encontraba opaco y debajo de mis ojos se asomaban un par de oscuras bolsas; mi aspecto había empeorado desde sabía que estaba embarazado, y lo peor era que estaba seguro que se debía más al hecho de no saber qué hacer que a los malestares de estar embarazado en sí.

Tomé una rápida ducha y salí de mi departamento con dos barritas de cereales dentro de mi saco. Dentro de unas horas tendría que ir a la empresa para una junta muy importante, al parecer una persona se había dedicado a comprar una importante cantidad de acciones del grupo, lo que constituye un grave problema. Pero ahora eso no era lo que ocupaba mi mente. Estaba en camino hacia uno de las cafeterías del norte de la ciudad donde había citado a mi mejor amigo, Alexis. En estos momentos necesitaba con urgencia de él.

Cuando llegue a la cafetería aún no llegaba Alexis por lo que decidí pedir algo de té para esperarlo. Uno de los mayores sacrificios que tendría que pasar durante el embarazo, sin duda, sería la abstinencia al café, siempre había amado tomarlo a todas horas.

Diez minutos y una taza de té después, la melena rizada y cobriza de Alexis cruzó por la puerta de la cafetería. Levanté la mano para llamar su atención y en seguida se dirigió hacia mi mesa, no sin antes ganarse una cuantas miradas por durante el camino. Como de costumbre ella llevaba todo el outfit de bad boy, pantalones negros, camisa roja y chamarra de cuero; todo lo que yo siempre quise ser y mis padres nunca permitieron.

Me levanté para recibirlo con un abrazo y un rápido beso en los labios, como era costumbre entre nosotros. Dios, como extrañaba la sensación de tranquilidad que me daban sus brazos.

— ¡Santa mierda! —exclamó cuando nos separamos—. ¡Mirate!... ¿Cuánto creciste? ¿3, 4 centímetros? —bromeó haciendo alusión al tiempo que teníamos sin vernos.

— Eres un exagerado —contesté con mi primer sonrisa sincera de las últimas dos semanas—, no tenemos tanto sin vernos. Además sigo teniendo la misma altura, eres tú quien no para de crecer.

Dulce Enemigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora