Prólogo.

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Era más de media noche, la lluvia me hacía compañía junto con su fría brisa. Estaba tranquilamente sentada en mi cama pintándome las uñas con esmalte rojo vino, tan oscuro que parecía ser negro.

De pronto, un ruido se escuchó de la planta baja. Pensé que había sido papá ya que siempre se queda hasta tarde revisando sus planeaciones del trabajo. O quizás sea bizcocho, mi gato.
Así que, tranquilamente, continué con mi tarea: pintarme las uñas sin salirme del borde y sin pintar mi piel. Obvio.

¡misión imposible!

Pasaron aproximadamente 6 o 7 minutos, he terminado ya de pintarme las uñas. Eran ya casi la 1 de la madrugada del Martes, ¡qué rápido!, ¿no?

Un ruido más había sonado, pero no me preocupé. Era un sonido demasiado familiar, lo escuchaba siempre, era mi estómago: tenía hambre. Así que, decidí bajar a la cocina a buscar algo para comer, lo que sea.

Bajé.

Papá no estaba, no se me hacía raro, ya era demasiado tarde, ni siquiera el trabajo podría hacer que papá se mantuviera despierto hasta estas horas de la madrugada. Entré a la cocina, tomé una natilla de vainilla del refrigerador y me dirigí a mi habitación, de nuevo. Empecé a subir las escaleras, no había subido ni dos escalones cuando paré en seco.

Era ese ruido, otra vez.

Y no, ¡no era mi estómago!

Me di la vuelta lentamente en busca del objeto que provocaba ese sonido. Dejé la natilla en la mesita que había bajando las escaleras.

Revisé entre los papeles de papá: nada. Miré dentro de su maleta: nada. Vi por los sofás de la sala: nada.

¿Qué sonaba? ¿Un teléfono?

No era ni el de papá, ni el de mamá. Su tono de timbre del móvil no era ese. Tal vez... era el teléfono de nuestra casa. Esa porquería nunca sonaba, al menos en esta ciudad. No teníamos amigos, ni eramos apegados a los vecinos. Además, ¿Quién llama a casa a estas horas de la noche?

Busqué en la cocina el pequeño aparato blanco, y para mi suerte, estaba cerca del tazón donde mamá siempre dejaba las frutas frescas. Lo tomé. Y si, efectivamente eso era lo que provocaba ese irritante sonido, cada vez, más fuerte.

En la pantalla marcaba con letras negras "número desconocido".

Qué raro.

Nadie tenía nuestro número de casa, aún. Éramos nuevos en la ciudad, y los únicos que lo sabían eran los vecinos más cercanos a nuestra casa, los de la compañía del seguro de la casa y... Ámbar. Mi única amiga aquí. Demasiado extraño...

Decidí aceptar la llamada.

Puras respiraciones aceleradas se escuchaban desde el otro lado de la línea telefónica. Mis piernas comenzaban a sudar y sentía un cosquilleo en la espalda, ¿cuándo comencé a sudar?
Las respiraciones seguían sin parar.

— ¿Qui... qui... quien eres? — pregunté con... ¿miedo?

—...

Respiraciones y más respiraciones. Tomé aire y pregunté de nuevo con voz firme:

— ¿Quién eres?

Nada.

Colgué sin esperar más, o mi corazón se saldría. Definitivamente esto fue lo más raro que me ha pasado aquí, en esta grande y "hermosa" ciudad.

Me acomodé el cabello que se me había puesto en la cara, y traté de limpiarme las manos llenas de sudor con mi camiseta blanca. Aún no me había puesto el pijama. De la nada, una mano tocó mi hombro.

Grité. Dejando caer el dispositivo cerca de mis pies y llevando mis manos a la cara para tapar mi rostro...

DOSIS DE LOCURA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora