Estaba aquí, llorando por otro libro, un personaje perfecto había muerto y no pude hacer nada para salvarlo, entonces entró mi madre a mi habitación y me dijo que no llorase que no era real, pero yo lo sentía real.
Soy Idara tengo trece años y amo leer, mis padres no entienden lo que siento cuando leo un libro, quieren que salga no les molesta que lea lo que les molesta es que no pare de leer.
-Mamá no lo entiendes para mi es real.
-Hija, yo también leo pero eres joven deberías salir, como todo el mundo.
- ¿Que quieres que me emborrache como todo el mundo? Porque eso es lo que hacen, muchas madres querrían un hijo que leyese aunque solo fuese un libro.
Cogí el libro y salí de mi casa, fuera hacia frio no sabía dónde ir porque además pronto anochecería pero eso me daba igual, fui al parque era domingo por lo que no había nadie, me senté en un banco y seguí leyendo, no podía creer como la escritora de aquel libro pudo matar así a el personaje un personaje de esos perfectos que todos queremos sacar del libro y de los que cuando mueren nos negamos a creerlo. Era tarde y mañana tenía que ir al instituto, volví a mi casa, fui a mi habitación y me tumbe en la cama, me quedé mirando el techo pensando en el libro como solía hacer cada vez que leía y al poco tiempo me dormí.
Ya era de día, no tenía ganas de ir al instituto además esta tarde tengo que ir a ver al psicólogo por primera vez, no sé qué creerán mis padres, ¿Qué estoy loca por leer? ¿Qué van a conseguir que sea lo que según ellos dicen una adolescente normal? Porque nada ni nadie va a hacer que deje de leer. Baje a desayunar, y al terminar salí de mi casa para ir caminando al instituto, al llegar todo era igual que todos los días, estoy en 2º de la ESO la edad en la que la mayoría de la clase no hace nada y se cree mejor por ello. El día transcurrió normal, hasta el recreo, iba camino al patio cuando me encontré con un chico, no era feo y me miraba, me hacía sentir incomoda, era el mismo chico que hoy me miraba en clase, no recuerdo su nombre, me gire y lo vi mirándome, se separo de sus amigos y vino en mi dirección, al principio pensé que iría a hablar con otra persona, pero se paró delante de mí.
-Hola- dijo.
-Hola ¿qué quieres? - no fui lo que se dice muy educada pero tampoco tenía motivos para serlo con él, después de todo hoy en todo el día no había parado de mirarme y eso me molesta.
- Te gusta leer ¿no?- dijo mirando el libro que llevaba en la mano.
- Muy observador.
-Bueno solo quería presentarme soy Héctor y bueno a mí también me gusta leer así que pensé que quizás podríamos ser amigos.
-No necesito amigos - dije y me fui por el pasillo.
Fue detrás de mí hasta que me alcanzo.
-Dame una oportunidad.
-¿Por qué debería dártela.
- No sé, he visto que no tienes muchos amigos.
-Si no los tengo es porque no quiero.
- No te creo, esta tarde iré a tu casa.
- No.
-¿Por qué no?
- Porque no puedo tengo cosas que hacer, además no sabes donde vivo - no le podía decir que iba al psicólogo porque en cinco minutos lo sabría todo el mundo y me tomarían por loca. - Mejor hablamos mañana.
- Bueno vale, hasta mañana, y sí sé dónde vives.
- Hasta mañana.
¿Cómo podría saber donde vivo? Nunca antes habíamos hablado, y pocas personas saben donde vivo.
Ya era por la tarde, había hecho mis deberes y estudiado un poco para el examen del miércoles, quedaban quince minutos para ir a ver al señor que seguro que me prohíbe leer o me intentará ayudar con ''mi problema ´´, estaba con el ordenador, en twitter, pero no había nada interesante por leer, solo los típicos tweets, gente diciendo que tiene problemas, que va a salir, que va a comer algo, que se va a duchar o que está estudiando, esos tweets que te ponen de los nervios, a nadie le interesa tu vida, deja de publicarla en cada red social que encuentres.
- Idara nos tenemos que ir- me llamó mi madre.
Baje las escaleras y después me subí al coche con mi madre, después de unos cinco minutos pude bajar, mi madre me acompaño dentro de un edificio hasta que apareció un hombre de unos treinta años, habló con mi madre y después me llevó a una habitación, era grande, con vidrieras de cristal, una mesa con un ordenador, y un diván, uno de esos sillones alargados de los psicólogos, en el que me tenía que sentar.
-Siéntate.- dijo el psicólogo.- Y yo obedientemente me senté.- Soy Alexander y no quiero ser tú psicológico, solo quiero que seamos amigos.
Esa frase ya la había oído dos veces a lo largo del día y contesté las dos veces lo mismo. - No necesito amigos.
Entonces Alexander cogió una libreta y apuntó algo en ella.
- Eso es lo que crees pero necesitas a alguien a quien contarle tu vida.
- No creo que a nadie le interese mi vida, y no quiero aburrir a nadie.
- A mi si.
-No pero este es tu trabajo tienes la obligación de decir eso y si no simplemente eres un cotilla.
- Bueno tienes dos opciones pasar esta hora aquí aburrida o contarme qué te pasa.
- No me pasa nada pero mis padres creen que si
- Tus padres están preocupados por ti.
- ¿Por qué? ¿Por qué leo? Muchas madres pagarían porque sus hijos leyeran.
- Pero también tienes que salir, hacer amigos.
- ¿Para qué? ¿Para emborracharme?
- No es necesario eso.
- ¡Oh! También puedo sujetarles el pelo a las demás mientras vomitan, esa opción es mucho mejor.
- Déjame ayudarte.
- ¿A qué? No necesito ayuda ¿no lo entendéis?
En ese momento nuestra conversación acabó y estuvimos sin hablar hasta que se acabó la hora, después me dijo que nos volveríamos a ver mañana y que trajese un libro si no pretendía contarle nada. Al salir me esperaba mi madre que se quedó hablando con el psicólogo.
- No quiere ceder, niega que necesite ayuda.
- ¿Qué podemos hacer?
- Entenderla, ella cree que todos los adolescentes se emborrachan.
- Pero no es así.
- Pero muchos si ella solo ve esa parte.